Frédéric Chopin



Valldemossa


La celda número 4 en la Cartuja de Valldemossa es la que ocupó Federico Chopin. El edificio conserva en una sala el piano que tocó durante su estancia allí. El 21 de noviembre de 1838 dice a Pleyel en una carta: ‘Mi piano no ha llegado todavía […] sueño música, pero no la hago, porque aquí no hay pianos’. Y en carta posterior: ‘Querido amigo, le envío por fin mis preludios que he terminado con su piano, que ha llegado en las mejores condiciones...’. Se refiere a Preludios op. 28. Otras obras que salieron del mismo teclado parecen ser Balada op. 38, Polonesas op. 40 y Scherzo op. 39.


Paris


En la casa parisina de George Sand hay un cuadro de Gustavo Doré en el que aparecen unos pinos dorados por el atardecer. A primera vista podrían ser los talados del Conquero de Huelva, pero no lo son. Un cartel reza: «Paisage avec un cavaliere» La obra se integra en la exposición abierta con motivo del bicentenario del nacimiento de Sand y su lugar en la sala está junto a la vitrina que guarda en yeso la mano izquierda de Federico y la derecha de George, obras ambas de Augusto Cléringer. No se tocan. Se atraen como imanes sentimentales que avanzan a razón de una micra por lustro. Alrededor se cuelgan obras de Huet, Camille Corot, Fromentin y platos decorativos del taller de Giorgo Andreoli, además de óleos sobre tablas del mentado Doré, Midy o Delacroix. Pero no es esto lo que busco en el amplio estudio de las largas veladas, sino el espíritu de Chopin, ese que desataba su potencia creadora y cruzaba el muro de la chimenea en vuelo universalizador. El vigilante oriental apoyado en el quicio compone otro cuadro más de la estancia. La luz lateral hace que su rostro adquiera todos los matices de la mañana al moverse para ver pasar a los curiosos invasores del bello espacio. No habla. Sólo mira y así talla el hombre su impresión de cada uno. Alguien le pregunta pero tampoco consigue que pronuncie una palabra; sólo que saque un mapa de un cajón, calce sus gafas de cerca y le señale a dedo tieso el punto al que ha de ir. Suena insistentemente un piano. No sé dónde se ubica la fuente sonora, ni se ven altavoces, ni el volumen de la audición es tan alto como para entrecortar conversaciones, pero se reconoce en sus notas esa joya que es el Concierto nº 1 en mi menor de Chopin, uno de cuyos máximos intérpretes fue siempre Arturo Rubinstein y hoy puede serlo María João Pires. Ante un momento tan propicio para percibir sensaciones parece lo suyo dejar que los objetos revivan su historia bajo el discreto fondo de la grandeza de la obra.

Hecho al sabor del aire que se respira en la casa, lo propio es estar atento a todo sin pararse, ir y venir con la lluvia de la música al encuentro del espíritu del genio, ese algo que fue impregnando cada una de las intensas sesiones disfrutadas.
Una dama intenta fotografiar un objeto, impulso que el vigilante oriental corta con un gesto, mientras el piano sigue derramando su magia sobre los muros, el suelo, los muebles. Le pregunto al guardián por qué no le permite la foto si ningún cartel lo prohíbe. Le cuento que en Benarés, a orillas del Ganges, vi la incineración de un cadáver y la familia no quiso que se hicieran fotos porque el espíritu quedaría preso en la cámara sin subir al ámbito de las creencias. Entonces el vigilante me mira sorprendido, aclara que es hindú y que si impide las fotos es por la misma causa, para evitar que con una imagen robada salga de la mansión el espíritu de Chopin, cuya música percibimos. A partir de ahí, poco más cabe hacer sino regresar al silencio. 

© Manuel Garrido Palacios

Frédéric Chopin (1838)
Louvre. Paris
Eugène Delacroix
(1798-1863)

Ce tableau, un fragment de la toile George Sand et Chopin, fut sans doute peint en 1838, annee qui consacra la liaison de l’écrivain et du musician, ami de l’artiste. Le portrait de George Sand est conservé a Conpenhague.