Lagos · Algarve






LAGOS · ALGARVE



Presidiendo la piscina interior del Hotel Vila Galé Lagos, hay cuatro budas dorados, todos con su gesto intraducible, su indiferencia de dioses y su mirada perdida en la profundidad del alma de quien los observa. Al caer la tarde la estancia se puebla de una luz difusa, que entra en el agua a través de los grandes ventanales y la transforma en un espejo donde cada buda se refleja. Los cuatro parecen ajenos a cuanto pasa más allá de sus ámbitos inmediatos; sin embargo, mueven a miles, a millones de seres que creen en ellos. El que nada y flota, va y viene por el rectángulo limitado de la piscina, impulsando su cuerpo a brazo, tactando con sus manos la meta de llegada en un espacio fácil de salvar, aunque difícil de asumir si vemos en él una metáfora de la propia vida, tan limitada como la gran piscina que contiene el agua. Los budas no conocen estos límites donde se debaten los cuerpos. No conocen estos ni ningún otro límite porque jamás se impusieron pasar la linde que los separa de lo humano, distancia que los diviniza en sus pedestales; les basta con cruzar sus piernas de manera que la planta de un pie quede hacia arriba y una mano repose sobre la otra. Y pensar, meditar, que es lo mismo que platicar divinamente. La luz baja casi a ras de agua y el velo transparente que levanta el vaho aporta su grado de misterio a la visión de los cuatro budas silentes, diría que con sonrisa insinuada, como participando desde dentro y hacia dentro, no se sabe si de los movimientos del que los mira o moviendo un recuerdo, sin que nadie acierte a saber qué es lo que recuerdan los budas. El ir y venir incesante del que nada y chapotea cerca de ellos puede representar la cara activa de la vida, ese no estar nunca en ningún sitio creyendo que se está en todos, ese avance y retroceso continuos para acabar en el mismo sitio, siempre en el origen. La actitud pasiva de los cuatro budas puede significar el haber llegado al punto en el que no es necesario moverse porque se ha encontrado el lugar que posee el equilibrio, el fiel de la agitada balanza de los latidos. Lo cierto es que por más que se mueva quien está en el agua sólo conseguirá, además de cansarse, rozar la superficie, que volverá a quedar tersa en cuanto pare de agitar el cuerpo. Frente al que va y viene, por más siglos que haga que los cuatro budas están quietos, seguirán removiendo interiormente a miles, a millones de almas en la dirección que le dicten sus creencias. Y esto será así todos los días y todas las noches.


© Manuel Garrido Palacios

Johann Ketham

Johann Ketham
Fasciculus medicinae, 1493