Cancionero segoviano

Cancionero segoviano de música popular
Mariano y Félix Contreras


Cuando un día salí a estudiar etnografía me vi testigo de esas “últimas veces” de un legado de siglos. Para el saber de los pueblos había empezado la cuenta atrás. Escribí en el cuaderno de campo que el Folklore agonizaba, entendiéndolo como “lucha” por no morir en un combate desigual. Había sitios en los que para recoger una danza era necesario pedir de favor a los emigrantes que volvieran a casa el domingo. Entre los artesanos encontraba gente mayor a pie de banco sin nadie al lado para tomar el relevo. El Folklore pasaba de ser una expresión genuina del pueblo a un adorno para recibir a notables, de un solemne rito a una estética vacía, de una seña de identidad a una monería para turistas; se sacaba el alma para mostrarla en un escaparate. Los pulmones de un dulzainero se quedaban cortos frente a la amenazadora bulla de vatios. Las costumbres aparecían confusas, aunque el núcleo permaneciera intacto por si alguien reparaba en ellas como viejos rituales de nacimiento, vida y muerte… noviazgo, boda, tornaboda… Me di prisa en rodar muchas películas, en hacer radio y en sacar media docena de discos para retener el pulso que se iba. De entonces acá abundan las ausencias, por lo que aquel trabajo ha pasado a engrosar lo que Don Julio llamaba Ciencia de la Tradición, o sea, documentos de un modo de vivir, ser y estar.
La agonía no desembocó en la desaparición inmediata del Folklore. Lo digo en favor de los que conservaron este patrimonio popular colectivo. Una de las partes del país más castigada fue, sin duda, Castilla, donde el afán por retener lo que había fue mayor que en otras partes. Da fe de ello un Joaquín Díaz al frente de tanta batalla contra el olvido: que es la peor muerte. Joaquín y otros, que aportaron lo que pudieron. Ya es bastante esfuerzo mover la sonaja aunque los que escuchen no participen del sentido que tenían en su origen las piedrecitas que lleva dentro.
Años después de iniciar aquel trabajo no dejo de recibir datos, libros, revistas y discos, lo que me hace pensar que en el pozo sin fondo de la cultura popular aún sigue brillando el agua y que es posible beberla. Los que se fueron la dejaron limpia para que los que vinieran la encontraran apetecible. De este contexto destaco un disco que contiene la “Misa Antigua Segoviana para dulzaina y tamboril”, con Mariano Contreras como intérprete.
Su hijo Félix, artífice de la puesta a punto de esta joya (Tecnosaga) advierte que la dulzaina no ha sido instrumento de la música religiosa, tarea más propia del órgano o del armonio, pero que, en ciertos pueblos, a falta de teclas y fuelles, era un regalo la música de dulzaina, aunque en la calle se usara en otro tipo de actos.
Esta Misa Antigua la recuperó Mariano, dulzainero (Santiuste de Pedraza, 1903-94) y la difundió por la franja serrana lindera entre Segovia y Madrid, con lo que, a la vez que daba música a las misas, fijaba melodías en las memorias de Gallegos, Arcones, Arconcillos, Matabuena, Collado, San Mamés, Navarredonda, Pinilla, Villavieja...
Mariano aprendió esta misa a los 16 años de tío Pito y del sacristán. tío Pantalón, cosa que hizo con facilidad, tanto en la música como en el latín de la letra, por haber sido monaguillo y escucharla a su padre, Gregorio, tamborilero, que la conocía de antiguo. Otros maestros fueron tío Luis o tío Peseto, al que le compró una dulzaina por 14 duros, hoy en las vitrinas del Centro Etnográfico de Urueña, a la que acompañaba el tambor de Facundo. Los vecinos del barrio de San Lorenzo, en memoria de su dulzainero, celebran cada año Encuentros Folklóricos que llevan el nombre de Mariano Contreras.
Esta misa empezó a decaer por los años 1930; se componía de Kyries, Gloria, Credo, Sanctus y Agnus Dei. Los Kyries se anunciaban con la dulzaina; para el Gloria y el Credo daba el cura el pie del verso, y con voz y dulzaina se cubría el oficio religioso.
En un capítulo de una serie incluí el testimonio de Mariano Contreras, éste que su hijo ha recuperado felizmente. Quizá, sin saberlo, para él lo hice, para animarlo a fijar para todos la sabiduría paterna.
Ante hechos así habría que decir que del Folklore ha muerto parte del cuerpo; el alma está siempre esperando, como el arpa de Bécquer, “la mano de nieve” que sepa arrancarle los latidos, como ha hecho Félix.

© Manuel Garrido Palacios