EL HACEDOR DE LLUVIA


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EL HACEDOR DE LLUVIA
M. Garrido Palacios
Calima Ed. Mallorca
LE FAISEUR DE PLUIE
M. Garrido Palacios
Ed. L'Harmattan.
Paris

Carmelita, Hipacia, Tasio, todos son nombres antiguos nacidos de la mente joven de un escritor maduro, que ha sabido transformar los sueños en realidades de las que claman “conciencia”, por ejemplo, cuando dice que “a la madre se la quiere sin decirle que la quieres”, recogiendo ese sentir que se adormece de joven y cual Guadiana renace cuando percibes su ausencia. Y del Himmario mágico Tasio entresaca otra perla cultivada al remanso de los años y la paciencia, cuando “despierta el sentir del miedo a la eterna soledad”.....y todo esto, tan sólo en las dos primeras páginas, ¡qué fuerte!, me inquieta continuar, pero sigo.
Barruntar, espurrear, el chivato cizañero, escudriñando los cielos, santiguadora, refajo, desasnar, visitera y caracuco, lenguajes del pueblo “llano” que se mueve en lo pagano pero que mira hacia el cielo, ¡por si acaso!, y no buscando las lágrimas de las nubes, que es labor del Hacedor, de quien nos dice el autor que era un aprendiz de pícaro, que vivió sin convencer, pregonando “veleidades” que todos quieren oír, pues el pueblo “puro” y “sano” necesita del engaño que alimentan las conjuras, la crítica y el cotilleo, dando así “salsa” a la vida de pueblos grandes y chicos que resultan aburridos si les falta el “condimento”.
Y, ¡cómo no!, ya sale Dios con mayúscula o minúscula según la necesidad que en el momento tengamos, pues el pueblo descreído será sabio o será pícaro, pero ya tiene bien aprendido qué árbol le da cobijo.
Manuel Garrido Palacios es un gran observador que nos transporta al mundo de la sabiduría popular y nos introduce en el lenguaje “olvidado” de quien no tuvo maestro, con refranes y sentencias de la escuela de la calle que nace de la experiencia. Nos repasa el santoral nominando a personajes que van a misa el domingo para cumplir el precepto, y nos recuerda que Tasio pudo haber sido mi abuelo, pues las distancias son cortas, muy cortas, cuando se trata del tiempo.
Libro denso. Términos desconocidos que asociados en la frase te descubren su sentido. Enseñanzas no amparadas en teoremas ni ecuaciones, ni en dogmas, ni en pensamientos de filósofos de escuela, pues provienen de la sangre, del sudor y de las lágrimas del pueblo desconocido que sólo tiene la lógica de aquel error cometido.
Herrumbe puede ser Huelva, Santurce o Valladolid, y tía Carmelita o Tasio somos todos, los de antes, los de hoy, los de mañana y pasado: no hay apenas diferencia pues la escala evolutiva sigue su paso, sin prisa, dentro de un orden biológico que no lo marca el reloj.
Si algo le sobra a este libro, es la fecha de edición, pues unifica el pasado, el presente y el futuro; no se crea distinción; y si algo le echo en falta, es que el número de páginas no se aproxime al millar.

© Benito A. de la Morena




Tras varios años de la publicación de El Abandonario, que ya nos asombró por la destreza narrativa, por la riqueza de su lenguaje y por las muchas claves y sentidos del texto, Manuel Garrido Palacios nos ofrece ahora su novela El hacedor de lluvia, que comienza y acaba con signos suspensivos. Juntas conforman un cuadro rico de matices que nos sumerge en una atmósfera de nostalgia, recuerdo y soledad desde la voz del único personaje que, muerto, dialoga con su amigo Tasio sobre el pasado de Herrumbre, pueblo abandonado que simboliza tantos otros condenados a la desaparición: «Mi memoria se posa sobre el pueblo mientras llega otra vez, inútilmente, la hora del Ángelus fijada para mi entierro, amigo Tasio. Acabado el último acto, ya somos menos que nada; yo, metido en el ataúd de los tenebros; tú, muerto en la silla de anea» (p. 9). Ambos han sido mudos testigos de la muerte del pueblo -Paraíso para unos, infierno para otros, Herrumbre se vació sin que tú ni yo halláramos razón para abandonarlo (p.53)-, que no tiene localización concreta en el espacio, con lo que se refuerza el valor simbólico; en un tiempo que sugiere los difíciles años que rodearon a la guerra civil, con su iniquidad de fusilamientos, paseos y sórdidas venganzas. 
El monólogo sin respuesta evoca la vida del pueblo desolado y pobre, con una galería de personajes que sobreviven en un medio que nada les brinda, tan estéril como la tierra sobre la que se asienta. Como en El Abandonario, tras la evocación de lo vivido late la presencia constante de la tía Carmelita, protectora, educadora, testigo y hacedora maternal del destino del narrador, de Hipacia, de Ausencio, de todos. Sabia en dichos y en hechos, lectora eternamente doliente, del médico a la santiguadora, de la santiguadora al médico un día sí y otro no, se expresa en su Himnario (p. 11), texto dentro del texto de la memoria que se desgrana en coplas, canciones y versos hechos para perdurar. El hacedor de lluvia, personaje que da título a la obra, un aprendiz de pícaro de trágico final, encarna el engaño en el que viven muchos personajes y, en gran medida, la inutilidad del esfuerzo humano. Muchas historias en Herrumbre no son lo que parecen, encierran misterios que se van desvelando poco a poco: la sospechosa preñez de las casadas, la siniestra actividad del chivato, el frágil ministerio sacerdotal de Doninmaculado, el alcalde Sefito o el político Donglorio con sus incumplidas promesas, el falso poeta Panduro, las cartas que intercambian tía Carmelita y el cura, las limitadas artes de la santiguadora tanto como del médico, los sospechosos poderes curativos del agua de sulfo del balneario ruinoso... En el pueblo que latía al paso del vivir para vivir (27), la verdad y la mentira, la vida y la muerte se entrelazan en un entramado de anécdotas y de historias personales en las que no faltan las briznas del humor, la frase ingeniosa, la situación burda abocada al ridículo. Fantasía, realidad, sueño y más allá se confunden en la configuración de una atmósfera a la vez maravillosa y crudamente real, una especie de universo en donde la vida es poesía -en ocasiones poesía amarga- y la poesía se hace vida. 
El sentido último del relato no es hacer historia sino otorgarle el lugar que le corresponde; las palabras de Tasio parecen desvelar la intención esencial del narrador: No es mi voz la que recupera la historia sin pronunciar palabra; es la historia misma la que pide mansamente la dignidad de su sitio (141). El pueblo y sus gentes, la técnica narrativa, la dignidad que se confiere al dolor, al silencio y a lo no tangible, evocan el magisterio de Juan Rulfo; en el fluir de lenguaje del pueblo moribundo resuenan los ecos de la prosa siempre auténtica y precisa de Delibes, escritores por los que el autor siempre ha manifestado sin reticencias su admiración. El largo caminar de Garrido Palacios por las tierras de España, por el latido vivo de sus pueblos y de su realidad, se despliega aquí con una copiosa riqueza léxica de términos olvidados en las grandes urbes, pero a los que de esta manera confiere la dignidad de la perduración en su genuino contexto, de una riqueza que podría desaparecer irremisiblemente. Presta su voz al monólogo interior del protagonista que intenta vanamente el diálogo ausente con su amigo Tasio, pero también a todos los personajes que representan un mundo al que condenamos a la desaparición sólo porque, desde nuestra propia ignorancia, desconocemos. Como apunta el narrador, A medida que te hablo, Tasio, compruebo que la historia chica de Herrumbre encerraba más ventura que el “pogueso” o el “futuro espezarandor” del político Donglorio...Historia de gente de carne y hueso, poso de hechos en el que tanto se mojaban las canciones esquineras como la pluma de tía Carmelita. (123). En síntesis, una novela que ofrece más de una lectura y, a cada paso, la muestra de un hacer narrativo maduro, versátil, pleno de sugerencias. De su autor, Manuel Garrido Palacios, conocedor como nadie de la etnografía viva española, creador televisivo y de la palabra, miembro de la Academia Norteamericana de la Lengua Española de Nueva York, distinguido con el Premio Borges de Narrativa en California, esperamos pronta continuación de los puntos suspensivos finales de este Hacedor de lluvia. 

© Marisa Regueiro






Hoy, miren, el paisaje se nace en páginas de lluvia, con el hacedor Garrido Palacios, que vuelve a traernos el deleite de Tasio desde Herrumbre, aquel pueblo que en su mística es ningún lugar o todos los pueblos o quizá el silencio hablado de los pueblos. Para festejar fulgor de primavera y feria de la tapa (del libro) figúrese que alguien responde a Tasio su cuestión de ¿para qué nací yo si no voy a ser ni recuerdo?, y se hace grande por la sabiduría que se enmarca en este zarandeo. Manuel Garrido Palacios tiene cara de sorpresa ¡siempre¡ y siempre se le ocurren vidas para sorprendernos. Él nos convierte en Ausencio, nos devuelve a Constanza, nos anuncia Telesforo, nos quiere predicar en prosa pícara, sana picardía; hasta que de tanto llevarnos por tiempos de Tasio, nunca sepamos por qué se superan en muerte quienes fueran egoístas en vida. Un regalo frondoso para vivirlo este Hacedor de lluvia de Garrido Palacios, un tesoro. 

© Ramón Llanes