Revista de Folklore nº 400

La Revista de Folklore es una publicación singular, específica, rigurosa sobre el inabarcable campo de la Etnografía. Desde 1980, fecha en que comenzó a publicarse en papel, ha convocado a los mejores especialistas en toda la gama de temas posibles, por lo que se la puede considerar como la gran Enciclopedia de la Etnografía en el ámbito del hispanismo. Más de 2.500 artículos y más de 650 colaboradores han contribuido durante todos estos años a convertir la Revista de Folklore en un medio de consulta imprescindible para todos.
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Música en Praga

TRIPLE CONCIERTO
DEMASIADO PARA UNA SOLA NOCHE

Azulejos de Portugal



AZULEJOS
de
Portugal
Nau portuguesa
© foto: Sandro Cabrita
Azulejos Século XVII
© foto: Antonio Henriques

Edith Wharton

Edith Wharton
Madame de Treymes
Traducción de Lale González-Cotta
Editorial Impedimenta

Una obra maestra de la brevedad y el estilo.
En ella la cuestión se une a la perfección.
(The Wall Street Journal)

Edith Wharton, de soltera Edith Newbold Jones, nace en Nueva York en 1862. Otros libros suyos: Santuario, La solterona y Francia combatiente.

Castigo al idioma

Castigo al idioma 

Si al entendimiento se le cruzan los cables cae en una maraña de nudos de la que resulta complicado salir. Al laberinto contribuyen, sin duda, las agresiones que sufre el idioma desde ciertos ángulos. Es lamentable el trato que se le da en algunos medios de comunicación. Por ejemplo, en un mismo día he escuchado en una emisora de radio estas tres frases antológicas: 1) “...el club ha sido multado con una multa”, 2) “...el cadáver permaneció muerto desde que lo mataron”, y 3) “...le disparó tres disparos”. Posiblemente quiso decir que el club fue sancionado con una multa, que nadie se atrevió a mover el cadáver y que le disparó tres tiros.Quiso decir, pero no dijo. Estas perlas, soltadas con el desparpajo habitual de quien parece querer descubrirnos el idioma (y la radio de paso) dan noticia del empobrecimiento que flota en la forma de expresarse de quien tendría que hacerlo correctamente desde un altavoz de privilegio. Estar detrás de un micrófono no autoriza a destrozar un idioma; más bien a animar a fijarlo, a construirlo; en suma, a respetarlo. Esto, que a medio oído suena a anécdota, a oído completo adquiere rango de categoría. Otros compañeros aportan ejemplos que se suman a los anteriores: 1) “...la fiesta se celebró en un ambiente festivo”, 2) “...el almacén ardió totalmente por culpa de las llamas del fuego”, 3) (aquí se muerde el verbo): “...el caballo y la yegua corrió por el campo”, 4) “..si yo sabiese que el míster me iba a alinear”, y 5) “...le dio tres muletazos con la muleta”. Etc. Hay libros que recogen frases dichas por alumnos en plena formación: disculpables a todas luces: quien está aprendiendo no tiene por qué saber todavía; pero también hay gramáticas y diccionarios que traen normas útiles para manejar el idioma, no sólo en cuanto a acentuación o entrecomados, sino en la mera expresión. Aparte, los medios cuentan con sus propios Libros de Estilo, de los que podríamos sacar la esencia en pocas palabras: Lo que no suena bien, no está bien dicho; es un instrumento de música destemplado. Lo confusamente dicho responde a lo confusamente pensado. Otras personas han anotado estos casos: 1) Le pregunta el camarero a uno si quiere el vino blanco o tinto. El otro contesta: “Me es inverosímil”. 2): Uno dice a su esposa en un teatro: “Voy al patíbulo a fumarme un cigarro”. Posiblemente quisieron decir “me es indiferente” y “al vestíbulo”. Cuando un listillo presentó a otro a un tercero, le soltó: “...este hombre tiene un hijo que es ornitorrinco”. El tercero en cuestión miró al padre y éste, ante su gesto de asombro, corrigió con ironía: “De momento, es sólo ornitólogo”. Y para remate (si cabe) se cuenta el caso de un entendido en terminología jurídica, que pregunta al abogado que sale de la sala en la que se acaba de celebrar una vista: “¿Qué ha pedido el fiscal para Mengano?” “Ha sido muy claro: o varios años de cárcel o cien mil euros”. El otro le aconseja: ¿Dígale que coja el dinero”. El idioma es la patria, dijo un sabio. Haciendo un símil, si el suelo, los ríos o el aire de la patria física los tratamos como un basurero abierto las veinticuatro horas del día, la patria hablada, el idioma para entendernos, se ve a las claras que venimos a tratarlo igual. Es como una inercia. Ya puestos...

© Manuel Garrido Palacios

EL ESPAÑOL EN U.S.A · Conferencia

El Director de la Sede de la
Universidad Internacional ‘Menéndez Pelayo’ invita
la conferencia de
D. GERARDO PIÑA ROSALES
Director de la Academia Norteamericana
de la Lengua Española (ANLE) Nueva York
EL ESPAÑOL EN U.S.A.: ACTUALIDAD Y FUTURO

y
Concierto en honor de
D. GERARDO PIÑA ROSALES
Hijo Predilecto de La Línea de La Concepción
por profesoras del
Conservatorio Profesional de Música ‘Muñoz Molleda’
María Alonso y María Victoria Ferre · Violines
Ángeles Alcalá y Laura Campos · Violas
Nieves García · Violoncello

I
Quinteto nº 4 en sol m. K. 516 (W. A. Mozart)
I Allegro
II Minueto
III Adagio ma non troppo
IV Adagio – Allegro
II
Quinteto op. 29 en Do M. ‘La tormenta’ (L. van Beethoven)
I Allegro moderato
II Adagio molto espressivo
III Scherzo. Allegro
IV Presto

Universidad Internacional ‘Menéndez Pelayo’
Sese UIMP · Campo de Gibraltar
Clavel, 73 · La Línea de la Concepción · Cádiz
Miércoles, 1 julio 2015. 20:30 h.
Entrada libre

José Saramago

José Saramago. Premio Nobel
31 de marzo de 2009 - Geometría fractal
Texto recogido en:
EL ÚTLIMO CUADERNO
(escrito para el blog, marzo de 2009-junio de 2010)
Prólogo de Umberto Eco
Editorial ALFAGUARA


Así como el señor Jourdain de Molière hacía prosa sin saberlo, hubo un momento en mi vida en que, sin darme cuenta del fenómeno, me encontré metido en algo tan misterioso como la geometría fractal, de la que, excusado será decirlo, ignoraba todo. Eso ocurrió allá por el año 99, cuando un geómetra español, Juan Manuel García Ruíz, me escribió para llamarme la atención sobre un ejemplo de geometría fractal presente en mi libro “Todos los nombres”: “observado desde el aire […] parece un árbol tumbado, con un tronco corto y grueso, constituido por el núcleo central de sepulturas, de donde arrancan cuatro poderosas ramas, contíguas en su nacimiento, aunque después, en bifurcaciones sucesivas, se extienden hasta perderse de vista, formando […] una frondosa copa en que la vida y la muerte se confunden”. No pensé en mudar de oficio, pero todos mis amigos notaron que había una convicción nueva en mi espíritu, una especie de encuentro en el camino de Damasco. Durante aquellos días me codeé con los mejores geómetras del mundo, nada más y nada menos. A lo que ellos llegaron a costa de mucho estudio, lo alcancé yo gracias a un golpe de intuición científica, del que, hablando francamente, a pesar del tiempo pasado, todvía no me he repuesto. Diez años después, acabo de sentir la misma emoción ante un libro titulado Doñana y las marismas - Armonía Fractal del que Juan Manuel es autor, junto a su colega Héctor Garrido. Las ilustraciones son, en muchos casos, extraordinarias, los textos de una precisión científica en absoluto incompatible con la belleza de las formas y de los conceptos. Cómprenlo y regálense. Es una autoridad quien lo recomienda…

© José Saramago

L'ABANDONNOIR

EL ABANDONARIO
M. Garrido Palacios 
1ª Ed. Calima
Mallorca
  
L'ABANDONNOIR
M. Garrido Palacios
Trad. de l'espagnol
Isabelle Toledo et William Rozenblat
(Littérature. Europe)
2ª ed. L'Harmattan
Paris

Manuel Garrido Palacios nos entrega en 'EL ABANDONARIO' su apasionante novela. Dedicado profesionalmente al cine y a la etnografía, sólo en estos últimos años ha ido publicando libros de ficción literaria. El sorprendente EL CLAN Y OTROS CUENTOS (Ed. Calima, Palma de Mallorca) y esa variopinta fábula titulada NOCHE DE PERROS (Ed. AR, Sevilla) nos mostraban ya a un narrador premioso conocedor de su oficio y exhaustivo gozador de la alta, rica tradición castellana. En ambos libros latía el aliento de un hombre entrañado, investido en lo popular, en el que la ironía, el escepticismo, la retranca..., nos daban cuenta de un mundo personal, entretejido de realidad y ficción mágica, con un pie puesto en los estribos de la picaresca (con esa visión escéptica, amargosa del mundo) y el otro en ese prolijo mundo de lo escéptico y de lo soterráneo que encontramos también en la vasta tradición castellana, desde Cervantes a Rulfo, desde Quevedo a Valle o al Cela del Pascual Duarte. Pareciera que todos esos largos años emboscado detrás de la cámara, atento a las luces y a las penumbras, a las voces y al silencio, hubiesen propiciado en el autor un caudal vivo de sombras y máscaras que ahora, en su faceta más propiamente creativa, se nos revelan en toda su concertante, apabullada realidad. Estas tres coordenadas: la tradición escéptica, la visión mágica y el lenguaje popular , más que presentes en sus dos libros de relatos, constituyen ahora el soporte literario de este libro (EL ABANDONARIO) tan sorprendente como impagable. EL ABANDONARIO es un viaje hacia los médanos interiores de una memoria que se resiste a reconocerse en los parámetros realistas o mecanicistas, donde los hechos quedaban sepultados, envilecidos por un proceso de afirmación histórica o ramplonamente temporal. Muy al contrario, lo primero que sorprende en esta novela, es precisamente la ausencia del tiempo. El recuerdo, la memoria, ajenos a la contaduría de las horas, se superponen, se erigen, vivifican la realidad, construyendo una reconocible fantasmagoría de hechos simultáneos y envolventes que atrapan al lector ya desde sus primeras líneas, aventurándolo a un mundo de una sencillez, de una fantasía desaforada. En realidad, lo que Manuel Garrido Palacios, persigue a lo largo de esta obra inolvidable es recrear, alentar, producir una atmósfera interior reconocible, en la que vida y muerte, realidad y magia se entretejan de una manera creíble y lo que es más importante, natural, en torno a los pellizcos de la vida. Pero si ya en su larga obra cinematográfica Garrido Palacios trata de recoger la devastada memoria de los pueblos, afirmándolos en su identidad y sublimando precisamente aquellos elementos que hacían palpable esa identidad, aquí, en esta, su primera novela, se nos propone una vuelta de tuerca al introducirnos en un mundo de resonancias míticas que nos agarra desde la pura y abstracta identidad y donde el lenguaje, de una llaneza casi cegadora, consigue por sí mismo convertirse en el absoluto protagonista de esta historia en la que un muerto relata a quien lo vela la historia de un pueblo fenecido, atrapado en su propia fantasmagoría. Nos hallamos, pues, ante una novela sorprendente que consigue imantar al lector a las primeras de cambio, para mantenerlo en vilo durante toda la deslumbrante travesía. Y es que Garrido Palacios, seguro de su oficio, capaz de descubrir una atmósfera en unas pocas líneas, lejos de adentrarse en un discurso atolondradamente lírico, prefiere ponerse en manos de la naturalidad, de la fluidez de la palabra dicha, oída, metida en la matriz y en el estómago. Será, así, a través de los personajes que hablan a través del muerto, que se construya la peculiarísima memoria de Herrumbre, ese pueblo acosado por la nada, y cuya historia es la que se va enhebrando a lo largo de todo el libro. Mamuel Garrido Palacios se ha limitado, parece y aquí estriba gran parte del éxito del relato a dar sentido a todas esas voces, ordenándolas de manera que el lector se reconozca en cada una de ellas, removiendo en él los más dormidos soportales de la memoria. Una novela, en definitiva sugeridora y valiente, escrita con toda el alma, que se reconcilia con el arte de la prosa, tan demacrado, tan envilecido últimamente. Sin duda, y acabamos, una de las novelas más deslumbrantes escritas en los últimos tiempos en la lengua de Rojas, Cervantes o Rulfo.

© Manuel Moya (España)

El Abandonario es una novela de Manuel Garrido Palacios construida como las antiguas tragedias griegas. En vez del carro sobre el cual el primer dramaturgo declamaba la historia de los héroes míticos para concurrir al premio representado por un bode (tragos), estamos en presencia de un muerto en su ataúd durante la vigilia que le hace el último vecino, mudo de soledad, en un pueblo perdido. En su soliloquio, el muerto hace desfilar a todos los habitantes que hubo en dicho pueblo con las anécdotas cotidianas, las intrigas, amores, odios y alegrías posibles de un lugar extinguido. La simplicidad brutal de los eventos, la unidad de tiempo y de espacio, las voces de los muertos que suben como un coro, parecen los elementos de una tragedia mediterránea que bien podría ser de Esquilo. Igual que en la vida, se reflejan también los momentos crueles o divertidos, las escenas burlescas, el humor corrosivo, la amargura, la pobreza y el hambre conocidos por tantas criaturas de la posguerra civil española. Ese pueblo escondido, llamado Herrumbre, es un microcosmos pero abarca toda la vida y la vida de todos nosotros. Conociendo el pasado del autor, escritor especializado en la etnografía, viajero y cineasta, el lector podría pensar que se trata de una obra de recopilación de cuentos, leyendas o anécdotas cosechadas durante toda una vida en contacto con los pueblos más rancios de España. Pero no. Pasa por la obra un soplo épico, una grandeza que solamente una experiencia vivida puede desenlazar y ofrecer. En efecto unas confidencias del autor confirman que muchas escenas son trasposiciones de su infancia en un pueblo similar a Herrumbre. Reviven los sonidos, los sabores, los rumores de ese mundo que hoy se desvanecería en el olvido si el autor no lo hubiera conservado en su memoria para nosotros.Hay en la novela El Abandonario unas invenciones lingüísticas que harán las delicias del lector. La riqueza del vocabulario, a veces inventado o inspirado en el lenguaje hablado, de los refranes, de los insultos, de las canciones populares, hace del texto una enciclopedia de la sabiduría del mundo rural, de un universo en desaparición. Existen escenas muy innovadoras en literatura, tal vez por influencia de la técnica cinematográfica, como por ejemplo, cuando se mezclan en el texto todas las conversaciones sobre la plazoleta del pueblo, como un rumor de fondo, donde respira la vida trivial de los habitantes. O cuando se entrecruzan los comentarios de las personas que preparan los pestiños en la cocina, escuchados por el niño desde su alcoba, donde fue recluido para que no incomodara los preparativos. Ese niño de ayer es el autor que escucha hoy las reminiscencias de estas voces de la felicidad simple.El lector francés entrará sin preámbulo en ese mundo mediterráneo ya familiarizado por sus lecturas de las novelas de Marcel Pagnol o Jean Giono. El Abandonario, de Manuel Garrido Palacios, no necesita de reflexiones metafísicas o escatológicas en ese contexto de vigilia mortuoria donde flota el espíritu colectivo resignado tanto a la vida como a la muerte.

© François-Luis Blanc (Francia)

EL ABANDONARIO

EL ABANDONARIO
Manuel Garrido Palacios
Calima Ed. Mallorca
Portada: Óleo de Seisdedos 


Manuel Garrido Palacios, poeta de las cosas profundas, viene con su última obra. la novela originalísima: 'El abandonario', (Ed. Calima. Palma de Mallorca). Como en los anteriores libros de este prolífico autor, en esta obra se encierra la esencia de muchas cosas. En realidad la esencia de lo popular en estado puro, sin populismo ni culteranismo. Una larga galería de personajes singulares, extraídos desde su propio ambiente, como el lenguaje, modos y maneras que les hacen ser fieles a sí mismos. Arquetipos entrañables que, desgraciadamente, ya parecen piezas invalorables de un museo etnográfico. Este libro está escrito con el corazón de un agudísimo observador que conserva, desde mucho tiempo atrás, el noble lirismo de un poeta vocacional. Fue en esta primera faceta literaria cuando conocí a Garrido Palacios y ambos compartimos tareas dentro del mundo artístico de la Huelva de entonces. Es de agradecer a Garrido Palacios la dedicación y el esfuerzo continuado que realiza para documentar las investigaciones antropológicas e históricas que le permiten llevar a sus libros el dominio del tema a tratar, con un innegable valor científico. Creemos sinceramente que su ardua labor cinematográfica, con documentales como 'Raíces' o 'La duna móvil', ha cincelado a 'fuego' su temperamento y su postura vocacional. Ello le llevó a ser considerado como discípulo destacado de la ingente obra de Julio Caro Baroja quien, personalmente, le diera a Garrido Palacios el espaldarazo de su amistad y reconocimiento.

© José Manuel de Lara



El Abandonario es una bella novela, construida a partir de la rica y dilatada experiencia antropológica y cinematográfica del autor, que se manifiesta, respectivamente, en el profundo y vivido conocimiento de costumbres, rituales, lenguaje, mitos populares y en la plasticidad de imágenes, o en muchos de los recursos narrativos empleados.
Resuenan, como en otras obras de Garrido Palacios, los ecos de Rulfo, con su concisiòn densa y expresiva, con ese uso siempre pertinente y significativo del lenguaje que caracteriza a la breve pero intensa obra del narrador mexicano; la presencia protagónica del espacio que ahoga a los vivos y sòlo pueden vivir los muertos: en Herrumbre, Abandonario, la única voz viva es la de un muerto. Pero también esa voz rememora, casi como un actuario de la realidad viva del pueblo muerto, en un decir que evoca al mejor Delibes, personajes, pesares, tragedias, suicidios... el latido de una vida condenada a la desaparición.
El Abandonario es también el símbolo de la desaparición de una forma de ser y de vivir que nuestro tiempo condenada al silencio. La galería de personajes muertos que viven solo en el recuerdo de ese lugar es rica, variada, aunque a todos ellos los envuelve el duro destino de una tierra desolada y de hambre.
Los planos fantásticos y reales se entrelazan en un universo mágico, en una dialéctica en la que las creencias y la razón riñen de continuo; en la que el espacio ahoga por esta soledad que todo lo abraza para hacerlo de su propia sustancia; y en la que el muerto cuenta las historias del pueblo para no sentir que desaparecieron del todo. Es el sentido de la narraciòn del protagonista, pero ademas del propio autor: Mi voz callada es el cauce de sus voces sin eco, voces que conforman este silencio....; no esta bien que me pregunten en el màs allà por la gente de Herrumbre sin haber puesto un poco de orden en los hechos (p. 45). Pero en el fondo, este discurso de muerte es una exaltaciòn de la vida y ademàs, una advertencia pare los vivos.
En síntesis, una forma nueva y antigua a la vez de narrar, en la que el lenguaje inmediato a los latidos más viejos del pueblo recobra una inusitada vitalidad.

© Marisa Regueiro



No es verdad, claro, pero he visto el retrato de Manuel Garrido Palacios en un libro de texto de dentro de muchos años. Despeinado a lo escéptico, colgado de unas gafas de pequeños cristales que no necesita (porque no es con los ojos con lo que él mira), compartía página con don Antonio y don Julio, sin apellidos, en un descolorido Manual de Etnografía para desocupados que alguien subrayó alguna vez y en cuyo margen se apretaba el siguiente pie de foto o uno parecido: ‘Nacido en Huelva y fallecido en una isla del Pacífico en una fecha aún por dilucidar, vio, escuchó y escribió cuanto pudo. Habló más. Fue poeta, novelista y director de cine; hizo ensayo y televisión (la de entonces, la anterior al derribo), contó cuentos y verdades, amó las cosas y tuvo simpatía por lo humano. Publicó veinte, treinta libros, todos buenos. Resistió a la envidia, a la vanidad, a la estupidez, a la política. Dijo lo que quiso. Con palabras e imágenes construyó un mundo y ayudó a bien morir a otro. Perduró. Nunca se supo de dónde sacaba el tiempo’. A mí me ha dicho que se levanta muy temprano y, lo que es peor, que disfruta con la comparación. Mientras el universo nace y llora, desperezándose, Garrido Palacios se sienta en su mesa y, palabra a palabra, sin discursos ni aspavientos, da sentido a su carga de experiencia diaria: matutino fiat lux por el que, mágicamente, se ensamblan de pronto las voces y los ecos, las luces y las penumbras de muchas historias oídas por el camino, contadas, cantadas por gentes que ya no están, pero que nos parieron como somos. De él puedo decir, como se dijo de otro, que 'Adoró el ingenio, admiró las obras y la dedicación continua y virtuosa'. Andar y mirar: ésa ha sido, es, su dedicación continua, su virtud. Probablemente la vida auténtica, la sencilla, consista sólo en eso de andar y mirar, contándolo a los hijos. Cuánto siento no haber estado con él mientras andaba las veredas como un tomasillo, como una santateresa sin conventos, parándose a escuchar, girándose a saludar, sentándose a anotar o a registrar, según el momento, los perfiles de unas horas que, como decía Peter Laslett en un libro que ahora no viene al caso, componen ese mundo que hemos perdido, que acabamos de perder. No recuerdo qué mala lengua dijo que le hubiera gustado ver qué hacía Charles L. Dodgson, es decir, Lewis Carroll, en aquellas maravillosas meriendas campestres, con té y barcas, en las que éste hablaba y retrataba a Alice Liddell y a sus dos hermanas. Lo que me hubiera gustado a mí es estar en las expediciones de Manolo Garrido Palacios por las cocinas y corrales de las aldeas de la sierra, con el alma afilada para pillar el gesto y reconocer los acentos, que vienen volando desde los nidos de antaño. Garrido Palacios lo ha dicho: 'se me están muriendo los viejos; a veces llego un día tarde'. No es poca ni mala responsabilidad la de ser testigo de la agonía de ese mundo complejo de romances y cacharros que la televisión ha derribado de un manotazo impúdico.
Conozco pocos casos como el de Garrido Palacios de tanta velocidad mental. Habla y escribe sin dolor, como un parto de cuadrúpedo, invocando rapidisímamente con insultante naturalidad la expresión exacta para cada instante, la metáfora justa, el adjetivo completo, la ironía espléndida que es capaz de desmontar de un plumazo de ave toda la palabrería convencional. Alguien tendría que contar los megahercios con los que trabaja su cerebro, y decírselo a Microsoft. Y, sin embargo, con el escepticismo que mana de su propia velocidad, con todo lo vivido, soñado y contado, qué sorprendente es la visión que depara esa cabeza llena de proyectos, semejante a una olla panzuda, mejor, un perol cuya agua hirviendo levanta la tapa de vez en cuando. Me llama por teléfono: ‘Se me ha ocurrido una idea...’, que siempre realiza. En curiosidad, tengo que decirlo, se me parece hoy a mi hija Julia, de seis meses de edad, que ve interesantes todas las cosas del mundo, que mañana comenzará la prodigiosa aventura de nombrarlas, y que hoy las pasea de los ojos a las manos y de las manos a la boca. Como individuo, como personaje, Garrido Palacios es incansable. No se le puede seguir. Yo creo que no se fatiga, o que lo disimula. Está en el centro de su vida, y no damos a basto de leerle y de envidiarle el nervio que va de su mente a su mano, por el atajo de su espina dorsal.
Con todo, para ser justos, hay que aclarar que su mejor cualidad aún no está dicha. Garrido Palacios no es, como otros, un ser de papel que anda en dos dimensiones por las calles y plazas de lo intelectual, de lo literario. Ya he escrito en alguna otra ocasión que sus obras se ahondan en una tercera dimensión: la del pozo fresco en el que se vivifica. Su prosa, tan honda a fuerza de ser ligera, tan difícilmente fácil, aspira el aire de los hombres no como unos pulmones, ni como una chimenea, ni como un acordeón, sino como el cántaro que respira a través de los poros de la arcilla. Eso es: arcilla. Pero la mejor cualidad de Garrido Palacios, digo, es la densidad. Manuel Garrido Palacios es un hombre denso. Ya se darán cuenta cuando lo vayan a incinerar. Por eso escribe tan bien los cuentos. Para escribir bien un cuento hay que resumir la vida en unas pocas páginas y, si se puede, en unas pocas líneas. Hay que ir a lo universal prescindiendo de nuestras tristezas cotidianas, de nuestra vocación de poetas anecdóticos. Cuando se lee a Perrault y se ve que en dos páginas cabe una vida entera, sin concesiones, sin explicaciones, sin justificaciones, se comprende en un momento por qué esos cuentos han sido universales, antes de que Disney los destrozara saturándolos de azúcar. En Perrault, el lobo se come a Caperucita y ya está. En Collodi, el trozo de madera habla y ya está. En Barrie, Peter Pan no crece y ya está. Nos pasamos la vida dando explicaciones, sacando a Caperucita una y otra vez de la barriga del lobo. Garrido Palacios no lo hace: ha vuelto a la antigua economía de palabras, a la misteriosa densidad del argumento. En las poco más de cien páginas de El abandonario, la vida, la muerte y la inmortalidad dialogan tan sabiamente las tres, tan de verdad las tres, que a mí me asusta la segunda parte que, como Cervantes con La Galatea, ha prometido ya Garrido Palacios varias veces. No vaya a ser que Victor Laszlo e Ilsa Lund desciendan del avión en marcha.
Yo creo, en fin, que, cuando el viento levante y arrastre las hojas, Manuel Garrido Palacios será uno de los poquísimos que quedarán. A él y a dos o tres más, probablemente no los que parece, les toca la tarea de representarnos para el futuro y decir quiénes fuimos y de qué nos quejábamos. Ha rescatado un mundo y ahora tiene que rescatar otro. Los días huyen y mañana es hoy. Por ello estoy pensando que, en realidad, Garrido Palacios no está vivo, ni con nosotros. Es un personaje cuyo retrato está ya en los libros de texto de dentro de muchos años. Murió hace tiempo. Lo que vemos aquí es un reflejo.

© M. J. de Lara Ródenas

Comu-in-comunicación

Comu-in-comunicación

Según un estudio reciente en el mundo se hablan en la actualidad unas seis mil ochocientas y pico de lenguas. El pico no es muy amplio, o lo es, pero como escribo de memoria tampoco me voy a poner a rebuscar la cifra exacta para que al final sean seis mil ochocientas y pico justas. La esencia es que de estas lenguas van a quedar un cuarenta por ciento al acabar este siglo. Ese es el dato desnudo y esas son las previsiones aún más desnudas. Otras fuentes más apocalípticas apuntan a que sólo quedarán no más de media docena de lenguas en activo para intentar entendernos –digo intentar- y aún hay sabios de cabecera que auguran que no serán más de dos las lenguas que nos sirvan en el futuro. Y ya puestos, una. Y para una, ninguna, para que la comunicación se haga únicamente a base de muecas. Hay que imaginar desde ya una sociedad gesticulante deambulando por las calles. Bastará con reflejar nuestras intenciones con un gesto y así ahorraremos palabras, nervios, torpezas, insultos y todo lo demás. Al no haber palabras que decir, no serán necesarios los libros, ni las imprentas, ni las bibliotecas, ni los teatros, ni una sola hoja de la Enciclopedia Británica, ahora que le había cogido cariño a su cordillera de tomos. Al no hablar, no gastaremos inútilmente el oxígeno, que se purificaría con vistas a la esperanza de que un día volviera a ser todo como fue, pero mejorado. Al no haber nervios ni gargantas hinchadas soltando vaciedades ni violencias, las pastillas marrones que toma Dongenaro pasarían a dormir su sueño eterno sobre la mesilla de noche por obsoletas. Al no haber torpezas, nos veríamos en el brete de tener que inventarlas y con ello valoraríamos más los aciertos. Al no haber insultos, ni de palabra ni de plomo, disfrutaríamos de una sociedad en paz, dispuesta a ser marco para que lo bueno que pudiéramos aportar como actores de ella, lo pusiéramos en juego. Cada vez seremos menos en saber, menos en sentir y más en ser dirigidos; la pobreza intelectual pondrá sucursales donde haya un ser humano y el silencio en cualquier dirección se apoderará de nosotros. No habrá necesidad de que algún entendido en nómina diga a quien no lo sea: usted hable cuando se le pregunte, vote con un escueto movimiento de cabeza cuando le toque y cuide de no protestar ni por esto ni por nada, vea lo que vea, oiga lo que oiga, pase lo que pase. Todo eso se descartará, por supuesto, y también los llantos de dolor y de injusticia porque harán ruido, y los jadeos de amor o de simple lujuria porque habrán sido olvidados por poco uso como sensaciones ajenas a la nueva concepción de la vida. Seremos un grupo más aburrido aún de lo que somos, pendientes de a ver qué se le ocurre al culto de turno para entretener nuestro tiempo con carnavales, pasiones y cabalgatas, eso sí, y muy a tener en cuenta, sin que nadie se atreva a ir en contra de sus ocurrencias, y menos aún, a rozarle el sillón, no digamos a movérselo. Sólo para él y por ese motivo será posible el habla: para avisar de que hay alguien capaz de mover sillones, que parece ser que será lo único sagrado que quede.

© Manuel Garrido Palacios
© Imagen:  Óleo de Seisdedos 
© Publicado en el Boletín de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. Nueva York.

François Gérard

Madame Recámier
François Gérard, 1802
Le musée Carnavalet
Paris

Visiones europeas del spanglish

Visiones europeas del spanclish
Ed. de Silvia Betti y Daniel Jorques
UNOyCERO
Ediciones


El hispano y el anglosajón son mundos diferentes en sensibilidad, cultura y lengua. Sin embargo, la complejidad de la condición plural de estos hispanos cuando se manifiesta en los Estados Unidos de América puede crear algo fascinante, una realidad híbrida, que despierta un sentimiento de identidad. Reivindicamos el papel del spanglish como juego, como modelo de acción de la comunicación.

Ed.

DAVID ·4 visiones

1 Guido Reni
 2 Verrochio
3 Donatello
4 Miguel Ángel

Agnes Varda

Sofía Loren em Portugal
Portugal visto por
Agnes Varda ©
(Póvoa de Varzim, 1956)

Henri Rousseau



Henri Rousseau
1844 - 1910


Exótico Paisaje


Jugadores
de fútbol

ALJARAQUE

Antonio de Aljaraque

Al entierro de Antonio fueron tres personas, contando al enterrador, que va a todos. Fue un día violento, gris, feo, de los que se dice que en las nubes andan de mudanza por el ruido tormentero que baja de allí. Muerto de madrugada, sumando el sueño eterno al voluntario, alguien dio el triste aviso por la mañana. Vino un municipal, el médico, qué sé yo quién vino. Lo seguro fue que vino la muerte, dama que juega al ajedrez de la vida y da jaque mate a los latidos. La beneficencia le puso caja y la fecha llanto. Sin oficio conocido, Antonio vivía, duraba, estaba, como todos, sin saber para qué en mitad del misterio de la vida: «Cuando venga lo que tenga que venir, aquí estoy», dicen que dijo. O no fue así y alguien inventó la frase en su honor. Su padre, pastor viejo, curtido, Domingo de nombre, me sondeó una tarde lluviosa para que comprara una piarita de corderos con tal de que Antonio los cuidara. Le dije que no entendía de eso, ni tenía cuartos, ni me apetecía. Pero ahora sé que padre Domingo me quiso decir algo más que aquello. Me dijo sin estirar el discurso: «Con piara o sin ella haz lo que puedas por mi Antonio. Protégelo de los buitres del color que sean». Ese día trajo el buen hombre un esqueje verde de olivo y lo plantó ladera abajo con esmero. Lo quise ayudar con mi torpeza y al hacer el agujero y clavar el palo entendí que lo que allí floreciera no iba a ser sólo un olivo, sino una amistad serena, un respeto a la vida simple, un saber estar sin sobresaltos, una de esas cosas difíciles de describir pero que quedan fijas para siempre. Domingo murió y quedó el hijo Antonio. Con el tiempo creció el olivo y ahí está, hecho un ganapán, con su tímida fronda dando aceitunas, como los grandes: «Con aceitunas y un bollo nadie va al hoyo; si son gordales, mételas en salmuera treinta días; si son manzanillas, diez más; si echas un huevo en el tiesto y toma la forma de moneda tiesa, ya las puedes comer». Cuando paso cerca saludo al árbol nuevo como si Domingo estuviera cuidando que no se le arrimen las cabras, como si siguiera apelmazando el cepellón, como si nunca hubiera dejado de insistir en lo del hijo, en su temor a los buitres. Ya digo, y no se me va del pensamiento: tres personas fueron al entierro de Antonio, contando el enterrador, que va a todos. Antes de empezar a echar paladas de tierra para tapar la caja tiró la colilla al suelo, la pisó con dejadez de costumbre y soltó una frase de las que no se entienden pero que sonó a rezo íntimo, aunque trajera ecos de no significar nada. Antonio, posiblemente, se encontró allí -¿dónde es allí?: la otra banda, decía él- con su padre, que imagino que le preguntaría por el esqueje de olivo que plantamos. Antonio igual le dijo que el árbol del afecto seguía donde mismo, basta que él lo hubiera sembrado, como clara señal de una extraña amistad que arraigó como el palo, que dio su fruto como las ramas, y que permanece después de tanto entierro, de tanta muerte, de tanta lucha, como un misterio del que, a decir verdad, no sé más que estas cosas que digo.

© Manuel Garrido Palacios

Max Moreau

Arrêtez de nous compliquer l'existence
115 préconisations concrètes pour redresser notre économie
Préface de Jean-Paul Betbèze
Editorial L’Hatmattan
Paris

Ce nouvel essai de Max Moreau porte sur la nécessité d'une rupture économique clairvoyante et propose un modèle séquentiel méthodique - économique, militaire, intellectuel -, un diagnostic et une stratégie - Master Plan -, des choix rigoureux. 115 préconisations drastiques, des objectifs ambitieux, un idéal pour transcender les Français. Servi par un humour corrosif, ce recueil de compréhension économique originale et pragmatique est un appel à la lucidité... Il s'agit d'une vraie mesure de Salut public, le livre de chevet idéal pour les gouvernant.

POETAS DEL SUR DE EUROPA (I)

A MODO DE ZAGUÁN

La Poesía es la fragancia de la obra, el nexo con la belleza. El autor la capta, pero no sabe en qué lugar reside para arañarle porciones. Se aplica ‘Poesía’ al arte de la palabra porque con ella se hace el verso, pero esa rendija por la que se accede a otra dimensión también está en la talla, en la música, en el color, en la armonía, en la danza, en el cine, en cuanto nos mueve por dentro. Ese eco oculto que flota viene a ser como lo que dice Juan Ramón Jiménez (Moguer, 1881-Puerto Rico 1958): ‘la chicharra sierra un pino, que nunca llega…’ (Platero y yo. 1907-1916. Librairie des Éditions Espagnoles. Paris 1956. Ilust. de Baltasar Lobo). 
Vienen aquí versos de poetas que fraguaron parte de su obra en el Sur de Europa y que nos llegan poco o no como merecen. Leerlos es escucharlos en voz baja, compartirles las visiones que rumian en soledad con herramientas como algo que pinte y el abismo de la hoja en blanco en cuyo fondo brilla el río que pasa sin hacer ruido.
En los viajes llevo libros de poemas y los leo allá donde voy por compartir nombres, obras, sensaciones. He aquí una muestra.


JOSÉ MANUEL DE LARA
ANTOLOGÍA

Estoy en un aeropuerto. Diez horas de vuelo, un aterrizaje, un pupitre para sellar el pasaporte, un policía que mira si me parezco al de la foto, un cuarto de hotel y, durante unos días, trabajo. Traigo versos de su antología RETRATO APRESURADO (Huelva, 2003) preparada por sus hijos; libro-sorpresa para el poeta, gozo para sus lectores, honor para sus amigos, acto de justicia para la literatura. Dice un poema:

Está lloviendo. Llueve,
interminablemente, desde el alba.
No se ve el cielo ni se ve la tierra,
solamente el agua.
Silencio. ¿Qué decir
sin que no se me mojen las palabras?
Tengo abierto delante un horizonte
que se me está cerrando por la espalda.
Y no sé qué pensar, ni sé qué hacer
debajo de esta lluvia fría y larga.
El mundo se ha encogido, que las cosas
parecen más pequeñas con el agua;
y yo, empequeñecido, me contemplo
en el mojado cristal de una ventana.
En el centro de un círculo pequeño
ahogada tengo el alma.
Levantaré la frente hasta ponerme
un arañazo de lluvia por la cara.
Voy pisando los charcos fuertemente,
salpicando de barro la esperanza;
que hasta Dios me parece descendido
de su altura de luz esta mañana.

Los versos no pesan en el equipaje; son memoria, sombras, olor a jazmín, pregón de tarde, canción que se intuye. El poeta hurga en el alma para sacar a flor los pilares que más la conmueven: el amor y la muerte. Sobre la muerte tiene el libro SOMBRA INFINITA [1965]. Sobre el amor, AGUA DE OTOÑO, poema directo como un dardo:

No sé qué larga sombra de silencio
entristeció la duda de tus ojos.
Aquella luz, aquel abril contigo,
ahora sólo es agua del otoño.

Desconfiada y triste me preguntas
por un amor que fue y quedó en nosotros;
y, sin quererlo, anidan en mi sangre
aquellos raros pájaros remotos.

Sé que la vida ha puesto, desde entonces,
un algo sobre tí, que no conozco.
Pero en tu modo inquieto de mirarme
contemplo tu niñez llena de asombro.



JOSÉ BERGAMÍN
ESPERANDO LA MANO DE NIEVE


Nace en Madrid y vive ‘temporalmente’ en la serranía de Huelva ‘entre huertos y emparrados, con frescas albercas y un trajín de avispas y rumor de lievas’. Ahi concibe este libro, en opinión del editor, ‘uno de los textos más conmovedores de la lírica castellana, acaso su poemario más deslumbrante y que viene a escenificar su despedida del mundo’. El poeta se sitúa en mitad del misterio de la vida:

Aquí estoy en este ahora
que es como un ahora eterno:
un ahora en que soy niño
y soy joven y soy viejo.
Estoy aquí desde hace
ochenta años lo menos,
pisando esta misma tierra
mirando este mismo cielo.
Siento que cierra mis párpados
la pesadumbre de un sueño
del que no despertaré,
ya, más que fuera del tiempo.

Versos que saben a ocaso, a lubricán, a linde entre la vida y la muerte: 

El paisaje es fantasmal
a mis ojos de fantasma.
El sol de otoño platea
el oro que arde en sus brasas.
Se va volviendo ceniza
la tarde, que el sol apaga
al mismo tiempo que va
apagándose mi alma.
Esta sosegada paz,
esta silenciosa calma,
es la muerte la que viene
generosamente a dármela.

Contemporáneo de Lorca, Juan Ramón o Cernuda, en la guerra civil española es un activista cultural contra el fascismo. ‘El exilio lo lleva a México, donde funda la editorial Séneca, que publica por vez primera Poeta en Nueva York o Residencia en la tierra’. A su regreso a España, ‘un altercado con el régimen franquista lo devuelve al exilio hasta 1974’.

CARMEN CIRIA
ÁRBOL DE INVIERNO

Así que de aquí para allá he compartido poemas de Machado, Bécquer, Gerardo Diego, Lorca y otros. Hace poco sucedió en Paris. Según esta costumbre, leí un poema de Carmen Ciria, a la que Uberto Stabile incluyó en MUJERES EN SU TINTA. Antología de voces poéticas femeninas (Huelva, 2004), de la que dice que ‘posee un universo lleno de ironía y sentido del humor’, como refleja el magnífico poema dedicado a Simone Ortega y a sus recetas culinarias y que titula Amantes glaseados:

Se escogen los recuerdos más delicados y los momentos
de epifanía, y se les raspa la piel
con el filo de un cuchillo.
Se les quita toda la nostalgia y las palpitaciones
que aún provoquen y se lavan bien.
Si son recuerdos pequeños, cotidianos,
se dejan enteros,
si son grandes, llenos de pasión y alma,
se cortan en dos a lo largo.
Se meten en un cazo con el agua fría, la mantequilla,
el azúcar y la sal.
Se recorta un papel grueso,
impregnado de ganas de librarse de ellos,
de confianza en el futuro,
y se mete dentro de la cacerola
tocando casi los sentimientos.
Se cuecen a fuego vivo
hasta que se haya consumado el dolor.
Cuando llega este momento
los recuerdos están a punto para ser olvidados.
Se sirven en fuente honda, acompañando al corazón
de la cocinera, salteado y con pimienta.

JESÚS ARCENSIO
SUEÑO Y COSTUMBRE

Con la humildad de los grandes espíritus, el poeta se autorretrata:

Este que aquí, de pan e incertidumbre
vive y desvive un poco cada día,
éste soy yo, de afán y de agonía,
de sed y agua, de ceniza y lumbre.

Hombre partido en dos ─sueño y costumbre─,
hombre de hielo ardiente y llama fría
a quien lenguas de dulce poesía
lamen la llaga de su pesadumbre.

Hombre, al fin, como tú, como cualquiera,
que no sabe quién es ni a qué ha venido
ni el color de la muerte que le espera.

Un hombre que ama y sufre, que ha bebido,
que es malo y bueno... y que, en verdad, quisiera,
si hay que morir, morir como ha vivido. 

Mantiene contactos con los poetas Buendía, Adriano del Valle, Guillén, Hernández y otros. El prólogo dice que ‘su producción se divide en dos momentos delimitados por la guerra civil. En el primero, su poesía es bucólica, amorosa, cercana al purismo de Juan Ramón; en el segundo está enmarcada entre el dolor, la pérdida de confianza en el hombre y en los vaivenes de la propia existencia’:

Todos van. Todos vienen.
Yo, parado, a las doce, en esta esquina
sobre el asfalto quieto,
porque he perdido el Norte de mi tiempo.

JUAN DELGADO
PAISAJES DE LA MEMORIA

Fue un acierto reunir en un tomo antológico los versos del poeta más genuino de la Cuenca Minera. Sus páginas se nutren de libros como La sangre perseguida, Por la imposible senda de tu boca, El cedazo, Oficio de vivir, Cobre y viento, Al andar, Cuaderno de Santa María de Mave, La luz con el tiempo dentro, De cuevas y silencios, Carpeta de Navidad, Cancionero del Odiel, Treinta sonetos vegetales, Seis sonetos para un mismo amor, Los días encontrados y otras oraciones, Tiranía del viento, Suite de la Sierra, Árbol de bendición, árbol sagrado, Cancionero del Río Tinto, Memoria de la niebla, Julianita, Habitante del bosque, El sueño de una noche de ginebra, Antología Amarilla, Cuentos del viejo capatazGeografía y amor. Los versos de Juan Delgado son una pasión expresada. La última conversación de su vida la tuvo con Manuel Moya, al que pidió que sacara a la luz y prologara su obra antológica ‘Aunque sea en papel de estraza’, ruego humilde para tan gran libro (Poesía, 1971─2010. Universidad de Huelva. Nombraba entre sus poetas preferidos a Victoriano Crémer: ‘Cuando Concha Lagos publicó en Ágora, de Madrid, El Cedazo, obra que tuvo problemas con la censura de entonces, Crémer hizo una reseña que me emocionó; yo era un principiante en un pueblo perdido y uno de los impulsores de Espadaña, revista que combatía las directrices culturales de la Dictadura frente a la titulada Garcilaso, donde pululaban los poetas del Régimen, se ocupaba de comentar mi libro”. En Paisajes de la memoria está CAMPOFRÍO, LA LUZ, poema que se lee como si se mirara un óleo en el muro de su obra:

Donde la luz. Aquí, donde las cales
subliman claridad y se hacen vida;
aquí donde el amor es una herida
cardinal que da luces cardinales.

Aquí, donde los patíos y brocales
encuentran una luz a su medida;
aquí, donde el sendero de la huida
se le niega a la luz y sus cristales.

Aquí, donde palomas y jazmines
conjugan con la luz la melodía
de un mágico concierto regalado.

Aquí, donde invitados a festines
de luz nos encontramos cada día
por la gracia de un dios enamorado.

ODÓN BETANZOS
SONETOS DE LA MUERTE 

En agosto de 1970 se presentó en mi casa Odón Betanzos, que venía de y regresaba poco después a Nueva York. En tan breve tiempo conversamos lo suficiente como para tallar una amistad, que se sustanció en trabajos sobre el idioma y el oficio de escribir. Este hombre, sencillamente sabio, repetía que en las relaciones humanas ‘no había que restar, sino sumar’. Frente a su actitud, su nombre y su obra no gozaron en su tierra de la consideración que merecían, mediocridad contra la que sólo oponía su palabra limpia y el devenir de la Historia, a cuya puerta, traspasada por él, vegetaba una legión de ninguneadores vocacionales esperando acceder en la postura que hiciera falta. Odón sembró su palabra, la amó y nos la dio hecha poema: Florezco con mi palabra, / articulación trabajada, / siglos de empeños. (La mano universal. Antología. 1972─1976). La palabra fue su herramienta como poeta, su trabajo como Director de una de las 22 Academias de la Lengua Española y su disciplina en la Universidad de la ciudad de Nueva York. La palabra lo elevaba sobre los dimes y diretes que nutren los rincones de lo turbio, de lo injusto. En unos días densos de literatura en la UNÍA (La Rábida), comentando obras de Darío, Sor Juana Inés, Borges, Neruda, Rulfo…, en un ambiente tan literaturizado era lo propio que la palabra buscara reflexión. Decía: ‘Ser escritor es como estar picado de tarántula; el herido no tiene cura; no hay más salida que entregarse por entero a la palabra escrita. Le dijeron a Neruda: Hay un hombre poco instruído que sabe de memoria los versos que ha inventado. Neruda pidió: Que venga. Será el que diga algo nuevo’. La palabra fue un buril que marcó su dimensión de poeta: Los fusilamientos de los padres / los dejaron sin llanto. (Perfiles de las muertes sombras, 1963). Odón inició su andar con la palabra ‘muerte’, y ésta lo obsesionó hasta llegar a dedicarle sus SONETOS DE LA MUERTE. Algo así como meter el dolor en catorce versos:

Por fin es la hora del morir naufragio
cuando el alma se quiebra en sus verdades;
me recuento y digo en eternidades,
corazón que habla en aires de presagio.

Sutil por lo que enseña es el adagio
del cuerpo que se muere en sus edades,
sufrir de día y ver calamidades
como norma sencilla del naufragio.

La vida dada la estimé en belleza;
me la hicieron a golpe de maldades
y no quiero vivir porque no quiero.

Con las ansias de morir se me empieza
lenta a morir el alma en soledades.
Poco a poco descubro que me muero.

Tenemos en Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870. Rimas y leyendas. Austral) la imagen del arpa en el “ángulo oscuro / de su dueño tal vez olvidada” esperando la mano de nieve que sepa arrancar vida de sus cuerdas. Un poema es esa mano de nieve que nos roza en lo hondo para que suene el alma en este mundo ‘estrepitoso y palabrero’, según Bergamín; para que cada uno se escuche y se sienta parte de ese algo entre dos nadas que es la vida.

© Manuel Garrido Palacios