Religiones de la España Antigua

 
RELIGIONES DE LA ESPAÑA ANTIGUA
José María Blázquez
Ed. Cátedra

En Heraklea Minos estaba el llamado Promontorio de Heracles. El viejo dios fenicio tenía un templo en Samaría servido por personal que mantenía la corte. Su nombre se esculpió en las columnas de los templos egipcios. Las ofrendas, que intermitentemente enviaba Cartago al viejo santuario de Tiro, simbolizaban la dependencia espiritual que unía a la capital del mundo púnico con su metrópoli. En el puerto había un templo; en Occidente se alzaban dos santuarios, el de Lixus y el de Cádiz. Una isla, la de Saltés estaba tambien consagrada a Heracles. 

© José Mª Blázquez

Isla de Saltés (al fondo) Ria del Odiel
(Foto MGP)

JULIO CARO BAROJA

Julio Caro Baroja
Escritos combativos
Ediciones Libertarias / Ensayo

La vida del hombre moderno le hace adoptar, ante sus propios quehaceres, actitudes bastante pasivas. En cierta ocasión un profesor norteamericano, planteándose la cuestión de qué cosa era ser antropólogo llegó a la consecuencia de que era el hombre (o la mujer) que vivía de la Antropología. Nada más. Esto más que pasividad parece que implica parasitismo: pero si el antropólogo es el hombre que vive de la Antropología, y el historiador el que vive de la Historia y el físico de la Física, no cabe duda tampoco de que estas actividades han de modelar o moldear al que vive de ellas en universidades, institutos, escuelas, laboratorios, etc. El que "vive de... ", vive en sociedad, con maestros, condiscípulos, colegas y discípulos y al servicio de la Ciencia... Ciencia oficial, nacional y propia de una patria o de un estado, con su lengua y sus tradiciones. Muchas cargas para el parásito en cuestión y muchos modos de aceptarlas pasivamente.
A fines del siglo XIX y comienzos de éste se solían afirmar cosas como ésta: la Prehistoria es una Ciencia francesa. Después hemos oído decir que fuera de la escuela tal, del profesor tal, de la Universidad tal no había salvación. Nacionalismo científico... Mandarinismo universitario... Bien.
Si ha habido una actividad que ha impuesto al que vive de ella la pasividad máxima ésta ha sido la de historiador. Desde el analista antiquísimo pasando por el cronista de reyes y países y llegando al historiador -aux gages-, o el historiador nombrado para escribir una historia oficial, hay muchos tipos de historiadores y auxiliares de historiador que han vivido de su profesión, pero tiránicamente dirigidos en un sentido u otro. Puede agradar a muchos el servicio incluso pueden aceptar esta pasividad como un alto honor e incluso sentirse defensores denodados del Orden; de un determinado orden al menos, dirá el que no está en su línea.
Porque el orden puede estar señalado por prescripción policíaca o gubernativa o marcado por una metodología respetable aceptada por un discípulo que venera a su maestro con motivos grandes. Se puede ser un mal historiador, viviendo de escribir Historia al servicio de un poder público cualquiera más o menos tiránico. Se puede ser un mal historiador viviendo de escribir Historia dentro de los princípios metodológicos de la escuela tal… Pero tanto en el mal caso como en el bueno, el historiador “vive de” y “se subordina a...” De buena fe muchas veces... de mala en algunas otras..
Pensemos ahora en otro presupuesto. El historiador (o el antropólogo) no “vive de...” ¡Ah, entonces es un aficionado, un diletante! Solución sencilla, profesoral, académica y propia para satisfacer a la juventud estudiosa en trance de contrastar méritos y hacer oposiciones. ¿Pero piensa esta misma juventud en lo terrible que es “vivir de" en el mundo del pensamiento y sobre todo en una sociedad como la actual? "Vivir para" es otra cosa. Aún algunos "vivimos para esto", para pensar libremente, sin presiones económicas, sin coacciones sociales. En este sentido es en el que los escritos que siguen pueden considerarse combativos. Porque suponen un combate mental dentro de uno mismo, no combates para triunfar o ser vencido por otro, como los más comunes y celebrados.

© Julio Caro Baroja

ISAAC GOLDEMBERG (2 obras)

REMEMBER THE SCORPION
ISAAC GOLDEMBERG
Traducción al inglés de Jonathan Tittler
Los Angeles. The Unnamed Press, 2015

DOS MISTERIOS, UNA NOVELA

Desentrañar dos misteriosos asesinatos –el de un ex capitán del ejército japonés durante la Segunda Guerra Mundial y el de un ‘kapo’ judío– es el encargo que, al empezar junio de 1970, recibe el capitán de la policía Simón Weiss, de 35 años, judío alemán nacionalizado peruano y que es secundado por el teniente Katón Kanashiro, nacido en Lima y descendiente de inmigrantes japoneses. La indagación transcurre en seis días, dentro de una atmósfera inquietante y opresiva: el país está gobernado por una dictadura militar y vive las secuelas de uno de los más catastróficos terremotos del que se tenga memoria. Esa atmósfera también está cargada de más componentes harto signifi- cativos. Por lo pronto veamos tres. Primero: los dos asesinatos se cometen casi al mismo tiempo, tal vez antes o durante el terremoto. A muy poca distancia uno del otro, en el Centro histórico de Lima, cerca del Jirón de la Unión. Vía preñada de mucha significación para los peruanos, sobre todo si se recuerda que Abraham Valdelomar –notable poeta, cuentista y dramaturgo nacido en una provincia peruana al igual que el poeta, novelista y dramaturgo Isaac Goldemberg– en los años veinte del siglo pasado sostuviera: ‘El Perú es Lima, Lima es el Jirón de la Unión (…)’ Segundo: al mismo tiempo que se realiza la investigación, se desarrolla el campeonato mundial de fútbol en México y en él, después de mucho tiempo, concitando gran atención de sus paisanos, participa con muchas ansias de brillar la selección del Perú. Y tercero, examinemos lo siguiente: el título de la novela nos remite al recuerdo de un escorpión. No cualquier escorpión. Con precisión, al de la fábula El escorpión y la rana que algunos atribuyen a Esopo y otros a una tradición japonesa y cuya moraleja es que ‘no trates de engañarte con los demás al creer que son o pueden ser otros y menos engañarte a ti mismo de quién eres’, citada constantemente por el capitán Weiss –que de niño padeció los horrores al estar preso en un campo de concentración nazi y allí ver morir ejecutados a sus padres; adicto a la cocaína, al opio, putañero y entusiasta cultor del ‘vals peruano’, llamado también ‘vals criollo’ y de los boleros– es la brújula no solo de su indagación, sino de su existencia. El relato, en tono de melodrama desde la primera línea y hábilmente dosificado, avanza como un torbellino. Los crímenes de la novela suscitan un espanto al poner de manifiesto la locura que los produjo y acompaña. Por ello, si bien se ocupa de realizar el acopio de detalles, revela caracteres. No solo de los asesinos, sino de los que efectúan la investigación. Es que lo oculto, el enigma o enigmas a resolver, no está en las cosas sino en las personas y las personas no tienen caras sino caretas.
Una novela negra a fin de cuentas desvela un discurso sobre lo oscuro, abominable y desconocido de una sociedad. Reconstruye subjetivamente una realidad que fue deliberadamente rota y escondida. Lo realiza teniendo en cuenta la lógica, los sueños y todo aquello que está fuera de lo racional. De ahí que, sin descuidar lo estrictamente policial, vaya más allá. Implícitamente, en interlíneas igual que la kábala, revela muchas cosas absolutamente sustanciales pero sujetas a múltiples interpretaciones. Es el caso de Acuérdate del escorpión, cuarta novela de Isaac Goldemberg y que, por su prolífica y valiosa obra como poeta, novelista y dramaturgo, figura entre los más brillantes y reconocidos hombres de letras de Latinoamérica. Según la escritora mexicana Margo Glantz, es un ‘libro delirante, paródico, eficaz, reúne todos los estereotipos del género y rinde homenaje a sus antecesores, tanto en la literatura como en el cine. En un muy breve espacio y con gran velocidad, y gracias a su memorable y cocainómano protagonista’. Además, y para finalizar esta breve reseña, el melodrama policial negro Acuérdate del escorpión, tal como ha señalado Mempo Giardinelli –magistral cultor de la novela negra en Hispanoamérica– tiene ‘una trama jugosa y fascinante’ y en ella ‘vuelven a brillar la imaginación y la prosa firme de este gran escritor peruano que es Isaac Goldemberg’.

© Nilo Espinoza Haro


DIALOGHI CON ME E CON I MIEI ALTRI
Diálogos conmigo y mis otros
ISAAC GOLDEMBERG
Edición bilingüe. Traducción al italiano de Emilio Coco
Roma: Giuliano Ladolfi Editore, 2015)

ONDAS CONCÉNTRICAS

Diálogos conmigo y mis otros es un poemario que se decanta por el placer del diálogo y la discusión. Se trata también de un libro construido con la paciencia del lapidario, donde cada arista, cada destello, cada tonalidad, tiene un propósito preciso que no escapa a la voluntad totalizadora de la voz poética de Isaac Goldemberg. El título mismo sugiere y afirma una especie de aporía, en la que la aparente individualidad del autor se desdobla y refleja una multiplicidad de voces que abarca diferentes registros, desde la seguridad porfiada del narrador omnisciente, pasando por la ironía, el comentario sagaz, la crítica despiadada, hasta el pesimismo esperanzador de un peruano errante que se afirma a sí mismo en la naturalidad de ser latinoamericano y judío. Estos Diálogos… del poeta chepenano articulan el abandono momentáneo de la voluntad y del destino propio, y en esta actitud -en la que el asombro proviene no de la novedad, sino de las certidumbres del propio autor- el lector encuentra una sabiduría mortecina que ilumina caminos difíciles de transitar. Estos poemas de Isaac Goldemberg dejan entrever que incluso en la derrota hay brillos destinados para los que han caído, como el poema ‘Caídas’ hace evidente (82):

De dónde
tanta tristeza
que te persigue.
Andas por el filo
y caes con ella
aplaudiendo
el espectáculo
de la caída.

Este poema, en cuya imagen final confluyen el desenlace ominoso y la clarividencia poética, es una buena muestra de la dinámica -que se abre y se cierra frente al lector de forma casi inesperada con una puerta mágica-  intertextual e intratextual que Diálogos… presenta al lector atento. Explico lo anterior a partir de una obviedad formal del poemario: cada uno de los poemas está precedido de uno o varios epígrafes. Esta peculiaridad formal provee a Diálogos conmigo y mis otros la apariencia de un rompecabezas donde se esconde y se cifra el destino de la individualidad, de la unidad, de su autor. Pero como ocurre con toda individualidad escanciada lenta y fragmentariamente, la unidad es sólo una impostura espiritual, un atisbo, la seguridad que la voz poética tiene de que su estructura óntica responde a más de una pregunta y que muchas veces no hay una sola respuesta para satisfacer las heridas que el tiempo y las certidumbres imprimen en los moradores de la tierra. Diálogos… de Isaac Goldemberg también semeja las ondas concéntricas que produce la piedra cuando hiere la superficie, en apariencia pasiva, de un espejo de agua. Se podría pensar que la voz poética, afianzada en su destino y origen judaico-peruano, cultiva ciertas obsesiones íntimas, donde está en juego la identidad propia del autor. Esto, me parece, es sólo una apariencia, la vibración más superficial que la piedra ha producido en la quietud del agua. Goldemberg, más que obsesiones, procura al lector alumbramientos, como si soplara haces de luz hacia sus propias palabras con el propósito de guiar al lector en las discusiones y los diálogos que habitan en la polifonía persuasiva de esta colección poética. Tras la lectura de ‘Ecos’ o ‘Fool them twice, shame on them’ o ‘Retratos y autorretratos’, uno tiene la impresión de sumergirse en un diálogo antiguo donde voces de diferentes texturas se mezclan para crear una sola incertidumbre: los epígrafes que preceden a los poemas se enroscan en la piel clara de los versos de Goldemberg y sus otros, acaso Isaac, acaso un púber deseado por una cristiana dama, quizás un judío errando en la geografía del vasto continente americano, epígrafes -voces impostadas- que recubren, como hiedra, los versos de Isaac Goldemberg: poeta. Los lectores, en suma, hallarán en Diálogos conmigo y mis otros una propuesta límite donde el género platónico del diálogo rezuma certezas e incertidumbres que no por antiguas dejan de tener una profunda resonancia en lo que los cronistas de nuestro tiempo se empeñan en llamar posmodernidad.

© Francisco Laguna Correa