FÉLIX GRANDE

FÉLIX GRANDE
Un hombre bueno
(Homenaje al poeta)
Editorial Niebla
Edición de Luis Domingo Delgado

Ha bastado un toque de campana para que Juan Carlos Mestre, Luis Domingo, Ignacio Sanz, Manuel Garrido Palacios, Alberto Gómez Vaquero, Ramón García Mateos, Miguel Sánchez Robles y Javier García Cellino acudiesen a la llamada de la sangre, esa querencia que imantan la amistad y la admiración por Félix Grande, y les haya faltado tiempo para reunir un ramo literario de rosas rojas, frescas y perfumadas, con el que rendir homenaje al amigo en el segundo aniversario de su fallecimiento. Porque eso es lo que han hecho, hacinar en este libro, además de la voz, el pensamiento y la biografía del poeta, la experiencia personal de cada escritor con el homenajeado, la vivencia única e intransferible de cada individuo -de sensibilidad y visión propias, y por tanto diferentes-, con la categoría intelectual y humana de Félix Grande. En suma, Félix Grande, un hombre bueno proyecta sobre el lector una mirada enriquecedora del personaje, secuenciada desde diversos y muy variados enfoques.

Los beneficios que genere este libro a sus autores se destinarán íntegramente para ayudar a los refugiados a través de ACNUR (Agencia de la ONU en España) 

Pablo Neruda

VEINTE POEMAS DE AMOR
CIEN SONETOS DE AMOR
Pablo Neruda

A mis diecitantos años conocí a alguien que me leía despacito poemas de un tal Pablo Neruda en su “sentina de besos”. Nunca tuve el libro. Ni nadie. Al abrir un poemario, y más si guarda veinte poemas de amor que arropan “una canción desesperada”, sufrimos un espejismo que el autor deja suelto para que creamos que poseemos su poesía, que vivimos el cosmopoema de su vida, cuando lo que tenemos delante es sólo un mazo de papeles cosidos y con pastas donde aparecen un título y un nombre. Mi afán no era leer poesía, sino hacerla a, ante, bajo, cabe, contra, con quien me leía al poeta (“amada, amarra tu corazón al mío”) del que empecé a tener celos, porque ella disfrutaba tanto con la lectura que se debatía en orgasmos espirituales traspuesta por la belleza, aunque confieso que me emocionaba lo de: “Aquí está el pan, el vino, la mesa, la morada, el menester del hombre, la mujer y la vida”.Al final, rompimos. “De pena en pena cruza sus islas el amor”. A esa edad se rompe, se destruye, se lija el tiempo con pliegos del cero, se tiene prisa por escribir sin escribir mil poemas de amor y desesperarse en una última canción, aunque también se atreve uno y “establece raíces que luego riega el llanto”. La semilla poética trabajada por ella no cayó en tierra yerma: “desde entonces soy porque tú eres”. La mies me arraigó en lo hondo diciéndome que las palabras son la sombra del sentimiento: “Dos amantes dichosos no tienen fin ni muerte, / nacen y mueren muchas veces mientras viven”.Los versos de Neruda pasaron a ocupar un lugar en mi vida hasta el punto de entender de golpe, a través de su transparencia, al amor que tanto amé (“No sé quién eres. Te amo”) y que me hizo sentir en su ausencia “los versos más tristes” muchas noches: “Ausente, por los sueños tu corazón navega / es tu corazón el que reparte en mi pecho / los dones de la aurora / te amo como se aman ciertas cosas oscuras, / secretamente, entre la sombra y el alma”.Años después vi en un festival la película “El cartero”, de Antonio Skármeta y a la salida del cine le expresé al autor mi admiración por su obra, cabal y precisa, en especial, en dos sutiles momentos. Uno es el de querer leer la poesía de aquel que no sabía que era poeta: “Es el que dirá algo nuevo”. Otro, cuando la policía va a buscar a Neruda a “la magna espuma de Isla Negra”, con la tragedia de su país de fondo, y le repiten voces que no son de nadie y que son de todos: “No tema, don Pablo, es un trámite, un trámite, un trámite”. Skármeta hizo poesía visual sobre la escrita al rescatar de la crudeza el eco traducido de aquella insistencia: “un trámite, un trámite, un trámite”, como si quisiera decir: “Supe que fui herido”. Reflejó el terrible “trámite” burocrático por el que te cortan las alas de la expresión, te taponan las salidas del sentir. Te matan. Es el “trámite” que habita en el instante lindero entre la vida y la muerte. “Brasa negra del sueño / fundaremos un traje que resista la eternidad de un beso victorioso” “Trámite” de todo cuanto existe, siempre a tiro del poder, de la ambición, con el dedo dictador a toda hora palpando el frío del gatillo. “Trámite” para tomar el camino de lo hermoso o quizás para ir “allí donde respiran los claveles”.No sé si aquel verso: “Cuando yo muera quiero tus manos en mis ojos”, lo quiso como epitafio, ni si “El mes de marzo vuelve con su luz escondida” fue un esperanzado latido con vocación de eterno. Sí sé que ya sabe el alma que “somos un solo espacio oscuro, una copa en que cae la ceniza celeste, una gota en el pulso de un lento y largo río”.“Hoy es hoy con el peso de todo el tiempo ido”. Un hoy de entonces supe por la moza nerudiana el nombre del hombre Neftalí. Otro hoy pero de 1945, dijo Gabriela Mistral tras recibir el Nobel: “Si el Premio era para honrar a mi país, tendría que haberse otorgado a Pablo Neruda”. Hubo que esperar hasta un hoy del otoño de 1971 para que los concededores de premios comprendieran la “simplicidad sin fin de la ternura”.Lo mismo que al leerlo sólo poseemos un papel impreso, al premiarlo no hacían otra cosa que vocear algo que estaba tallado en el paisaje en el que Neruda había crecido como poeta: “Amo el trozo de tierra que tú eres / y así recorro el fuego de tu forma besándote / todo vive para que yo viva / sin ir tan lejos puedo verlo todo”.

© Manuel Garrido Palacios

Touches blanches. Touches noires

TOUCHES BLANCHES, TOUCHES NOIRES
(roman)
Manuel Garrido Palacios
Salon du livre de Paris
jeudi 17 / 03 de 17h à 19h
vendredi 18 / 03 de 18h à 20h

stand F 39 (Normandie) à la Porte de Versailles
Éditions Le Soupirail
France

CUDILLERO

CUDILLERO, PUEBLO MÁGICO
Juan Luis Álvarez del Busto

         En un viaje a Asturias para rodar un documental conocí a Elvira en Cudillero. Mi idea era sacar en limpio no más que una secuencia, pero después de hablar con ella, dediqué al pueblo todo el capítulo, trabajo que a poco se convirtió en documento ya que Elvira murió y el escenario cambó: el puerto creció hacia el mar con el espigón, se silenció la subasta –o la rula– en la lonja de siempre y la plaza dejó de recibir lanchas: esculturas marinas que venían a reposar en la rampa por la que el Cantábrico alcanza el caserío.
         Por entonces yo sólo escribía los guiones que filmaba, pero me nació la idea de volver a Cudillero para recoger en un libro la sabiduría que había entrevisto. Regresé veinte veces a tomar apuntes y un día comprendí que la tarea requería años de permanencia en el marco cuyas líneas maestras me había trazado la memoria de Elvira Bravo. Por una cosa o por otra, o por ambas, el proyecto quedó varado con su magia intacta.
         La magia ha salido a la luz en un libro escrito por su nieto, Juan Luis Álvarez del Busto, que anduvo atento a la palabra de la abuela captando sensaciones, datos, gestos, dichos y hechos, material con el que ha dado forma a una epopeya del gozo, del llanto, de la lucha y la supervivencia. Todo eso que, como el arpa de Bécquer, esperaba la mano de nieve que supiera arrancarle las notas que dormían en sus cuerdas. En este caso, describiendo situaciones de un tiempo que él, por su edad, sólo vivió a través de la abuela.
         En Cudillero mágico el lector disfruta de la cualidad añadida de estar presente en las conversaciones mediante una técnica básica: Juan Luis pregunta a Elvira en pasado: ¿Cómo era aquello de...?, y transcribe la respuesta en riguroso presente para no perder ningún matiz expresivo. Esto corrobora que la magia de los tiempos permite condensar el ayer y el hoy en un instante. Hay una resistencia a admitir que el suceso narrado pertenezca al ayer; se asume que pueda pasar hoy o que pasará  mañana.
         Por el libro corre la historia, el eco de los primeros pobladores, las leyendas, los santos protectores, los curanderos, las sombras de desaparecidos al toque de ánimas, todo mezclado con el vivir diario de las familias dependientes de la mar, del hombre que no regresa, de las lanchas que en malas madrugadas fueron féretros, del esfuerzo por salir a flote en plena galerna, de la esperanza encarando la tormenta, del ritual al alba ante el azumbre de vino, del reparto, del quiñón, esa especie de solidaridad primitiva, o adelantada a su tiempo, que protegía a viudas, huérfanos, familias enteras. Juan Luis analiza el nombre del pueblo, la artesanía, el distingo entre ‘pixuetos’ y ‘caízos’, la religiosidad popular, la superstición, las danzas, los cantos y el léxico en un amplio glosario en el que no faltan los apodos; todo, para que quien vaya a Cudillero entre por la vía del conocer y del sentir; para que comparta lo que fue; para que valore lo que es. Esto ofrece el autor.
         Es cierto que los pueblos no se hacen solos, sino que están sus hijos para hacerlos. El fruto común es lo que se tallará en el tiempo como un potencial que hará que lo común refuerce su latido. Cudillero es paisaje ideal para trazarlo con palabras, pinceles o sonidos. Pueblo que se anuncia como un milagro parido por la montaña; cuadro lejano que compone su voz con coro de gaviotas, percusión de olas contra el muro, ritmo de corazón de buques. Pueblo de textura urdida con la mirada absorta de cuantos lo vieron y fueron a sembrar su nombre por el mundo. Pueblo con memoria de sal donde bullen ecos de viejas curanzas, andancios, gente de mar, runrunes de Perlindango: canción que puebla el aire cada hora desde el reloj municipal, de aliento de mareas; bajamar de rocas, pleamar de redes. Como uno de los más bellos de Europa, pueblo que se mira en sí mismo porque se merece. Este es el sabor que contiene la obra de Juan Luis Álvarez, libro o sueño cuajado en realidad para enriquecer la memoria colectiva.
         Dijo Machado: ‘hoy es siempre todavía’. Frase que podría acuñar quien ha hecho con palabras un dique para que la magia de Cudillero no se pierda aguas abajo en el río del olvido, sino para que quede donde nació como legado cultural que haga crecer el espíritu ‘pixueto’ en las generaciones que vienen de camino.

© Manuel Garrido Palacios

CONCIERTO PARISINO

CONCIERTO PARISINO

          Un ángel anónimo canta a las puertas de Notre Dame cuando el equipo de fútbol de la ciudad mete un gol para clasificarse en un torneo. De los bares del barrio, tras el grito de mil gargantas atronando la paz de las calles, empieza a aflorar el himno francés. Primero, tímidamente, quizá una reunión, un grupete de amigos atados a la jarra de cerveza; después, hasta un individuo en monopatín sorteando coches sigue la melodía simulando dirigir al resto. 
          Caminar por una vía parisina y sentir ese canto hace que la música te cuente páginas de la historia que no viviste; es una invitación a cerrar los ojos para ver en tu mente un retrato virado a sepia de los hechos reales que te dijeron, que leíste, que pretendió reflejar el cine, pero de los que no fuiste testigo; hechos que te llegan como eco de la identidad del país que le hizo un monumento a la razón; eco universalizado en los idiomas que veneran la palabra libertad.
          El ángel anónimo que canta a las puertas de Notre Dame no deja su cantar por el grito futbolero. Lo sabe efímero y que desvanecerá en cuanto vuelva el balón a correr por la hierba, pero ahí está, partitura en mano y sombrero en el suelo para recoger las voluntades de los transeúntes. Dentro del templo ensaya un concierto Häns Düentz en el gran órgano, y nada interrumpe a nada. Quien entra a rezar, a descansar en su frescura o a lo que sea puede percibir los tres sonidos sin que ninguno sea excluyente, todos en sincrética armonía.
          Cerca de allí, en la librería Shakespeare, Rue de la Bûcherie, firma ejemplares Jasson W. Pletser, y de los estantes interiores entresaco y compro un hermoso Cancionero de 1550, para acabar, como colofón del día, en la iglesia de Saint Roch, donde la coral dirigida por Patrick Giraud, ofrece música «à la Maîtrise d’Antony», con obras de Charpentier, Lalande, Grigny, Frank, Faure, Bessonnet, Desenclos y Langlais. Sin embargo, a pesar del grito golero, del himno, del órgano, del Cancionero y de la coral, lo que se me fija en el sentir es el canto solitario del ángel en la puerta de Notre Dame, partitura en mano y sombrero en el suelo para recibir voluntades. Estampa desgajada de la piedra, puede que cante piezas desconocidas o impulsos simples, por lo que imagino que hace méritos para opositar al coro celestial afinando su voz al tono divino; ángel tallado en terciopelo verde, que lleva milenios cantando en idéntica postura; ángel con imagen de diosa humana, cuyo canto destaca, sin saberlo, sobre todos los ruidos circundantes.

© Manuel Garrido Palacios

JULIO CARO BAROJA

JULIO CARO BAROJA
ENSAYOS SOBRE LA CULTURA POPULAR ESPAÑOLA
Editorial Dosbe

AGAPITO, GAITERO DE CABORANA

Gaitero de Caborana 

Agapito hace gaitas y las toca en La Reguera, Caborana, (Asturias). Usa torno de pedal en vez de eléctrico porque cree que es más bello hacerlo todo de manera artesanal. Desbasta la madera, la alisa y la taladra con una barrena por un extremo hasta los medios y con otra hasta el final. Eso, hablando del puntero, del pito, que es lo que canta la melodía. Luego mete en el palo el escariador de acero y lo ahueca hasta darle su calibre. Dice que el mejor constructor de gaitas que hubo en estas tierras fue Antonín de Cogollo, y me muestra varios de los modelos que guarda y que hizo él. Emplea madera de tejo que le traen de Cabañaquinta. La deja secar porque verde no es buena para la barrena. Una vez hechos los agujeros viene el retoque. Me indica que por el soplete entra el aire al fuelle, que lleva un depósito para que la saliva no lo pudra, porque esa humedad es dañina para estas piezas.
Si el puntero es la flauta, el roncón que lo acompaña es el bajo. Éste requiere madera de ébano de Guinea o de Cuba. El boj también es bueno para el puntero porque tiene un sonido dulce. En Asturias se cría en los huertos. Para el fuelle seca piel de cabrito o de cordero y la forra de terciopelo, faena que hace su hija. A veces le dicen que la gaita que vende es cara, pero si se suman estos gastos con los tres días que tarda en terminar el instrumento desde el tronco en bruto hasta que toca, piensa que cobra lo justo.
La gaita gallega es como la asturiana. Una u otra, o lleva la pajuela para que cante sola o se construye para que cante en conjunto. Para afinarla coloca la pajuela y va rodando el roncón hasta que coincide el tono con el del puntero. Tiene su gaita favorita, que nunca estuvo en venta. Todas las que salieron de su taller tienen contentos a sus dueños. Las que esperan ser recogidas lucen su cartel con el destino: Cangas de Onís, Gijón, Sama, Cudillero, Oviedo. Quien dice gaitas enteras dice pitos o punteros, roncón, ronquillo y ronquete. Aun siendo constructor de ellas, lo llaman para que toque danzas en las fiestas, con lo que saca sus extras para esto o para lo otro, que en las casas, ya se sabe, todo es poco.
De Galicia vino huérfano siendo un niño a vivir con la abuela a Asturias. Viajó en un barco desde Vivero a Pravia por cinco pesetas de entonces. De Pravia, en un tren hasta Ujo y otro hasta Moreda. Un tío suyo lo llevó a las minas poco después y en ellas se inició en el duro trabajo de ramplero, de caballista y de ayudante. Lo hizo tan temprano porque traía el entusiasmo de poder comprarse una gaita asturiana. Así que con los primeros dineros ganados fue a Mieres y compró la gaita deseada. De La Industrial Asturiana pasó de picador a La Hullera Española, a todas horas pensando en tocar la gaita y en hacerla. Buscó herramientas y hoy sus gaitas están en América, en Europa, en Asia...
Le gusta que la gente lo aprecie, aunque algunos sólo vean en él al minero jubilado. Cuelga diplomas del muro y mientras los leo él hace sonar la gaita que le he comprado. Así transcurre la mañana entre un artista sereno, de mucha labia, y un andariego del sur, que no sabe qué decir ante tanta sensación.

© Manuel Garrido Palacios

JESÚS ARCENSIO

SUEÑO Y COSTUMBRE
(Antología poética)
Jesús Arcensio
Biblioteca de La Huebra
Prólogo de Manuel Moya


         Un grande de la Poesía, Jesús Arcensio (1911-1992) que escribió:

Todos van. Todos vienen.
Yo, parado, a las doce, en esta esquina
sobre el asfalto quieto,
porque he perdido el Norte de mi tiempo.
No me sirven mis pasos
─pasos a estrella nube, pájaro─
para andar entre bosques de oficinas,
almacenes y bancos.
La calle es una selva de cemento
tan extraña a mi pie, que ando perdido,
totalmente perdido. Aquí, clavado,
miro mis viejos mapas
donde se escribe amor con A mayúscula,
que me señalan rumbos cordiales
del nacer al morir. Y no me sirven.
Estoy aquí, esperando
que alguien llegue y me hable.
Pero todos pasan con prisas,
sin mirar, pronunciando
palabras que no entiendo: reactores,
kilovatios, salarios, dividendos...

En una transversal de la Alameda Sundhein de la ciudad de Huelva figura su nombre en la esquina, calle en la que no existe una sola puerta por la que entrar o salir de una casa, sino ventanas, tiestos, rejas, visillos, persianas de viviendas, que, sin pretenderlo, dan la espalda a su titular en una circunstancia no prevista en el trazado urbano, pero subsanable. Si los que dan o quitan rótulos quisieran hacer olvidar el nombre de alguien, que no es el caso, no podrían haber usado modo más eficaz que el de dedicarle una vía como ésta, que jamás recibirá una sola carta, ni un triste recibo, ni una bombona de gas, ni siquiera una multa. Nada. A la calle del poeta no irá nunca nada ni nadie preguntará por ella. Este trato a Jesús Arcensio no es justo. Y no es un tema localista: no entraría en él ni a empujones. Se trata de no obviar un nombre de los que dan rango a una ciudad, con una obra admirada más allá de la asfixiante linde de los autopoetas de diseño, tan de escaparate y subvención. 
En el magnífico estudio que le hace Manuel Moya en “Sueño y costumbre” dice que “De joven mantiene contactos con los integrantes de Papel de Aleluyas, Rogelio Buendía y Adriano del Valle. En 1935 funda el suplemento Letras, en el que intervienen Nicolás Guillén, Miguel Hernández y otros. Su producción se divide en dos momentos delimitados por la guerra civil. Si en el primero, su poesía es claramente bucólica y amorosa, cercana al purismo de Juan Ramón Jiménez, en el segundo está enmarcada entre el dolor, la pérdida de confianza en el hombre y en los vaivenes y dudas de la propia existencia. Consumado sonetista, no rehuyó otras formas versales. Reacio a las publicaciones, sólo dio a las imprentas dos libros, al final de su vida, a pesar de lo cual siempre gozó de magisterio en los ambientes poéticos”. 
Con la humildad de un grande, Jesús se ve así en Autorretrato:

Este que aquí, de pan e incertidumbre
vive y desvive un poco cada día,
éste soy yo, de afán y de agonía,
de sed y agua, de ceniza y lumbre.

Hombre partido en dos -sueño y costumbre-,
hombre de hielo ardiente y llama fría
a quien lenguas de dulce poesía
lamen la llaga de su pesadumbre.

Hombre, al fin, como tú, como cualquiera,
que no sabe quién es ni a qué ha venido
ni el color de la muerte que le espera.

Un hombre que ama y sufre, que ha bebido,
que es malo y bueno... y que, en verdad, quisiera,
si hay que morir, morir como ha vivido. 

Habría que cambiar de calle a Jesús Arcensio por pura justicia. Una ciudad no puede permitirse estar de espaldas a un poeta que la ha vivido en su esplendor creativo, que le ha legado una obra de tanta hondura y belleza. Añado que parte de lo que cantan los flamencos de aquí son letras suyas, firmadas o no. Y si una voz no bastara para darle otra calle, ahí esperan para ser leídos todos los poemas del libro. Una ciudad brilla más, entre otras cosas, cuando los que se encargan de la cosa cultural saben o quieren –porque poder, pueden– valorar a su gente señera. El poema del principio termina así:

Yo sigo aquí, perdido,
aislado en este tiempo que no es mío.
Y pasan, van y vienen cuerpos, sombras.
Cruzan y vuelven a pasar, indiferentes,
sin mirar que hay un hombre en una esquina,
perdido, extraviado
en la isla de un tiempo que no es suy

DOS SONETOS 

Este, de 1969 está en la fachada del Convento de Nuestra Señora del Carmen. de Galaroza.

Tú, que del mar te nombran Capitana,
dejas aquí el timón por la mancera.
Y, así como excelente marinera,
eres también magnífica hortelana.

Rumbos de miel le das a la manzana;
rumbos de flor a cada primavera;
rumbos de pan a cada sementera;
rumbos de amor le das a la serrana.

Mira, Madre, qué mar tan deleitosa,
qué oceanía de tréboles y flores
mece a tus pies su plácido oleaje.

Anclando va tu amor en cada cosa
cuando el serrano mar de tus amores
navegas en virgíneo cabotaje.

CIUDAD DORMIDA lo dedica a Niebla. Moya anota que 'fue escrito en un bar en 1969', según José Antonio Ortega, sobrino del poeta, testigo del momento:

Lame el sol los tremendos cornalones
con que el toro del tiempo tu muralla,
terco, quiere abatir. La brisa calla
y acaricia tus viejos desgarrones.

Encantada ciudad, Niebla. Ilusiones
de hacer hoy el ayer. Loca batalla
es quererle poner al tiempo vall
vararlo en un mar de evocaciones.

Navío anclado junto al rojo río
que naves salomónicas meciera;
arca de historia, fama y poderío;

ciudad de los mil sueños: iQuién pudiera
devolverte tu vieja voz, tu brío,
la gloria de tu antigua primavera!

© Jesús Arcensio

EL AÑO DE LOS TIROS · Rafael Moreno

1888. EL AÑO DE LOS TIROS
Rafael Moreno 

Novela concebida como homenaje a los protagonistas del movimiento obrero y ecologista de la Cuenca Minera de Riotinto. El texto, que sale a la luz en un momento de recorte de logros sociales conseguidos siempre a base de sangre, sudor y lágrimas, reivindica el lugar que en la Historia le ha sido hurtado a los mineros de Huelva.

RAFAEL MORENO


LO QUE DURA LA NOCHE
Rafael Moreno
RD Editores. Sevilla


La aparición de un cadáver provoca en la vida de Facundo Cruz un viraje de ciento ochenta grados cuando el protagonista está a punto de poner el punto final a su larga carrera como policía. En adelante, como si se tratase del llamado "efecto mariposa", todo estará relacionado con todo, y cualquier variación en el orden establecido será consecuencia de la aparición de este suceso. El personaje, episodio tras episodio, conduce al lector por una trama excelentemente tejida mediante los hilos del suspense, de lo policíaco y de la narrativa de género histórico, para terminar con un sorprendente e inesperado final.

Félix Grande · Libro de Familia


LIBRO DE FAMILIA
Félix Grande
Colección Palabra de Honor
Visor Libros
Madrid 2011
  
Félix Grande es poeta cuando habla y cuando calla. Las veces que he asistido a sus decires en este o en aquel foro -Madrid, Trigueros, Granada, Sevilla…- parecían sus elocuentes silencios pausas para digerir cuanto bueno había dicho y preparación para lo que quedaba por decir.
La última vez fue en la Casa Colón de Huelva, presentado por un malagueño brillante, José García Pérez, y me dolió la sed del poeta cuando preguntó desde el estrado: ‘¿No habría por ahí un poco de agua?, tengo la garganta seca’. Esta vez, 'agua sin peces ni barro, agua, agua, agua agua'. Pasó esto nada más empezar, cosa que al público ya le sonó a verso. Pero no había agua para el poeta y hubo que buscarla primero en los lavabos, donde no se encontró un vaso, y después en un bar cercano. No mermó el interés del público (por cierto, 4 personas) por esta circunstancia ‘tan natural, por lo visto, en los actos culturales’, sino que se acrecentó por escuchar lo que el poeta dijo después de beber:

‘tu agua lujosa lleva bajo el ala
el vuelo popular de la corrala’

Nada desentonó con la sed porque se acordó de Alosno, pueblo cantado y cantaor por excelencia, al que tanto quiere el poeta, donde reza un fandango:

Dame agua de tu noria,
que vengo muerto de sed; 
Jesucristo, por beber,
le dio a una mujer la gloria;
yo te daré mi querer.

Aquella noche, Félix no quería cantar sus versos, sino decir el motivo por el cual traía seco el paladar, que no era otro sino que a Francisca Aguirre, con quien se casó dos veces, le acababan de conceder el Premio Nacional de Poesía. Sed. Sed tenía el público de la sala de escucharlo, pero él sólo quería hablar de Paca y de las circunstancias que marcaron su vida desde la guerra civil. Sólo al final habló brevemente de esta obra propia recién horneada: ‘Libro de Familia’, de cuyas páginas entresacó algunos poemas para, de inmediato, retomar la copla que le copaba el sentimiento. 

Este fauno verbal mete la boca
entre los muslos de las sílabas
y ahí las tienes a las palabras:
húmedas. Vivas. ¡Qué te parece!

Félix hubiera sido cantaor, y lo es, o guitarrista, y lo es, pero en el momento de decir ‘este es mi sitio’, escogió ser poeta, o la poesía lo escogió a él para estar presente y humedecer de emoción tanta sequedad, tanta atonía, tanto destemple, porque él conoce

...el lenguaje, el universal,
el susurro de Dios, el alba
del mundo, el abogado santo
de la humillación y la pena.
Félix recitó:
[La mujer de mi vida
Duerme lucha en la cama a tos partida, contra
su catarro septuagenario.
Amor mío cúrate cúrame.
Tu tos brama en el cráter de mi miedo.
Oh cráter de mi culpa.
¿En qué barranco de mi infancia
rodeé de perros tu inocencia, todos
rabiosos? Ah tus pulmones: mira
cómo señalan con su dedo neumónico hacia
mi pasado materno. Y ahora qué
con esa tos, esa tos juez, esa ventana irreparable
tan abierta como mis ojos, tan cerrada
como este nudo de perdón en la mitad del cuello?]

El poeta se interna en el túnel del origen y ya nadie es quién para jugar con fechas ni datos de costumbre. Su biografía se resume en que nace al crear su primer poema, crece con el eco y no muere nunca porque la estela lo lleva a los confines del túnel cabalgando sobre sus palabras. La sed de Félix frente a los que lo escuchábamos se convirtió en sed de abrir este bello libro a ver de qué verbo estaba hecho, quizás de ‘soplos de materia y secretos de evidencia cósmica’.

© Manuel Garrido Palacios
En la imagen: Félix Grande, Garrido Palacios y Domingo Prieto.

EL ABANDONARIO

EL ABANDONARIO
M. Garrido Palacios 
1ª Edición. Editorial Calima. Mallorca
2ª Edición. Editorial Harmattan. Paris
  

Manuel Garrido Palacios nos entrega en 'EL ABANDONARIO' su apasionante novela. Dedicado profesionalmente al cine y a la etnografía, sólo en estos últimos años ha ido publicando libros de ficción literaria. El sorprendente EL CLAN Y OTROS CUENTOS (Ed. Calima, Palma de Mallorca) y esa variopinta fábula titulada NOCHE DE PERROS (Ed. AR, Sevilla, Calima, Mallorca y L'Harmattan, Paris) nos mostraban ya a un narrador premioso conocedor de su oficio y exhaustivo gozador de la alta, rica tradición castellana. En ambos libros latía el aliento de un hombre entrañado, investido en lo popular, en el que la ironía, el escepticismo, la retranca..., nos daban cuenta de un mundo personal, entretejido de realidad y ficción mágica, con un pie puesto en los estribos de la picaresca (con esa visión escéptica, amargosa del mundo) y el otro en ese prolijo mundo de lo escéptico y de lo soterráneo que encontramos también en la vasta tradición castellana, desde Cervantes a Rulfo, desde Quevedo a Valle o al Cela del Pascual Duarte. Pareciera que todos esos largos años emboscado detrás de la cámara, atento a las luces y a las penumbras, a las voces y al silencio, hubiesen propiciado en el autor un caudal vivo de sombras y máscaras que ahora, en su faceta más propiamente creativa, se nos revelan en toda su concertante, apabullada realidad. Estas tres coordenadas: la tradición escéptica, la visión mágica y el lenguaje popular , más que presentes en sus dos libros de relatos, constituyen ahora el soporte literario de este libro (EL ABANDONARIO) tan sorprendente como impagable. EL ABANDONARIO es un viaje hacia los médanos interiores de una memoria que se resiste a reconocerse en los parámetros realistas o mecanicistas, donde los hechos quedaban sepultados, envilecidos por un proceso de afirmación histórica o ramplonamente temporal. Muy al contrario, lo primero que sorprende en esta novela, es precisamente la ausencia del tiempo. El recuerdo, la memoria, ajenos a la contaduría de las horas, se superponen, se erigen, vivifican la realidad, construyendo una reconocible fantasmagoría de hechos simultáneos y envolventes que atrapan al lector ya desde sus primeras líneas, aventurándolo a un mundo de una sencillez, de una fantasía desaforada. En realidad, lo que Manuel Garrido Palacios, persigue a lo largo de esta obra inolvidable es recrear, alentar, producir una atmósfera interior reconocible, en la que vida y muerte, realidad y magia se entretejan de una manera creíble y lo que es más importante, natural, en torno a los pellizcos de la vida. Pero si ya en su larga obra cinematográfica Garrido Palacios trata de recoger la devastada memoria de los pueblos, afirmándolos en su identidad y sublimando precisamente aquellos elementos que hacían palpable esa identidad, aquí, en esta, su primera novela, se nos propone una vuelta de tuerca al introducirnos en un mundo de resonancias míticas que nos agarra desde la pura y abstracta identidad y donde el lenguaje, de una llaneza casi cegadora, consigue por sí mismo convertirse en el absoluto protagonista de esta historia en la que un muerto relata a quien lo vela la historia de un pueblo fenecido, atrapado en su propia fantasmagoría. Nos hallamos, pues, ante una novela sorprendente que consigue imantar al lector a las primeras de cambio, para mantenerlo en vilo durante toda la deslumbrante travesía. Y es que Garrido Palacios, seguro de su oficio, capaz de descubrir una atmósfera en unas pocas líneas, lejos de adentrarse en un discurso atolondradamente lírico, prefiere ponerse en manos de la naturalidad, de la fluidez de la palabra dicha, oída, metida en la matriz y en el estómago. Será, así, a través de los personajes que hablan a través del muerto, que se construya la peculiarísima memoria de Herrumbre, ese pueblo acosado por la nada, y cuya historia es la que se va enhebrando a lo largo de todo el libro. Mamuel Garrido Palacios se ha limitado, parece y aquí estriba gran parte del éxito del relato a dar sentido a todas esas voces, ordenándolas de manera que el lector se reconozca en cada una de ellas, removiendo en él los más dormidos soportales de la memoria. Una novela, en definitiva sugeridora y valiente, escrita con toda el alma, que se reconcilia con el arte de la prosa, tan demacrado, tan envilecido últimamente. Sin duda, y acabamos, una de las novelas más deslumbrantes escritas en los últimos tiempos en la lengua de Rojas, Cervantes o Rulfo.

© Manuel Moya (España)