M. Garrido Palacios · Hacedor...

EL HACEDOR DE LLUVIA
Manuel Garrido Palacios
Calima Ed. Palma de Mallorca
Portada: Héctor Garrido
LE FAISEUR DE PLUIE
Ed. Harmattan. Paris
Portada: Héctor Garrido

En los días de Semana Santa, en los que, entre playas y cofradías los partes meteorológicos son puras sentencias, indultos o condenas de vida o muerte, Manuel Garrido Palacios se presenta con su última novela titulada El hacedor de lluvia. Precisamente ahora, como queriendo mentar a la bicha, llega anunciando desde los escaparates de las librerías el peor de los agüeros, enemistándose con todos al dar la bienvenida a quien nadie quiere recibir porque su llegada trae aguaceros y tormentas.
Pasarán las vacaciones, con ellas las cábalas y supersticiones y El hacedor de lluvia podrá ser recibido como el regalo que supone una nueva entrega, un nuevo avance, el punto y seguido de El Abandonario, la primera novela del profeta onubense, miembro de la Academia Norteamericana de la Lengua Española en Nueva York, Premio Borges de Narrativa, cineasta, ensayista, investigador y rescatador de la cultura, la lengua y la palabra, escritor, compañero y amigo, si él lo permite, Manuel Garrido Palacios.
La novela es el monólogo de un muerto. Una sola voz que narra, interpela, reflexiona y sobre todo recuerda. Es un réquiem por la memoria olvidada. El último esfuerzo por prolongar la expiración, por mantener el aliento de un final asegurado. Es el relato de la muerte con mayúsculas porque después no habrá nada, ni futuro, ni pasado, ni antes, ni después, sólo la eternidad entendida como «el lugar donde la nada es el algo que hay».
Dos nonagenarios, los últimos habitantes de un pueblo perdido llamado Herrumbre, mueren al tiempo, invitando a la soledad de su velatorio a todos los protagonistas de una memoria histórica que fallece con ellos. En torno a la muerte, resucita un pueblo que nunca estuvo vivo más allá de sus fronteras. Tan solitario y abandonado en vida que al morir, podría pensarse que fue el único, el último reducto de una civilización extinguida. El pueblo sólo importa por sus gentes, no se describen más que sus fronteras y lo imprescindible para situar a unos personajes que son los mismos que en cualquier otro pueblo. El alcalde, el cura, el terrateniente, el médico, la alcahueta, el tabernero y las putas, más otros menos mentados, pero igual de imprescindibles, como el monaguillo, el sepulturero, el panadero o un político que llega de visita prometiendo progreso a cambio de favores. Como en vida, en el velatorio de muertos no hay más que el propio pueblo y sus personajes que regresan para dejar escrita y salvar la memoria colectiva. No hay más remedio en un lugar donde «el polvo del camino no envolvía figuras encarando el pueblo, sino de espaldas amesnando pesares» y donde a sus últimos inquilinos sólo «soledad con soledad nos queda. Vida que no vuelve. Voces que no claman».
La trama se mantiene viva con continuas interpelaciones del narrador a Tasio, el amigo que lo encontró muerto y murió velándolo. La historia conserva la intriga gracias a un secreto que no se desvela hasta las últimas páginas, un misterio en torno a la muerte o asesinato del malo malísimo, que también tiene su sitio en Herrumbre. Intriga, amoríos, traiciones, descubrimientos, tragedias, celebraciones, la sencilla vida de un pueblo contada desde el recuerdo en primera persona. El narrador no es protagonista, aunque titula el libro en homenaje a un personaje que le hizo sentirse especial en vida, que le otorga el único momento de gloria en una vida anodina y plegada al resto de sus paisanos. El personaje hacedor de lluvia no es más que una anécdota, pero es la anécdota de quien asume la responsabilidad de rescatar del olvido la memoria del pueblo. Tal vez Ausencio sea el protagonista, un antihéroe, como no podía ser de otra manera, o la tía Carmelita, madre de todos y de nadie, o incluso el propio Tasio, tan callado e inerte. 
El libro de Manuel Garrido Palacios es un agasajo a la palabra por sí misma. Una fiesta de nombres propios-inventados para regalar al lector un banquete de letras manejadas a su antojo para recrear vocablos que de antiguos u olvidados parecen reinventados para expresar lo añejo de una vida que sólo cocinando en los fogones de la lengua puede recuperar el sabor de la tradición que hoy resulta aún más sabroso. La maestría definitiva se muestra en los versos, continuas cancioncillas de las que se vale el narrador para reafirmarse y puntualizar conceptos. Trovas, coplillas, oraciones o himnos, ecos de la memoria colectiva, coletillas orales que nacieron para reforzar el recuerdo en retahílas. 
Sin un punto y aparte, de corrido, cuenta un fulano de tal la historia de Herrumbre, que puede ser la de cualquier pueblo baldonado al olvido que se resiste a dejarse morir reivindicando el derecho a resistir, simplemente por la memoria de los que lo vivieron. Manuel Garrido Palacios, con El hacedor de lluvia, parece querer llamar la atención de un mundo que está olvidando su pasado, permitiendo que muera su ayer, como el investigador, el insólito arqueólogo que enaltece el valor de una piedra antiquísima despreciando al tiempo la importancia de la sabiduría popular, el sentimiento y la memoria de quienes habitan.

© Isabela de Mier