Diego Lopa Garrocho

LAS CARAS DE HUELVA
Diego Lopa Garrocho
Universidad de Huelva


En la calle Medio Almud, o Amado de Lázaro, paso entre San José, Independencia, Gínés Martín, Jacobo del Barco y Aragón, estaba la taberna de Carmelo y Claudina, padres del escritor Diego Lopa Garrocho. El local tenía su mostrador de madera, su viejo reloj de péndulo, una cabeza de toro disecada donada por el Litri, su patio cubierto por una parra y un buen vino valorado por los paladares expertos. Diego, aparte de lo dicho, la distingue de otras tabernas del barrio: El Valle, El Trentiuno, Sietenovias o El Túnel porque, además de acudir gente modesta, era foro de lo cultural, lo artístico y lo taurino en saludable rebujo. Limitaban el sitio por el Norte el cabezo de la tragedia,  el Hospital de la Merced por el Este, la Vega por el Sur y el centro de la ciudad al otro lado. En su ámbito hay que recordar las figuras de Dolores la Papera, Pepa la de la Cebá, Paco Asunto, Zacarías el carbonero, Anacarte, Ana Limón, la Pineta, Pepe Hierro el del aguardiente, Ricardo el de los carros, Juana la Camisera, el Picúo, el Cano, el Cinini, el Cuartoquilo, el Miji, el Trabuco, el Pepico, el Juanini y los que de mayores fueron escritores, periodistas o pintores… nombremos a Rafael Delgado, Jesús Hermida, José María Segovia, Seisdedos, Rebollo, etc. Sobre este aire revuelto ha escrito Lopa Garrocho su hermoso libro: “Las caras de Huelva”.
Si es verdad que “la cara es el espejo del alma”, Diego ha querido poner rostro al escenario en el que se talló su vida, dividiéndolo en escenas con las sombras de quienes deambulaban por el olvido: Arturito, que rasgaba la calma con su vara, sus gritos y sus carreras, figura con la que las madres metían miedo a los niños, o el Nini, que nadie supo si tenía o no valor frente a un toro, pero que parecía desconocer esa diferencia. No en balde dice en el prólogo Francisco José Martínez, que “las caras lo dicen todo, reflejan lo vivido, lo anhelado, lo sufrido, la felicidad, la aflicción, lo que se hereda con los genes”. Y es que las de este libro conforman la cara de la ciudad en la generación del autor; caras de personas,  monumentos, calles, unas vivas, otras en la memoria común, todas resistiendo el vendaval del tiempo.    
Diego Lopa escribe que ha visto crecer a Huelva a la par que él mismo, y deja resbalar su nostalgia al nombrar sus paisajes favoritos, esos que lo vieron tomar notas durante años para darlas en estas páginas: “los atardeceres en el muelle del Tinto, los olores a brea y a salitre en la Glorieta, las Colombinas en el muelle, la Cinta y su feria, la Fuente Magna, la de las Naciones, el Titán, San Sebastián en su barrio del Cementerio Viejo, la llegada del primer Obispo, la venida de la Virgen de Fátíma, los partidos de fútbol del Velódromo, los paseos “arrastra pies” por la calle Concepción, los cines de verano, la Plaza de las Monjas, el Conquero, la sesión numerada del domingo en el Mora, en el Rábida, en el Gran Teatro, en el Oriente, la quiniela en el Buenavísta, la primera cerveza en La Copa, en El Tupi, la venta de biznagas y su pregón: ¡A gorda los jazmines!, o el de las caballas: ¡Vivitas de la bajamar!, o el de las sardinas: ¡Las llevo del alba, de galeón!, las papas fritas de la rubia, el kiosco de Manuel, la tienda de Baltasar, las sultanas del chato, el paso de los toreros en los coches de caballos, los tranvías amarillos, sin dejar atrás las calles adoquinadas donde se jugaba a piola, a las bolas o a la pelota de trapo, las puertas en las que los vecinos se sentaban en las noches de verano para charlar bajo la bonanza del clima, ausente la prisa, es decir, todo un cúmulo de anécdotas elevadas al rango de categoría por su mano y por su voz, ya que el libro trae un disco con este hervor latente.
Avalan la edición la Universidad de Huelva y Uniradío, emisora del programa “Del rosa al amarillo”, germen de estos textos, espacio en el que el autor ha entrevistado a los dueños de esas caras, riqueza expresiva y documental a la que ha añadido sus recuerdos.  
Se preguntaban los primeros griegos, cuando una obra se culminaba, si el autor y actores habían puesto pasión en ella. Situando la pregunta en nuestros días y aplicándola a este libro y a su artífice, Diego Lopa Garrocho, cabe contestar: Toda.

© Manuel Garrido Palacios