Tina Pavón

Tina Pavón
(Cantaora) 

Esta gran dama del flamenco vino al mundo con la voz hecha para cantar. Trajo en su equipaje esa virtud admirable y luego la vida se la talló sin prisas en el yunque de los años como una labor artesana de las que perduran, de las que dan rotundidad a la belleza, de las que se gozan «en el malva de la tarde»; voz plena de dulzura fresca y antigua salida de todos los tiempos, voz sabia del eco de los caminos, voz que habita a la distancia justa para abarcar los matices que juegan por lo alto y por lo bajo, voz que es pura expresión, que no fuerza el verso: lo moldea, lo mece, lo devuelve enriquecido, lo adorna, lo ama. 
«El hombre siempre en el mar / y el corazón en el viento», canta Tina Pavón en el disco «Luz de Alba», pleno de poemas de Juan Ramón Jiménez, obra en la que pone el alma con toda su carga de sensibilidad y respeto hacia el poeta. Ella se pregunta cantando: «¿Por qué el alma llora tanto?» Las guitarras de José Luis Rodríguez y el Niño Elías le dan tono y la acompañan en la búsqueda de la esencia expresiva. Los coros de Carmen y Olivia y el ritmo leve del Junco le aportan eco y calor a los latidos. 
Lejos de cualquier tópica disciplina, la voz de Tina Pavón lo mismo es torrente ahora que susurro después; voz que, una vez marcado el cauce por donde irá el poema, parece recitar mientras canta, o cantar mientras recita, y todo libremente, sin someterse a formas rígidas en las que la poesía no supiera moverse. Ese rasgo roto previo a los versos de «la soledad amarilla» hacía siglos que no inundaba el ámbito del flamenco. Es desgarrador el verso en labios de Tina Pavón. No sé si a Juan Ramón Jiménez le gustaba o no el flamenco (digamos que un día sí y otro no), pero es posible que se asombrara al sentir poesía sobre su propio poema, que eso es lo que hace la cantaora Tina Pavón, sumar algo bello a lo bello, poner lo grande con lo grande. 
«Se paró el cielo un instante / sobre el negro de los pinos». Tina «va cantando sus sueños por el camino perdío». Habla de cuando escuchaba y aprendía de su abuela, de que a Mairena «se le cayeron dos lagrimones» como uvas la noche que la escuchó en Sevilla, de sus comienzos a los quince años, bendito tiempo en el que ya apuntaba su voz hacia los verdaderos poetas: cito a Jesús Arcensio, del que llegó a cantar dos poemas sin más allá ni más acá que recordar ahora sus versos y hasta entonarlos a media voz: «Entro en la primavera / con mis zapatos rotos». 
Me encontré con Tina Pavón hace pocos años en la puerta del antiguo Mercado del Carmen como si nos hubiéramos puesto de acuerdo para despedirnos del recinto, como si retomáramos una conversación interrumpida hace treinta años, como si el Destino lo hubiera previsto. Y hablamos de este y de otros discos, y de cantaores que la movieron por dentro, y de voces que se enredaron en su estilo, y de su idea de cantar por bulerías el «Viaje infinito» del moguereño. Luego subió a su casa, bajó el disco y durante el resto de la mañana estuve escuchándolo a solas en el estudio. La sensación que me quedó y que conservo es la de decir: «Dichoso el poeta que sea cantado por ella porque es un milagro que se pueda cantar así». 

© Manuel Garrido Palacios