Héctor Garrido · Fractales

Héctor Garrido
Fractales
Anatomía íntima de la marisma
Fractals
Íntimate anatomy of the marshland
Fraktale
Intime Anatomie der Marschlandschaft

Editorial Rueda · Madrid


Texto leído en la presentación en FNAC de Sevilla 

Cuando presenciamos el nacimiento de una obra de arte que merece la pena, que no es pura rutina, que emociona, que abre puertas a la percepción y que hace pensar, es un momento feliz. Y si la autoría de esa obra es de una persona querida la satisfacción es mayor. La historia de este libro, de estas fotografias, comenzó hace años como todas las cosas consistentes que precisan de un largo proceso de madurez. Es una historia de amor, de amor a la naturaleza y al arte plástico iniciada desde la adolescencia por Héctor Garrido Guil, Chiqui para los amigos. Lo recuerdo formando parte de aquel grupo de precoces ecologistas, en el que también militaban mis hijos, y que en una Huelva sobre la que comenzaban a defecar una serie de industrias con escasas restricciones medioambientales, acometieron una serie de arriesgadas acciones que sumadas a otras iniciativas ciudadanas consiguieron oponer algo de cordura a la codicia de un sistema industrial cuyo único objetivo es el beneficio económico. Por aquel entonces, ya Héctor, en sus incursiones solitarias, prismáticos en mano, comenzaba su idilio con los pájaros a los que seguía "por amor a lo que vuela", como diría Antonio Machado de los niños perseguidores de moscas. Las observaciones y el intenso trabajo vocacional lo llevan a convertirse en un experto ornitólogo, y él mismo, en su posterior trabajo en el Coto de Doñana, se convierte a veces en pájaro y vuela entre ellos. Y no se trata de una metáfora, porque aunque realmente vuela con la nada despreciable ayuda de una avioneta, adquiere y desarrolla la mirada del pájaro. Como una cosa lieva a la otra, lo que descubre esa mirada privilegiada, es una forma diferente de ver la realidad, las formas cotidianas y los colores. Creo que es entonces cuando Héctor encuentra el momento exacto para retomar una aplazada vocación de artista plástico que siempre tuvo. Ahora coincide la inspiración con los medios adecuados: Una naturaleza que niega parte de sus encantos a quienes vivimos a ras de tierra y un medio que ya conoce muy bien, que es la fotografia; una fotografia ligada desde su nacimiento al arte plástico y que actualmente está en el cenit de su consideración artística. Lo que nos muestra este libro, que es a su vez una joya editorial, son una serie de otras visiones de lo real, que aunque podrían considerarse obras abstractas, no lo son en absoluto. Nunca he creído en la abstracción referida al arte plástico. Aunque para la Real Academia lo "abstracto" significa alguna cualidad con exclusión del sujeto; el sujeto está siempre presente como forma, aunque no sea asimilable a las formas identificables y como materia, aunque la materia sea solo de micras de grosor como son las tintas que en esta publicación reproducen las fotografias de Hector. Sin embargo, cosas del arte, esta leve materia que determina las formas seleccionadas por el artista son capaces de producir emociones especiales en el espectador. Por la belleza de las mismas, por el misterio, porque a veces estas imágenes se convierten en una especie de test proyectivo que sugieren significados surgidos del subconsciente. El mirar estas fotografias resulta a veces como dar saltos sobre la historia del arte desde sus comienzos. Están los grafismos que evocan la prehistoria, la figuración primitiva con torpes formas animales, el ojo de un cíclope que podía ser de Goya, árboles de algún refinado paisajista, incisiones de Lucio Fontana y texturas de Tapies pasando por las veladuras delicuescentes de Turner. Pero nada es lo que parece y queda uno sumido en una desconcertante inseguridad. ¿Son las cosas como las vemos? ¿Tanto depende nuestro ser del punto de vista? Si continuamos descendiendo por esa sugerida fractalidad hacia lo microscópico ¿podemos llegar a contemplamos como una agrupación de espacios eléctricos réplicas del cosmos? Son cuestiones que puede plantear el arte cuando el arte no es un mero ejercicio de virtuosismo técnico. Ese arte que nos dispara las ideas me recuerda la letra de un fandango de Alosno:
"Pensamiento, ¿aonde me llevas
que yo no te pueo seguir?
No me lleves por caminos
donde yo no sepa ir".

Pero ese mismo arte también nos sugiere ajustar el dial en esa belleza productora de la emoción necesaria para sentimos vivos y que nos hace detener la mirada en obras tan maravillosas como la que hoy celebramos. Gracias, Chiqui, por tu trabajo y por estas emociones.

© Juan M. Seisdedos Romero

http://elasombrario.com/la-espectacular-donana-de-hector-garrido-que-inspiro-la-isla-minima


Fernando Pessoa

LIBRO DEL DESASOSIEGO
Fernando Pessoa

Edición de Manuel Moya

Hoy parece conjurarse todo para que la jornada sea mágica. Abres el libro que recibes, suena en el estudio el Concierto nº 5 de Beethoven, y lo que lees y lo que escuchas forjan en tu interior un “alguien” que eras o no eras antes, que serás o no serás después. Y si, como dice Pessoa, ese “alguien te dijera que todo esto es falso y absurdo, no le creas. No creas tampoco lo que yo te diga, puesto que no debes creer en nada. Desprécielo todo, pero de manera que ese desprecio no te incomode. No te tengas por superior a quien desprecias. El arte del desprecio noble consiste en eso. Volver puramente literaria la receptividad de los sentidos y las emociones, cuando acaso parezcan inferiores, convertirlas en materia aparecida para con ella esculpir estatuas de palabras fluidas y lambentes”. 
Manuel Moya, tan sólido en todas sus entregas literarias, sean de poesía, novela, ensayo o artículo, ha traducido, editado y prologado “Libro del desasosiego” de Bernardo Soáres, uno de los heterónimos de Fernando Pessoa (Ed. Baile del Sol), “uno de los proyectos más persistentes y complejos del poeta que constituye en sí mismo toda una literatura”. María José de Acuña le pregunta qué aporta su traducción; Moya responde que “Pessoa ha contado con traductores fantásticos, como Llardent, Campos Pámpano o Crespo. Muchos lectores lo descubrimos en esta espléndida versión en Seix Barral. Pasa que Crespo murió antes de que “Libro del desasosiego”, hecho con fragmentos dispersos, fuera revelado entero. Después vino la edición de Cuadrado, en Acantilado, que sigue la de Zenith para Assírio & Alvim (Lisboa, 2003). Mi versión aporta texturas más abiertas o literarias; sobre todo hay en ella una ordenación propia”. 
Dice Pessoa: “A muchos les parecerá que mi diario, hecho para mí, es artificial en exceso, pero es en mí natural ser artificial. ¿Con qué otra cosa habría de entretenerme, pues, si no fuera con escribir cuidadosamente estos apuntes espirituales? Por otra parte, los escribo con descuido. Del mismo modo, con ese mismo descuido por el refinamiento los agrupo. Soy alguien para quien el mundo exterior es una realidad interior. No siento esto metafísicamente, sino con los mismos sentidos por los que conocemos la realidad”.
Manuel Moya cree que la obra es una referencia ineludible en la literatura del siglo XX. Desde su aparición, ha ido creciendo, sacralizándose con cada edición. Es un texto inagotable sobre el que no cabe la indiferencia. La concepción inacabada y abierta de sus fragmentos, su sentido confesional, que muestra en su desnudez a un hombre radicado en su soledad y abismado en su realidad interior, pero indemne en su integridad; esa imbricación entre sueño y realidad que sustancia un territorio emocional que surge de una experiencia vital, pero, sobre todo, el canto de un individuo consciente de su intransferible existencia, hacen que su lectura sea una experiencia única para el lector, que asiste a la aventura de un hombre emboscado en sí mismo, y que a través de su mirada nos introduce en un universo concreto y abstracto, real y simbólico, donde cielo, infierno y purgatorio se entrelazan, entran en conflicto, se neutralizan, iluminando un espacio en el que conviven la miseria y la grandeza humanas. 
A la magia se suma Lorca cuando dice: “¡Qué extraño que me llame Federico!”, para seguir con Pessoa: “¿A qué asisto cuando me leo como si leyera a un extraño? ¿En qué orilla estoy cuando me miro en el fondo? Otras veces me encuentro con fragmentos que no recuerdo haber escrito -lo cual me sorprende poco- […] Ciertas frases son de otra mentalidad”; y Juan Ramón desde la hondura de su ser, cuando Pessoa expresa: “Soy más viejo que el Tiempo y que el Espacio, porque soy consciente. Las cosas derivan de mí; la Naturaleza entera es la primogénita de mi sensación. Busco y no encuentro. Quiero y no puedo. Sin mí, el sol nace y se apaga; sin mí la lluvia cae y el viento gime. No son por mí las estaciones, ni el curso de los meses, ni el pasaje de las horas”. 
“Libro del desasosiego”, o “genio de Pessoa en todo su apogeo”, al decir de Zenith, que Moya ve como “bosque inmenso que el caminante ha de recorrer por sus propios medios”; obra, en fin, de “una de las personalidades más inquietantes, luminosas y complejas de una época”, que se fue dejándonos su legado.

© Manuel Garrido Palacios
Imagen: Perfil de Álvaro de Campos en una casa de Tavira.