Gerardo Piña-Rosales

LOS AMORES Y DESAMORES
DE CAMILA CANDELARIA
(novela)
Gerardo Piña-Rosales
Col. [dis]locados / Literalpublishing
Houston, Texas, 2014

En un documental sobre pueblos  primitivos, el locutor –micrófono agresivo en mano, tecnología a sus pies, pátina de autosuficiente encima– pregunta a la anciana analfabeta que amasa a la puerta de su choza: “¿Cómo se hace el pan?”. Ella se despeja el velo del sofoco y responde: “Con amor; después échele lo que quiera”. La anécdota, que se eleva sola a categoría, se repite con un escritor que presenta su obra: “¿Cómo se hace una novela?”. Son tantos los campos en los que aplicar el cuestionario, que cabe reunirlos en uno clave: “¿Cómo se hace la vida?”.
Los amores y desamores de Camila Candelaria, de Gerardo Piña-Rosales, goza del amor por cuanto sugiere el título y por el primor al trazar la novela enunciando el tema, dejando crecer su apasionante contenido y dándole fin en la orilla mansa de la vida. Todo lo cuenta Camila con el encanto añadido de mezclar en su discurso las voces que la moldearon: “Nací y me crié en San Juan de Puerto Rico, aunque pasé la mayor parte de mi vida adulta en Nueva York”. En su mundo primario están su padre y su madre; él, de origen humilde, funcionario, lector compulsivo, progresista, “atrapado en las redes de la mediocre tiranía de los burrócratas”, resignado a la “aplastante rutina” hasta sentirse “un fracasado”. Ella, “empantalonada”, de “vieja familia ponceña de abolengo –de ascendencia española–, venida a menos”, imbuida en humo de grandeza, culpando al esposo de la situación de la casa por no aportar más que el “sueldo de chupatintas”.
La voz recia y dulce de Camila cuenta que en este entorno se ve hecha “una muchachita muy desarrollada, con mis grandes ojos negros y labios pulposos, mi piel canela de mamey, mi melena azabache, ensortijada y sedosa, mis torneadas caderas, mis nalgas paraítas y mis pechines en punta. ¿Quién me iba a decir que mi atractivo sería la causa de mi desdicha?” Los hombres “me comían con la mirada y, aunque procuraba ignorarlos, en el fondo me halagaban”. Para la madre, “la virginidad era el tesoro más preciado de la mujer”.
Divorciados los padres, “sin acrimonias”, la madre emigra a Nueva York con los tres hijos. Tras unas semanas en un apartamento prestado, “chiquito como celda de convento”, consigue un trabajo y acceden a uno propio. Lejos del padre, Camila le pide auxilio por carta, pero la madre destruye las respuestas dejándola en pura incomunicación.
Graduarse de High School es su primer triunfo, llegando a dominar el idioma inglés, aunque siente y piensa en español: “lengua que habito y me habita”. La madre fuerza a los hijos a hablar “exclusivamente en inglés; como era muy blanca y de ojos claros, aspiraba a que la tomaran por gringa. Se avergonzaba de ser puertorriqueña”.
Por entonces frecuenta la casa un tal O'Hara, “hombretón viudo de cara colorada, ojos celestes y pelo azafranado, funcionario de Inmigración. No sé qué vería en mi madre”, pero se casa con ella. El día de la boda, Camila llora acordándose del padre: “me encerré en el toilet para desahogarme, pero fue peor porque me dio un ataque epiléptico. En el St. Luke's Hospital me sedaron y fui recuperando el control. Mi madre no me perdonó nunca lo que llamaba mi abominable conducta”. Al verla tan triste la llevan a un psiquiatra “calvo, rechoncho y con espejuelos como lupas”, que la invita sonriente a que se recline “en el diván para confesarle mis cuitas”, animándola a vencer la ausencia del padre y su hostilidad hacia New York, “capital del mundo, donde podría realizarme mejor que en Puerto Rico, que era una islita en medio del Caribe”. A la segunda visita “me dice que percibe en mí una capacidad de amar muy profunda, pero que si cometía el error de depositar ese amor in the wrong person, sería desdichada; que necesitaba un hombre con experiencia” que fuera a la vez padre, amigo y amante. A la tercera visita le pide que se desnude para auscultarla. Ella se extraña, pero “como era todavía ingenua, tan naïve, pese al pudor que me cohibía, le obedecí. Al verme en cueros se abalanzó sobre mí como un poseso y empezó a comerme a besos”. De un empujón logra zafarse y huir.
Camila ingresa en el City College con dudas sobre la carrera a elegir, hasta que se decanta por la sociología. Durante el Spring Semester, conoce a Edwin, estudiante de políticas, “fornido, que adoptaba el aire amenazador de quien va por la vida resolviendo los problemas a puñetazos”. Un día “se me presentó con un shopping bag lleno de libros de Marx, Engels y Mao; me dijo: son para que vayas cobrando conciencia política. No puedes permitirte vivir al margen cuando la patria de uno está siendo pisoteada por el invasor”. Después van al cine y “tan pronto se apagaron las luces empezó a acariciarme los muslos. Le advertí que se pagara una prostituta porque conmigo no iba a propasarse”. Tras la cena silenciosa en un restaurante chinocubano, ella le confiesa: “Aunque te cueste creerlo, soy virgen y pienso seguir así hasta mi boda”. Tras la sorpresa responde él: “La virginidad es uno de los mitos más represivos y antinaturales que la Iglesia –institución de lo más reaccionario– se ha sacado de la manga para mantener encadenada a la mujer. Como progresista, creo que la mujer latina y sobre todo, la puertorriqueña, ha vivido como una esclava del padre, del hermano, del esposo: sólo falta que con hierro candente le marquen en las mejillas el Sine Jure. Es hora de romper las cadenas. No pretendo hacerte daño, sino ser tu amigo y ayudarte en el progreso de tu maduración psicológica, política y social”. Una noche, tras “tacos, enchiladas, tamales y vino” van a una “discoteca de lo más chévere”. Un amigo la saca a bailar y Edwin lo impide: “A ella nadie me la va a tocar, ¿O.K?”. Camila se siente estúpida y a la vez orgullosa de que él haya proclamado “mi sujeción a su poder absolutista: ¡Yo era su hembra! ¿Cómo no vi que su proceder machista contradecía sus ideas sobre la liberación de la mujer? Was I dumb!”
Días después la lleva a su apartamento: “cochiquera llena de libros y posters de Sandino y el Che” y la atrae con mimos, música y ron. “Al tercer trago estábamos en el sofá. Me arrancó la saya a manotazos, clavó la rodilla entre mis muslos, y, como me resistía, me dio un cachetazo y me tapó la boca. Finally, he penetrated me. I heard my hymen break. I was hysterical, trembling, crying. Sentí correr por las ingles un líquido pegajoso como melaza. Como pude corrí hacia la puerta y el cínico aún me preguntó si me había gustado”.
Hasta aquí llega el cuadro inicial donde Camila se mueve, tras del que viene lo más sustancioso con personajes y escenarios donde se suceden sus amores, desamores y amoríos. Es un juego voluptuoso de ideas, situaciones impactantes, revelaciones de amantes, relaciones fallidas y giros inesperados. La primera parte queda en aperitivo frente a la plenitud de experiencias que sigue: toda una metáfora de su vida: “tan pronto como hube bebido ¡hasta la última gota! aquel líquido oleaginoso y amargo, sentí que la realidad de mi entorno comenzaba a revelárseme desde otros ángulos, que mi consciencia se expandía y navegaba ad libitum por las paredes del santuario, revestidas de dibujos y mandalas tibetanos; por la bóveda, tálamo circular o campo de batalla poblado de fornicantes ninfas y quiméricos dragones; por la claraboya, donde repiqueteaba la lluvia; por el denso y enervador aroma del incienso; por el viento, ronco rumor, entre los palmerales, gemebundo como algún animal cautivo o vulnerado. Por primera vez en mi vida me sentía realmente viva, pletórica de energías. Pero, al mismo tiempo, la quietud y el sepulcral silencio que nos rodeaban me sobrecogían. Un cierto miedo, una leve angustia ante lo desconocido se anudaban en mi garganta. Mi ser se descomponía, sin que yo pudiera –ni quisiera– detener el total desvanecimiento de las diferentes y contradictorias personalidades que a lo largo de mi vida había presentado a los demás…”.
El final son flecos de memoria que la brisa de la avanzada edad mueve. Restos que memora en silencio y en los que surge Mario –¿su último amor o desamor?–: “cuando le hablé de las elecciones que se avecinaban –y en las que él, de haber estado sano, habría participado–, me lanzó una mirada que me heló la sangre. Y como yo insistiera, me gritó: But don't you see it, damn it! I am dying! I have AlDS. I think it's about time you know my little secret: I am gay! No lo creí hasta que me hubo contado desde su críptica y torturada vida homosexual hasta su matrimonio conmigo por guardar las apariencias y asegurarse el éxito en su carrera política”.
Y tras tanto amar y desamar, el telón cae como la ola lenta que besa una orilla suave, linde en la que Camila aguarda el latido postrero amasando lo vivido con el amor que cierra su vida: “Tras la muerte de Mario, Nueva York no tenía ya nada que ofrecerme; vendí la casa de Staten Island, regalé los muebles y me mudé a San Juan. Aquí estoy, frente al mar que me vio nacer, recordando, escribiendo, no tanto para consignar las vicisitudes de mi vida sino para desahogarme, para descargar mi rabia y mi tristeza, para aliviar mi soledad hasta que llegue mi hora”.
Da capo. Si se preguntara -¿a quién?- ¿cómo se hace la vida?, tras leer la de Camila Candelaria seguro que diría: “Con amor; después échele lo que quiera, aunque sean desamores”.

Manuel Garrido Palacios
Paris. Verano, 2014

Alexis Diaz Pimienta

       

EL ÁRBOL DEL PECADO

Para José Antonio Santano

I
El misterio mayor de los olivos
Está en los arabescos vegetales
De sus ramas, tan ramas, tan iguales,
Tan llenas de poemas putativos.
Olivos milenarios, obsesivos
Con el color aceite del paisaje.
Olivos donde empieza un largo viaje
Hacia el pan familiar de cada uno.
Bisabuelos de nuestro desayuno.
Aderezos visuales del lenguaje.

Recuerdo mi primer encontronazo
Con su esdrújula piel llena de azares.
Yo venía en un tren. Los olivares
Hacían auto-stop, tendido el brazo
A lo Toulouse-Lautrec, no hacían caso
Al asombro frondoso del turista.
Recuerdo que era verde la autopista.
Recuerdo que eran curvos los espejos.
Recuerdo que, mirándolos de lejos,
Parecían caprichos de un artista.

De pronto se nubló, y sin previo aviso,
Goterones de aceite embadurnaron
Los techos y las calles, patinaron
Los pájaros volando, y sobre el piso
Hubo manchas de sed, hambre plomizo,
Todo tan resbaloso, dúctil, blando.
Un zéjel y un laúd de contrabando.
Una danza del vientre al son del trigo.
La tierra succionado con su ombligo
A todos los que estábamos mirando.

Desnudos y aceitosos los poetas,
Los árboles, las piedras, los collares,
Los libros, los manteles, los ijares,
Las lámparas, los sábados, las tetas.
Crocantes y aceitados los planetas
Girando alrededor de un viejo olivo.
Calientes y olorosos (con motivo).
Lunáticos y verdes (por fortuna).
Todos vadeando, al sol, la misma luna.
Todos leyendo, al sol, lo que ahora escribo.

Y las gotas de aceite en la ventana.
Y las gotas de aceite en los bolsillos.
Y manteles y sábanas con brillo.
Y no hay ropa interior hasta mañana.
Llueve aceite en Sevilla y en La Habana.
Canta el pan en Jaen y en El Vedado.
Huele a sexo y a mar recién horneado.
Huele a "moja la molla" y "chupa el dedo".
Yo quería ser virgen, y no puedo.
El olivo es el árbol del pecado.

II
Con un poco de aceite y una vela
Me dijiste, no temas, tú tranquilo,
Y en mi espalda desnuda sentí un hilo
De sabia prospección, de vil cautela.
La música dictaba un duermevela
Inducido a conciencia y a destajo.
Tus manos, en jornada de trabajo.
Tu lengua en un ritual húmedo-audible.
Yo interpretando, lo mejor posible,
mi papel de pan negro boca bajo.

Goteas, lentamente, y me estremezco.
Tus manos no son manos, son esporas.
Resbalo sobre el aire, unto las horas,
Goteas, lentamente, y anochezco.
A cuentagotas, ¿ves?, desaparezco.
Estaba y ya no estoy. Era y no existo.
Gimes, me visto, gimes, me desvisto.
Soy el pez, soy el charco, soy el fuego.
Un pan negro cortado para luego.
Un pan negro mojado de imprevisto.

Y pensar que no sabe el estanciero
sembrador de olivares en Baena,
Que la parte final de su faena
Se resume en un "ponme tú primero".
Y pensar que el sudor del jornalero
Aportó a estas turgencias y gemidos.
Los troncos jorobados o partidos.
Las gotas de Rocío evaporadas.
Todo para cenarnos, entre almohadas,
Dos cuerpos extravirgen bien servidos.

Mojemos en aceite los poemas.
Mojemos en aceite los recuerdos.
Los senos ambidextros (o ex-izquierdos),
Los tíquets para el cine, los problemas.
Soy tu vela de aceite y tú me quemas.
Soy tu pan con aceite y tú me muerdes.
Mojemos en aceite y no te acuerdes.
Mojemos y no grites y no corras.
Después, con las gotitas que te ahorras,
Plantamos otra vez palabras verdes.

Muérdeme por el sur, que estoy crocante.
Muérdeme por lo negro, que estoy blando.
Moja tu voz en mí, y sigue callando.
Dale al aceite voz y que el pan cante.
Todo se vuelve un circo delirante.
Un complot del también y el demasiado.
Aceite. Desnudez. Hambre. Bocado.
Luz. Migajas. Calor. Sábanas. Besos.
Perdónanos, señor, por los excesos. 
El olivo es el árbol del pecado.

© Alexis Diaz Pimienta. Cuarto de Mala Música . Almeria, julio 2014.
© Fotografía Héctor Garrido

Magnus William-Olsson

UNA CIUDAD SIN MUROS
Magnus William-Olsson
(Ed. bilingüe sueco-castellano.
Trad. Ángela Inés García)
Libros del aire. Col. Jardín Cerrado



Magnus William-Olsson (Estocolmo, 1960), poeta, ensayista, traductor, ha obtenido los premios ‘Karl Vennberg’, ‘ Gunnar Ekelöf’ y ‘Bellman’. Como traductor ha publicado versiones de poetas clásicos y modernos como Safo, Pia Tafdrup, Antonio Gamoneda, Constantino Cavafis, Alejandra Pizarnik y Gloria Gervitz. En la actualidad lidera la organización FSL (Fria Seminariet i Litterär kritik), del Instituto Real de Arte de Estocolmo. En palabras de Ángela Inés García, ‘Una ciudad sin muros propone una lectura sobre el tiempo enfocando el cuerpo como el modo por excelencia de encarnarlo. Intocable como el mercurio, el tiempo es además invisible, salvo por su rastro. Magnus William-Olsson rastrea los instantes de esplendor del cuerpo viajando en el carromato del deseo. Su lenguaje paladea la materia en movimiento del presente carnal, y la energía palpable y luminosa de la poesía que burla lo implacable del tiempo’.
La traductora, Ángela Inés García (Medellín, 1957) es poeta y periodista. Fundadora del Festival Internacional de Poesía de Medellín, pertenece al consejo de redacción de la revista Prometeo y a la Asociación de Escritores del sur de Suecia. Sus poemas han sido traducidos al sueco, alemán y serbio. (Editorial)

(pág. 105)
Creer en el cuerpo.
Vivir esta fe cuando todos se aferran al alma, identidad y futuro.
Ante la muerte poblamos todos una ciudad sin muros, dice Epicuro.
No soy maricón, ni hetero ni bisexual.
Creo en un cuerpo más acá del cuerpo,
una especie de sueño o un sensualismo violento,
una verdad donde la lengua toca el ojo,
donde la lengua toca el sexo,
la verdad de las mucosas y de la piel.
No estamos obligados a vivir con necesidades, dice Epicuro.
Creo en el necesitar. La imperfección del cuerpo.
¿Qué es el placer?
El placer no es evitar, no es poder, no es entregarse
El placer es soportar placer.
Y siempre en una ciudad sin muros.

© MW-O

Ramiro Gairín Muñoz





Pintar de azul los días laborables
Ramiro Gairín Muñoz
Isla Varia Ed.




“A veces el mar se obstina en la estela de los taxis que se comparten, y caminar se convierte en buscar una palabra que contenga su forma. Y así el tiempo se ensancha, así la vida se va evaporando, con la sospecha de que a lo mejor es importante encontrar los versos que ritmen el tambor de los trenes en vela, que expliquen por qué es el mundo un barco cargado de casas ardiendo, de pétalos de la noche que vencimos infinitas veces”. El libro, su primer poemario, recibió el Premio de Poesía 'Ángel Miguel Pozanco'

© Editorial.

Jorge Sousa Braga




DIARIO DE A BORDO
(Poesía escogida)
Jorge Sousa Braga
Libros del Aire. Colección Jardín Cerrado
Ed. bilingüe.  Trad. del portugués, selección y prólogo de Diego Valverde Villena.





CARTA DE AMOR
(A Eugénio de Andrade)

Un día de estos
te voy a matar
Una mañana cualquiera en la que estés (como de costumbre)
midiendo el empalme de las flores
allí en el Jardín de San Lázaro
un tiro de pistola y…
No te voy a dar tiempo siquiera a que te fijes en mi rostro
Puedes invocar a Safo, Kavafis o San Juan de la Cruz
a todos los poetas celestiales
que ninguno vendrá en tu ayuda
Comprometidos definitivamente tus planes de eternidad
Adiós pues mares de septiembre y dunas de Fão
Un día de estos te voy a matar…
Una certera bala de polen
justo en el corazón

MUJER

Mitad mujer mitad pájaro
Mitad anémona mitad niebla
Mitad agua mitad amargura
Mitad silencio mitad concha
Mitad mañana mitad fuego
Mitad jade mitad tarde
Mitad mujer mitad sueño.

© Jorge Sousa Braga

Celia Bautista Iglesias





EL RITMO DE LAS SOMBRAS
Celia Bautista Iglesias
Colección Daniel Leví
VII Premio de Poesía Leonor de Córdoba





“Sentían ya las moscas la vendimia / y la mimosa, el pruno y el olivo / ensayaban, / a coro con el aire, / melodías de siempre, / con batuta de otoño. / Metida en un paréntesis de tiempo, / ella miraba al suelo, / contemplando / la danza improvisada de las hojas. / Un bodegón dinámico que trazan / los dedos invisible de la luz. / Permanecía quieta / sólo ella. Plena, su sombra plana / acariciaba / la nuca del silencio”.
Celia Bautista Iglesias nace en Riotinto y ejerce como Catedrática de Lengua y Literatura Españolas lejos de su cuna; otra cuna, que es donde naces y donde paces. Incontables son los galardones que adornan su obra, por si no fuera bastante la obra misma. Diré, por decir, algunos nombres de premios: “Ciudad de Barcelona”, "Luis Cernuda", “Nicolás del Hierro”, “Joaquín Lobato”, “Diario del Norte”, "Leonor", “Carmen Conde", etcétera. Por eso, que podríamos llamar lo exterior, y por lo que deja traslucir en sus versos, Juan Delgado dice que “es poeta merecedora de ser conocida en su tierra, porque es su tierra la que se la está perdiendo, y no hay tanto trigo como para que queden las mieses sin cosechar”. 
Mieses sin cosechar ¿hasta cuándo sólo se van a cosechar las de siempre?; sentimiento por sacar ¿de qué textura, de qué pulso para que no se diluya en el camino?; frases aún por decir ¿a quién, para quién por quién?; latido pendiente ¿de qué circunstancia? ¿cómo es el paisaje que sólo se ve con los ojos del alma?: “Este sol tamizado / que tiembla entre las sombras de su pruno, / no es como el sol de ayer / con pupilas de fuego, / que secaba el aliento de las flores / tan solo con mirarlas. / Es ámbar derretido, / orujo de membrillo recién hecho, / cendal de brisa y miel que huele a otoño. / A un otoño precoz / que, desde siempre, / se hizo un hueco en ella y le ha robado / centenares de hojas casi verdes, / que un vendaval de vida arrebató / al árbol sorprendido de sus sueños”. Aquí y ahora parece que todo ha pasado cuando todo está por pasar. Repito algo que dijo John Lennon un día que no cantaba: “la vida es aquello que pasa mientras hacemos otras cosas”. La vida de cada cual se va enganchando en las nasas invisibles del camino, nasas sin salida una vez dentro que sólo el sentir puede romper a golpe de versos, quizás quitando “a todos sus recuerdos / el polvo del silencio de los años. / Los hechos que conforman lo que ha sido, / sin orden, le reclaman / las horas que no pudo o supo darles. / Que los mire y los recree, / presiente que le piden. / Tal vez, vivir no sea más que esto. / Dejar que el tiempo vaya amontonando / la arcilla de pasiones necesarias. / Para, llegado el día, regalarles / el aliento, / la voz / y todo el tacto / que modelen sus cuerpos de vasijas. / Si, al fin, consigue hacerlo, / las llenará con todos los latidos / que algún viento celoso le robó. / Para beber de ellas cada día”.
Y entre tanta luz cegadora de realidades, un manojo de sombras al ritmo de las sombras; sombras que se van o se quedan junto al modelo. Pero, al final, sólo sombras: otra manera de manifestarse la luz: “Con estos prolegómenos de otoño / el jardín se sacude / los últimos sudores del estío. / A espaldas de su mundo, / ella no se resiste a contemplar / las sombras que no encuentran / la dimensión exacta del deseo. / Son distintas, siempre, / las formas que proyecta un mismo árbol. / Tal vez, todo se deba / al ímpetu del aire que lo anima / y cimbrea su talle, / hasta sacar de él / temblores que recuerdan / la danza estremecida / que siente cualquier cuerpo / cuando por fin lo templan / las manos invisibles que soñara. / Se acerca a sus recuerdos de puntillas / como quien no quisiera despertar / al fantasma del tiempo. / Ese que nos esconde / las horas una a una, / para que no exprimamos / su delicioso jugo. / Pretende recorrerse las estancias / que, por algún motivo, se dejó / a media luz / y rescatar de ellas / las sombras que aún palpitan / del sueño inacabado que ya fue”. 
He leído El ritmo de las sombras de Celia Bautista mientras el estudio se poblaba con los Conciertos para violín de Mozart. Unir tanta belleza en una sesión me ha parecido esa sensación que no se puede asumir del todo, porque, como la autora dice: “hay en ella una fuerza que se escapa / en dirección contraria de la meta, / rompiendo las cortinas que ha tramado / la pertinaz araña del olvido”.

© Manuel Garrido Palacios

Rafael Arozarena



Mararía
roman
Rafael Arozarena (1923-2009)
Traduction de l’espagnol par Marie-Claire Durand et Jean-Marie Florès
Editions Soupirail. France




«Elle était enveloppée dans une mante noire qui ne laissait voir que ses yeux, de grands yeux hagards comme ceux de señor Alfonso, et ses pieds étaient nus, pleins de sable et tout ridés comme les terres d’un malpaís.»

Alonso Quesada



Les Inquiétudes du Hall
roman
Alonso Quesada (1890-1925)
Traduction de l’espagnol par
Marie-Claire Durand et Jean-Marie Florès
Préface d’Antonio Enríquez
Editions Soupirail. France


«George vit alors que le Hall sortait de son âme, comme un languide désir de son corps aspirant à une quiétude et à une convalescence temporaire.»

«Écrit en 1922, on retrouve la distinction britannique mêlée à la suavité des îles Canaries. La traduction décline remarquablement l'atmosphère subtile et raffinée des lieux. Le Hall d'entrée de l'hôtel est le vrai maître des lieux. Délicieux et raffiné.» Babelio – 11/06/14 -


Penélope Carrasco

Penélope Carrasco
Aquel primer concierto

Ludwig van Beethoven va una tarde lluviosa a dar una clase a la adolescente condesa italiana Giulietta Giocordi, afincada en Viena, y mientras la espera, apoya su oído mermado en la tapa del piano, percibe las vibraciones que produce su entraña, cierra los ojos en una meditación honda, roza las teclas a punta de dedos, como se acaricia a quien se ama y, de semejante cuadro gris empieza a nacer la Sonata 14, op. 27, número 2, Quasi una fantasía, a la que llamará más tarde Mondschein, Claro de Luna. La escena termina en desconcierto porque, exprimiendo las últimas notas, descubre que la alumna lo ha estado observando en silencio escondida tras unas cortinas, situación que lo lleva a cortar bruscamente el discurso de la obra y a marcharse indignado del palacio por haber sido sorprendido en su intimidad creadora. Busquemos la magia en el viaje hecho por aquel Claro de Luna a través de los siglos desde la habitación vienesa hasta la Igreja da Misericordia de Tavira antaño Capital del Algarve templo que se convierte una noche en improvisada sala de conciertos. Las manos que tallan el milagro sonoro son las de otra adolescente, Penélope Carrasco, que aborda la obra en el teclado con la entrega que lo hubiera hecho Giulietta de no haber huido Beethoven del palacio. Penélope puebla el hermoso Monumento Nacional algarvío de claros y de lunas, y al espectador le invade la sensación de que el maestro la observa tras un cortinón, a quien ella, sin pronunciar palabra, parece decir: «Sepa que lo que pretendía entonces era aprender la obra escuchándolo a usted». Esto arranca del genio una sonrisa de agrado que borra de su gesto toda confusión. Sus ojos son reflejo de una alegría retenida durante siglos porque la gracia interpretativa de Penélope Carrasco los ha forzado a ello. Gracia que transmite al auditorio como un toque de esperanza que viene a significar que la belleza es una antorcha que cada generación ha de tomar para que el camino siga iluminado. Imaginemos. Ahora es Beethoven quien se oculta tras la cortina para comprobar cómo otra alumna recoge nota a nota e interpreta, con el aire fresco del sur de Europa, aquel Claro de Luna inacabado.

© Manuel Garrido Palacios
© Foto: Héctor Garrido

José Luis Campal




José Luis Campal
EL REGALO
Libros del Aire
Colección Jardín Cerrado



José Luis Campal (Asturias, 1965) filólogo, del Real Instituto de Estudios Asturianos y de la Sociedad de Literatura Española del Siglo XIX. ha sido comisario en exposiciones dedicadas a Campoamor, Marta Portal, Casona y El Quijote y Asturias. Ha coordinado Hojas de Poesía Mondego y Dípticos de Poesía Experimental El Paraíso. Obtuvo en Haro (Rioja) el primer premio del Concurso de poesía visual CVNE. Presente en antologías de la poesía visual, es autor de: Las dictaduras (1990), Catarsis (1992), Gran oferta (1993), Décimas dadaístas (1994), Rigor litterae (1996), Electrografías (1996), Admisión y exclusión de aspirantes (1997), Naipes (1998), Importe bruto (2000), Un puñado de acciones canjeables por Bonos del Estado y Letras del Tesoro (2001), La sidra en la poesía (2012),Tarjetas de visita (2013), Sueños de juventud (2014) e Injertos (2014).

www.librosdelaire.com

Héctor Garrido



Caballos en el cielo
Héctor Garrido
En las marismas de Doñana, caballos salvajes pastan libres sobre el agua. El cielo se refleja como en un espejo.


Héctor Garrido, fotógrafo especializado en ciencia, naturaleza, retrato y creación artística, autor de fotografías conocidas internacionalmente por explorar en nuevos espacios y conceptos y, de forma destacada, por el uso de la ciencia como materia prima para construir su diálogo artístico, lleva su fotografía aérea a Alemania con la exposición "VOLAVÉRUNT". La Galería de Arte 100kubik, con sede en Colonia, acogerá su nuevo trabajo: "VOLAVÉRUNT". Según explica el autor, el título de la obra hace referencia a uno de los grabados que Francisco de Goya publicó a finales del siglo XVIII -el número 61-, en el que se representa a Cayetana de Silva, Duquesa de Alba, volando como en una ensoñación. Cayetana de Silva era una mujer excepcionalmente hermosa e inteligente que repartía su tiempo entre la Corte, en Madrid, y Sanlúcar de Barrameda, así como en los terrenos cercanos del Coto de Doñana, del que era propietaria. Allí pasó con Francisco de Goya una intensa temporada de la que fueron fruto varios cuadros y muchos apuntes, los conocidos como “Cuadernos de Sanlúcar”. A partir de uno de estos apuntes, Goya realizó el grabado titulado “VOLAVÉRUNT”, donde ella vuela sobre tres brujas, quizás sobre los territorios donde se fraguó su amistad, frente a la desembocadura del Guadalquivir. 

Con este trabajo Héctor Garrido ha querido imaginar, a través de sus fotografías aéreas, cómo podría haber sido la visión de la dama de Volavérunt, si hubiera podido volar sobre esas tierras andaluzas. Héctor Garrido es uno de los escasos habitantes del mítico Coto de Doñana, el que quizás siga siendo uno de los últimos rincones salvajes de Europa. Desde esa privilegiada posición realiza su labor de fotógrafo para el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, conviviendo íntimamente con la naturaleza. Sus trabajos aéreos en Doñana y sus fotografías realizadas en los seis continentes del Planeta han sido publicadas por las más prestigiosas revistas internacionales.

© Natura hoy.com

México/España

Datos

En 2013 se cumple el 50 aniversario del establecimiento del Fondo de Cultura Económica en España. En plena dictadura y sin relaciones diplomáticas entre México y España, Arnaldo Orfila Reynal, director general del FCE, inaugura personalmente la primera sede del Fondo en Madrid en la calle Menéndez Pelayo. El acto, al que asisten 500 personas, es un acontecimiento cultural y social. El discurso inaugural corre a cargo de José Luis Sampedro. El día anterior, en la Biblioteca Nacional, José Luis Aranguren saluda al Fondo de Cultura Económica como a una “embajada cultural” de México en España. Y Javier Pradera asiste en su calidad de primer gerente de esta filial española.

fce

Dante Alighieri




Dante Alighieri
(1265-1321)










Alcoba de Dante en Florencia








La Divina Comedia (Paraíso. Inicio. Parte III. Canto I)

Penetra el universo, y se reparte,
la gloria de quien mueve a cuanto existe,
menos por una y más por otra parte.
Yo al cielo fui que más su luz reviste
y vi lo que, al bajar de aquella cima,
a poder ser contado se resiste;
pues cuando a su deseo se aproxima
nuestro intelecto, se sumerge tanto
que la memoria ya no se le arrima.
Mas, en verdad, cuanto del reino santo
mi mente atesorar haya podido
ahora será materia de mi canto.
En mi último trabajo yo te pido
de tu valor, oh Apolo, ser tal vaso
que me halles digno del laurel querido.
Bastó hasta aquí una cumbre del Parnaso,
mas ambas necesito cuando intento
a la última palestra abrirme paso.
Entra en mi pecho, espira en él tu acento
como cuando los miembros de Marsías
sacaste de su vaina y aposento.
Oh divina virtud, si a mí te alias
para mostrar la sombra que he guardado
del santo reino en las memorias mías,
ir me verás hacia tu leño amado
y con las hojas coronar mi frente
que por ti y la materia habré ganado.

Dante Alighieri

Alosno y el fandango



ALOSNO
XVIII CERTAMEN NACIONAL DE FANDANGOS
'PACO TORONJO'

María Antonia Peña



María Antonia Peña
La conciencia de lo onubense
Artes, costumbres y riquezas
de la provincia de Huelva nº  71



Si en un prodigioso esfuerzo de imaginación nos situáramos en los albores del siglo XIX, resultaría muy difícil precisar si el termino ‘onubense’ -referido globalmente a los pobladores del área occidental del Reino de Sevilla- tenía ya, por esas fechas, alguna carta de naturaleza. Igualmente, faltan evidencias documentales sobre la existencia de una conciencia territorial previa que permitiera a estos ‘onubenses’ sentirse parte de un espacio diferenciado y previsiblemente transformable en unidad administrativa independiente. Cierto es que, el 24 de julio de 1808, el corregidor de Gibraleón Leonardo Botella firmaba una proclama patriótica y antifrancesa bajo el encabezamiento de ‘Ilustres onovenses’, aunque ese epíteto no parece corresponderse con un espíritu onubensista comarcal, sino con la recuperación de una vieja tradición que identificaba la antigua Onoba con la villa de Gibraleón (tradición alimentada consecutivamente, durante los últimos siglos, por Rodrigo Caro, Enrique Flórez en primera instancia y Miguel Ignacio Pérez Quintero). Con todo, tampoco hay que dejar pasar algunos detalles significativos.
Aunque resulte arriesgado afinar las conclusiones, el propio Pérez Quintero, en la lista de suscriptores de su libro La Beturia vindicada, de 1794, introducía el epígrafe ‘Huelba’ para agrupar a los lectores afincados en Ayamonte, Trigueros, San Juan del Puerto, Villanueva de las Cruces o la propia villa de Huelva, utilizando -al parecer- la división administrativa del Partido de Aduanas, existente desde 1717. Que el sur de la actual provincia de Huelva gozaba en esas fechas de una cierta identidad propia parece estar fuera de toda duda si tenemos en cuenta que una Real Orden, fechada el 19 de febrero de 1805, lo desgajaba ya del Reino de Sevilla y lo integraba en una nueva entidad administrativa: la provincia de Sanlúcar de Barrameda. Evidentemente, ésta fundamentaba su existencia en aspectos más geográficos y económicos que políticos, delimitando el espacio comarcal comprendido entre las desembocaduras de los ríos Guadiana y Guadalquivir y buscando como factor de integración el común carácter agrícola y la proximidad al Atlántico de 33 núcleos de población que actualmente formarían parte de las provincias de Huelva, Sevilla y Cádiz.
Según la Real Orden citada, estos eran: Sanlúcar de Barrameda, Lebrija, Las Cabezas, Trebujena, Chipiona, Villamanrique, Pilas, Hinojos, Alcalá de la Alameda, Chucena del Campo, Manzanilla, Villanueva del Alcor, La Palma, Bollullos del Condado, Almonte, Gibraleón, San Bartolomé de la Torre, Villanueva de los Castillejos, San Silvestre, Villablanca, Ayamonte, La Higuerita, La Redondela, La Tuta, Lepe, Cartaya, San Miguel de Arca de Buey, Aljaraque, Rincón, Huelva, San Juan del Puerto, Moguer y Palos, con independencia de los lugares de El Rocío y Torre de Carboneras, en los que empezaban a tener lugar los primeros asentamientos temporales de vecinos. Por otra parte, tampoco parece casualidad que, en plena dominación napoleónica y a pesar de haberse constituido ya una Junta Provincial en Sevilla, los habitantes de la villa de Huelva se apresurasen a constituir su propia Junta (‘por ser un puerto de mar de los mayores de matrícula y contribuyentes al Real Servicio’¿ y solicitasen la aprobación de ésta, directamente, a la Junta Suprema Central, sin recabar la anuencia de ninguna otra instancia administrativa intermedia.
Por lo demás, la misma división realizada por los franceses en la Prefectura de Sevilla o Departamento del Bajo Guadalquivir parece ajustarse a una situación geohistórica preexistente. Al dividir el espacio provincial en dos subprefecturas (la de Ayamonte y la de Aracena¿, la nueva estructura administrativa reproducía el reparto tradicional del territorio en dos zonas -el señorío al Sur y el realengo al Norte- y definía un trazado fronterizo coincidente a grandes rasgos con el que luego se adjudicaría a la provincia.
Obviamente, la monarquía bonapartista buscaba racionalizar y centralizar la gestión administrativa y gubernativa del nuevo Estado. A principios del siglo XIX, la heterogénea y vetusta articulación del territorio en Reinos dificultaba la aplicación de las reformas económicas y políticas y obstaculizaba, en definitiva, la implantación del sistema liberal. Pero de esto no sólo se habían percatado los franceses. Imbuidos también por la filosofía política del liberalismo, los parlamentarios reunidos en las Cortes de Cádiz fueron igualmente conscientes de la necesidad de arbitrar una nueva división del territorio nacional. El artículo Xl de la Constitución de 1812 así lo consignaba y, de hecho, algunos trabajos llegaron a emprenderse para diseñar el mapa provincial. Se recogió el material cartográfico, se realizaron informes y se llegó a elaborar un proyecto de ley. Sin embargo, el retorno de Femando Vll en 1814 y su inmediato rechazo de la labor legislativa de las Cortes puso en evidencia que sólo un Gobierno liberal conseguiría sacar adelante la racionalización administrativa ya bosquejada.

© María Antonia Peña Guerrero
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