y es su cabeza un granero
de sentencias atinadas
en caza de pato y ciervos.
Es yegüerizo de oficio,
pero aun es mejor patero.
(El cabestreo. A. C. Bocanegra)
A Luis García siempre le debo una cerveza, o tres, sabe Dios. Nunca le saldo la deuda porque su riqueza humana es tan grande que con lo único que se le puede corresponder es con el aprecio. Igual lo encuentro haciendo esculturas en su casa (aves en vuelo o al borde del nido), que anillando zampullines en la marisma, que censando aves desde la avioneta, que a pie del Toruño, bajo el gran acebuche, intercambiando datos con Héctor y otros ornitólogos. Hoy me va a contar cómo era la vida de los pateros: ‘O lo que es lo mismo: los que matábamos patos antes de ser conservacionistas’. Luis es el quinto de una familia de diez hijos. Sus her¬manos mayores aún matan patos, como su padre; sus menores ya no matan, como él. Antes de proteger al pato iba para patero, pero le cogió amor a la marisma y se distanció de sus mayores: ‘...ellos ya disparaban con escopetas chicas a los seis años, muy abiertas las piernas, con la culata apretada como si fuera parte del cuerpo. En casa había ocho, diez escopetas; se cargaban por la boca con pólvora negra, estropajo y una soga de pita; todo se apañaba a base de mortero y maja. La munición eran hierros, tachuelas, puntas, aunque podía reventar el cañón: más de un patero hay manco. Se le echaba perdigón del calibre tres para el ganso, del seis para el pato real, del ocho para la cerceta’. Era el tipo de escopeta que se usaba en los años 40. ‘...estaba hecha por un maestro de la fábrica de tornillos’. Recuerda cuando fue de niño a la finca de ‘un ricacho con mucha tierra por medio’, que dejaba cazar a cambio de una parte de las piezas, y el padre le dijo: ‘Espera que voy a arreglar un asunto’. Al verse amo de la escopeta la cargó un cuarto, se la arrimó al hombro, apuntó a un bando de gorriones y la explosión lo dejó sordo; pero insistió: ‘Voy a cargarla media’. El golpe fue mayor. A la tercera la cargó entera y lo toparon los guardas sin conocimiento. No mató un pájaro y se le fueron las ganas de matarlos hasta hoy, que los cuida en este resto de Paraíso que es Doñana. El patero es el antecesor del ornitólogo, el valor primario de esta ciencia, el primer hombre que vive de los pájaros. Luis viene de bisabuelo, abuelo y padre pateros, que han vivido de los patos, de matar patos, de cambiar patos, de comer patos: ‘Digamos de algo hecho libremente en un mundo donde no había otro trabajo’. La del patero es una historia compleja y con pocos datos. Digamos que el oficio nace y muere con la marisma, extensión inabarcable donde las propiedades se perdían unas con otras. ‘Podía haber veinte fincas, pero nadie tenía claro donde empezaba una y terminaba otra’. El patero cuaja como una especie más dentro de este mundo salvaje; es el depredador más listo en la cadena, adaptado al medio, con su modo de autoabastecerse. ‘Mataba pájaros y te doy carne a cambio de garbanzos o lentejas. Así se sobrevivía. A veces mataba indiscriminadamente, pero hablamos de unos tiempos y de unas marismas con doscientas mil hectáreas. Las especies amenazadas de extinción no le eran rentables: la Naturaleza suele mediar en estas cosas y saca miles de patos frente a tres águilas. Al patero no le interesaba matar un águila real o imperial. Le iba la cantidad. Un tiro valía dinero y no lo podía gastar en un águila, sino en un buen número de pájaros’.
Si al ir de caza la bandada no le parecía suficiente, ‘porque era un trabajo de artesanía’, esperaba horas hasta que hubiera más. Para diez patos, no tiraba, aunque, como en todo, mandaba el hambre. Muchos días se conformaba con lo que fuera: ‘era terrible que no entrara comida en casa’. No había control sobre los pateros, ni ley que limitara sus pasos, aparte de moverse por un terreno difícil. Entre ellos sí existían rivalidades ‘porque solían vivir en el mismo pueblo. En una calle de Los Palacios había diez pateros, y se sabía quién, cómo y cuánto cazaba; no era agradable llevar días sin tirar mientras el vecino traía treinta ánsares. Uno se sentía campeón; otro, desgraciado. Eso, casa con casa’. En un plano más amplio, los pateros se distribuían por zonas. En esta parte de la marisma cazaban unos, en aquella, otros. Más que solaparse, se respetaban, ‘y los puestos tenían sus dueños de caza tradicionales: este es mi terreno, de mi familia, de los míos’. Le sugiero: ‘cuando un niño dice: este es mi perro, esta es mi casa, aprende la primera lección de usurpación de la tierra’. Remata: ‘Pues lo mismo; es así de siempre y para siempre’. Mujeres pateras no han existido. ‘La mujer tiene una importancia vital en la patería, pero en la casa, esperando al hombre para vender o cambiar el monto, administrándolo para evitar días de hambre. La pieza ganada se puede equiparar hoy al sobre con la paga que el hombre trae cada final de mes. Bicho cazable era todo el que se podía convertir en moneda de cambio; por ejemplo: un macho y una hembra de patos reales, una pieza de dos; un par de cercetas con dos patos pequeños, cuatro. Una familia de pateros vivía de la caza. No había dinero, y la gente, aunque quisiera comprar, no podía. Y si los patos no se vendían por caros o por no malvenderlos, era un desastre, un malgasto de esfuerzo’.
© Manuel Garrido Palacios
© Fotos: A. Camoyán, Héctor Garrido, Abelardo Bellido