LAS MORADAS DEL VERBO

LAS MORADAS DEL VERBO
(Poetas españoles de la democracia)
Antología
Sel. y estudio: Ángel L. Prieto de Paula
Ed. Calambur

Corta es esta página para resumir las casi 600 del libro Las moradas del verbo,  presentado como selección de poetas españoles en castellano nacidos entre 1954 y 1968, que sacaron sus primeros títulos en el último cuarto del siglo XX, todos con amplia obra como para trazar un perfil de la misma. Veamos la nómina y una muestra del poema con el que cada autor ocupa su espacio:
Miguel Casado (1954): ‘Con frecuencia, el que mira / un río suele limitar su curso / entre dos curvas’; María Antonia Ortega (1954): ‘La soledad duerme / sobre el filo / de su espada / y sólo invita / a compartir / con ella su lecho / a los guerreros’; Julio Llamazares (1955): ‘Nacimos en tardes de cigüeñas con dos silencios largos en los ojos’; Julio Martínez Mesanza (1955): ‘También mueren caballos en combate / y lo hacen lentamente’; Concha García (1956): ‘Se pregunta a sí misma / por su pelo, recoge el cáliz, / toma el color del pomelo / y se ungüenta perpendicular a los árboles’; Tomás Sánchez Santiago (1957): ‘Venir desde muy lejos, de no se sabe dónde / a consumar el rito de la vida’; Juan Carlos Mestre (1957): ‘Mis antepasados inventaron la Vía Láctea / dieron a esa intemperie el nombre de la necesidad’; Ángel Campos Pámpano (1957-2008): ‘La lentitud del rosa ensombrecido, la luz blanca o dorada de las plazas vacías tras la lluvia, en la tarde. Buscaba mi lugar’; Luis García Montero (1958): ‘Están.los mismos tilos al borde del jardín / los mismos ojos detrás de la ventana’; Blanca Andreu (1959): ‘Di que querías ser caballo esbelto, nombre de algún caballo mítico o acaso nombre de Tristán’; Álvaro Valverde (1959): ‘Silencio estremecido de la altura / callado serenar de lo que alienta’; Felipe Benítez Reyes (1960): ‘En amor el perdón es sólo una palabra / que no se aviene nunca a un sentimiento’;
Carlos Marzal (1961): ‘La crítica, tan crítica, tan lista, me ha indicado que soy nieto cercano de don Manuel Machado’; Aurora Luque (1962): ‘Cerré los ojos: quise / guardar esa armonía intocada. Y el sueño se prolongó en la aurora’; Amalia Iglesias Serna (1962): ‘Hace ya tiempo que no hay golondrinas al borde del tejado’; Jorge Riechmann (1962): ‘La intimidad del viento es inmisericorde. Descarna una casa como desnuda un cuerpo’; Amalia Bautista (1962): ‘Para ti nunca fui más que un pedazo de mármol. Esculpiste en él mi cuerpo’; Manuel Vilas (1962): ‘Cómo me acuerdo de tus manos y de tu sonrisa / todos los amantes se acuerdan de lo mismo’; Miguel Ángel Velasco (1963): ‘El polen de la aurora / la filigrana lenta de la savia / el trémulo rocío, cada gota / en que se copia entera la mañana’; Vicente Gallego (1963): ‘Que mi mundo sea la magia de esta casa tomada en su quietud por la penumbra’; Vicente Valero (1963): ‘Fuimos como animales extraños / atraídos por esta idea nuestra de empezar otra vez’; José Mateos (1963): ‘Mis amigos sabían ya del turbio / inextinguible fuego de tus labios / y yo no supe hablarte’; Antonio Moreno (1964): ‘Detrás del monte, queda el mar / y la clemencia de la luz dorada’; Juan A. González-Iglesias (1964): ‘Ríndete ya, no cuerpo, no persona / sino suma de puntos deliciosos’; Álvaro García (1965): ‘No hay nada que decir ni que escribir / pero es imprescindible expresar eso’; Ada Salas (1965): ‘Tengo un rumor morado entre los labios / un ave y una voz crucificadas / en la cima del pecho’; Luisa Castro (1966): ‘Cómo voy a contarte mi febril búsqueda de rastros en tu cuerpo abandonado’; Antonio Méndez Rubio (1967): ‘Abre de sol / los libros ciegos / las veredas que no sabrás nombrar / pero que existen / por ti desenterradas’; José Luis Piquero (1967): ‘Aquella maña que se daban para atraparme siempre / aunque volviera por otro camino’; Jordi Doce (1967): ‘Ahora es costumbre, agostada presencia, luz fría bajo el cielo arrasado de invierno’; Lorenzo Oliván (1968): ‘¿Desde qué oscura certidumbre sobre el tiempo / va amortiguando así toda esa angustia?’; y Enrique Falcón (1968): ‘Tenía una mano fría metida en un montón de tierra negra. Un día la cogí y la elevé por los aires’. 
Las treinta y dos voces poéticas que habitan ‘Las moradas del verbo’, con el preciso estudio de Prieto de Paula, hacen de la obra un necesario documento lírico de una época.

© Manuel Garrido Palacios