LA CUENCA MINERA

LA CUENCA MINERA
Ed. Juan Delgado y Manuel Aragón 

Martín Soler traza el marco: “Las minas fueron durante miles de años creadoras de riqueza, pero también existieron épocas que llevaron a los pueblos mineros a la desolación más profunda. Estos cambios bruscos en la historia fraguaron las huellas de la mina como parte del patrimonio, de la cultura y de la sociedad”, y versos de Alberti abren el capítulo Historia: 

El Palacio de la Noche

fluye, ardiendo,
tristes espumas de cobre...


... en el que Jesús Fernández Jurado dice que “la belleza nos inquieta; se muestra sugerente al tiempo que impide que la alcancemos; se ofrece y nos turba con su indiferencia. Así es Ríotinto: una belleza incógnita de matices infinitos, que no somos capaces de aprehender; impávida, serena, silenciosa e irredenta tras milenios de sentirse sometida al hurgar de quienes han querido poseerla. Desde ese entonces, que aún ignoramos, se nos viene ofreciendo sin entregarse. Por estas tierras anduvieron quienes aún desconocemos y de los que con dificultad presumimos incluso su existencia, ni tenemos certeza de las causas y razones de su deambular por un territorio apenas parecido al que ahora caminamos”. Para Francisco Sánchez, “vista desde el espacio, la Cuenca Minera aparece como una herida en la Tierra, una inmensa cicatriz de diez kilómetros de longitud, cuyos colores cárdenos semejan sangre coagulada. Aunque sus tonos rojos procedan de los minerales oxidados, este lugar también es el resultado de siglos de sangre vertida. Porque si todos los territorios, en distinta medida, son obra de la mano humana, en Riotinto la naturaleza ha sido suplantada hasta convertir el terreno en una pieza escultórica, en una tierra donde hasta la última piedra ha sido tallada”. Manuel Flores Caballero cree que “La milenaria historia de las minas nos muestra que la vida de sus explotaciones, al igual que sucede con la de las personas, tienen conductas que se convierten en reglas y leyes de comportamiento. Cuando se ponen en marcha o se rehabilitan son mentes creadoras de riqueza, se producen grandes inmigraciones de personas y asentamientos de nuevos pobladores en sus proximidades. Cuando se cierran se viven los efectos de la pérdida de la fuente de riqueza produciéndose el abandono masivo de la población y la desolación”. Concha Espina escribe que “Convertíase en maravilla del mundo el gran templo de los judíos mediante la brillantez de los orocalcos, el cobre de la montaña; se engrandecían Tiro y Sidón con las excavaciones hechas por asiáticos en el misterioso confín, y ya los tartesios no estaban conformes en trocar sus minas por leyes rimadas, poemas escritos, abecedarios y perfumes. Las pasiones que dan su fuerza a la avaricia empezaron a rugir en las alturas dominadas por el castillo del rey sabio desde el cerro que aún lleva su nombre. Acudieron romanos y cartagineses al señuelo del botín, encruelecidos ante el polvo que se convierte en monedas, disputándose la fabricación de los discos rojos, semejantes a corolas. No hubo compasión para los criaderos grávidos y profundos, ni para los hombres miserables y tristes”. El tema del medio natural se abre con las Ordenanzas de Zalamea la Real de 1535: “Que nadie nadie pueda enrriar lino en las aguas que bebiesen los ganados. Otrosí que por quanto en la dicha villa ay necesidad de aguas para que beuan los ganados de agosto e muchas personas las dañan enrriando lino en ellas”. Pedro Flores describe la cuna: “La Sierra de la Gargantilla, Sierra de la Chaparrita, Sierra de San Cristóbal o del Padre Caro. Términos de Nerva y la Granada de Riotinto forman parte de la cabecera del río Tinto, que desde su nacimiento comparte divisoria de aguas, por su derecha, con su río hermano el Odiel y que no abandonará hasta su desembocadura. Cientos de pequeños arroyos de estas sierras del noreste poco a poco van haciendo al río Tinto”. Ricardo Gómez define la Cuenca como un biotopo que incluye “cauces de agua, bosques de coníferas, eriales, vacies mineros y dehesas”. comarca de “algo menos de sesenta y ocho mil Hectáreas donde existen diferentes unidades ambientales interrelacionadas entre sí por la situación geográfica, el clima, la hidrología, las tierras y la cultura ancestral de sus gentes que, a lo largo de siglos, han ido modelando los paisajes”. 
Según Elena Rubio de Miguel, “La Cuenca Minera de Riotinto, en pleno corazón oriental de la provincia de Huelva, mantiene a lo largo de su historia una íntima relación con la naturaleza a través del aprovechamiento de los recursos de su entorno. Este continuo que se produce entre hombre-naturaleza engloba un complejo de relaciones económicas, sociales, culturales, políticas, ecológicas y artísticas enmarcadas en un contexto más amplio: el medio ambiente”, concepto que no se restringe a los espacios naturales, “en el sentido más 'no humano' del término”; también hay que incluir “los aspectos naturales y socioculturales que envuelven la vida”. José Manuel Rubio perfila la comarca “con los términos municipales de los poblados de Berrocal, El Campillo, Campofrío, La Granada, Minas de Riotinto, Nerva y Zalamea la Real”, que, “en mayor o menor medida estuvieron influidos por el fenómeno económico minero de la explotación de unos otrora riquísimos yacimientos piritíferos y asociados, en los que se benefició, en distintas épocas, el hierro, el cobre, la plata, el oro y otros productos; aparte de exportarse en grandes cantidades mineral en bruto o con un grado leve de enriquecimiento. La situación de esa actividad es hoy arqueología industrial”. José María Morón abre el capítulo Sociedad: “¡Qué bien repiten los aires / el sermón de la montaña!”, en el que se habla de las Cruces de Berrocal, fiesta que, según José Romero: “Sacraliza la fertilidad y la belleza de los campos, el romero y el animal, el tótem, la bestia de carga -el mulo-, ejes principales de esa romería [...] cristianización de paganas fiestas en honor del árbol" y que se enmarca en un “hermoso paraje donde el Barranco de la Estación se entrega al Tinto […] una bandada de torcaces refleja su vuelo en aguas rojas. Jaguarzos, retamas, cantuesos, zarzas, romeros, jarales, aulagas, tojuelos, asedian de verdor a las encinas. Territorio de la abeja, el conejo y el jabato”. Juan Ramón Jiménez cantaría al marco: 

Ponte de blanco, vida, para
ver en el monte la flor de la jara.

José Manuel Delgado reflexiona sobre gentes, modos y formas de “este aparente rompecabezas que es la Cuenca Minera” cuyo pulso “se encuentra mediatizado por una economía que ha venido a condicionar nuestro territorio a lo largo de los siglos, insistiendo en una comunicación constante, en un diálogo permanente no siempre exento de tensiones entre los colectivos, entre las gentes de la comarca y este referente socioeconómico que constituye la minería”. Julio Caro Baroja aporta notas y dibujos de Serafín Baroja, que estuvo de Ingeniero en Riotinto en los años anteriores a la venta de las minas a Matheson & Cía. de Londres, en 1873. Serafín, que “a los veintiocho o veintinueve años de edad tenía un temperamento optimista y un gran entusiasmo minero, creyó que las minas iban a ser explotadas racional, científicamente, que los ingenieros jóvenes como él iban a tener una misión grande que llevar adelante. La decisión por parte del Estado de vender las minas le descorazonó". Sensación que sobrevoló los tiempos para posarse en los versos de José Mª Morón:

Ya el silencio te apretaba

contra tu ansiedad en vela. 

Sombras de cobre y viento que avanzan implacables hacia el poema de Juan Delgado:



Barrenos, malacate, contramina,
túnel, entibación, zafra, portada,
relevo, tufo, pozo, tonelada,
catite, pico, mecha, disciplina,
corta, volquete, excavación, -doctrina
del ganarás el pan- calor, jomada,
vagón, destajo, capataz, bancada,
fundición, jefe, máquina, oficina...

Para Dominga Márquez, “El desarrollo rural es considerado hoy como un concepto integral que engloba múltiples factores además del económico, tales como culturales, de identidad, gestión y manejo de los recursos ambientales y está orientado a mejorar la calidad de vida de las poblaciones. En esta línea de pensamiento confluyen otros enfoques como el desarrollo local, la nueva ruralidad, la multifuncionalidad del espacio rural y, más recientemente, el capital social considerado como eje dinamizador del desarrollo de los espacios rurales”. Francisco José Martínez dice que “En la Universidad de Huelva tenemos la suerte de habernos cruzado con la historia de la Cuenca Minera, con más de 5.000 años de mitos y minería, a los que nuestra Universidad puede investigar y enseñar desde el punto de vista académico”. Neruda parece poner continuidad al discurso del libro:



Aquí viene el árbol, el árbol
cuyas raíces están vivas
sacó el salitre del martirio,
sus raíces comieron sangre
y extrajo lágrimas del suelo.

Y añade Antonio Machado:



Mi corazón no duerme.
Está despierto, despierto.
Ni duerme ni sueña, miran
los claros ojos abiertos,
señas lejanas y escucha
a orillas del gran silencio.

Ana Berruguete hace la semblanza del pintor nervense Vázquez Díaz; Lacomba glosa a Labrador, tan vinculado a la Cuenca; Juan Delgado a Evaristo Márquez, María Izquierdo, Mario León y Romero Alcaide, que traen en sus cuadros historia, crudeza, lucha, injusticia, tristes teleras…; Pedro Cantero da los rasgos de José Delgado, pintor de Campofrío; Jesús Velasco del zalameño Vicente Toti; Gerardo Pérez de Juan Barba; Beatriz de Ana de Jesús del Toro, y a la nómina plástica se suman las pintoras Candela Delgado y Elena León. En la recta final del libro, José Luis Pastor (Pío) trae ecos de la música en la Cuenca con tres partituras: La Esquila, de Minas de Riotinto, las Sevillanas Pardas, de Zalamea, y el Pasodoble de Nerva del Maestro Rojas. Y Manuel Arcenegui, en “La piedra se hizo carne y habitó entre nosotros”, siente que “Estamos en el paisaje, somos el paisaje; especialmente en la Cuenca Minera de Riotinto, la piedra es materia, es paisaje, evidencia”. Juan Delgado da fragmentos de su obra Memoria de la niebla, desde El siglo victoriano hasta Epitafio para una adolescente. Llegados al punto cero en el que se podría volver a empezar, el libro se pregunta con palabras de Cernuda ante “un esqueleto de metal retorcido, sin cristales, sin muros, un esqueleto desenterrado al que la luz postrera del día abandonaba. ¿Qué puede el hombre contra la locura de todos?”. Ahí observa Salvador González como horizonte “el cierre total de las instalaciones”, como si los siglos cerraran sus puertas en un “para siempre sin regreso”. La esperanza queda atada a los versos de Juan Delgado, el gran poeta de la Cuenca: “Está ahí el alma de la mina, esperando la mano de un sueño realizado, difuminada en nieblas de abandono, con toda la grandeza y el espíritu noble de nuestra identidad [mientras que] risueñas y elegantes, columpiándose al viento, dando vida al paisaje, están las amapolas como un símbolo fértil de amor y de esperanza”. Mina y flor que se convierten en puro eco “a orillas del gran silencio”.


© Manuel Garrido Palacios