Alexis Diaz Pimienta






PASAJERO DE TRÁNSITO






‘De los ojos de un niño despegan los aviones. / Si cerrase los ojos caerían. / Sólo su asombro los mantiene en vilo’. Así abre su libro Pasajero de Tránsito el poeta Alexis Díaz-Pimienta, una de esas voces que un día cualquiera te sorprenden con su brillo y miden tu ignorancia: ¡Qué poco sé si no supe antes que ‘un avión en el aire / son muchos niños mirando al horizonte!.
Todos somos pasajeros en tránsito que vamos de la nada a la nada por este algo al que llamamos vida. Todos llevamos nuestro latido como único equipaje y la mirada del alma pendiente del primer despegue. Mientras, en esa gran sala de espera que es el día a día, ‘llegas, te sientas, / pides una cerveza, / miras las piernas de la joven / que hojea el periódico’ y ‘piensas, de pronto / que La Habana es muy triste, / que ni siquiera tiene un sitio / donde sentarse así’.
El trayecto es largo o corto, según las lindes. No siempre es el vuelo el que te lleva o te trae. Puede haber ‘una muchacha / que llega al ascensor en el último instante / para que alguien, gentil, detenga con la mano / la puerta automática’. Pero no por ello parará el viaje, el exclusivo, apasionante viaje, cada cual con su billete invisible de destino arañando los dentros. En una de las paradas intermedias otra ‘muchacha espera bajo una sombrilla / y el amante no llega’. Posee la mirada en la que anidó el asombro, la duda en un paisaje de ‘llovizna sobre la impaciencia de sus ojos sin fondo’ porque ‘el amante no llega’. Y la esperanza le pintará una sensación nueva, ‘como si el mundo comenzara bajo este árbol / donde está el petirrojo / y nosotros fuésemos un grabado intemporal / sobre la hierba’.
Los libros son como los aviones: capaces de mantenernos en vilo mientras el párpado no cae y las palabras crean versos. Porque un ángulo de sus páginas se abrirá tras un recodo del camino y otro se parará ante lo que jamás abarcarán los sentidos. El poeta dirá entonces que ‘a la hora del crimen / yo estaba sentado a merendar / sobre los ojos de dos niños’. Ojos que no sabían cerrarse porque nada habían comprendido todavía. ‘A la hora del crimen / los niños continuaban allí, estáticos, mirando el crimen’. Tiempo hecho de pasión, sangre, verso y luto: ‘Luego nos levantamos, / nos sacudimos sobre la realidad / y nos marchamos con indiferencia / porque nadie se creía culpable’.
Alexis Díaz-Pimienta (La Habana, 1966) ha publicado esta obra y La sexta cara del dado, En Almería casi nunca llueve, Yo también pude ser Jacques Daguerre y casi un sinnúmero de libros más en ambas orillas de ese Océano que nos baña como brazos de un mismo cuerpo, de un mismo idioma. Y sabe, sereno pasajero en su tránsito poético, que Franz Kafka vio que ‘de un punto determinado no hay regreso’, y ‘que ese punto puede ser alcanzado’. En tanto el corazón late, se avanza; él es la aguja imantada que marca el rumbo en el armazón de huesos y pellejo que lo contiene. Corazón capaz de dictarle en silencio que ‘toda la felicidad puede estar en sentarme / en una esquina de la ciudad / a mirar el rostro multiforme de la gente. / La felicidad puede ser esta paz / contemplándolos’ en su ir de paso.

FIESTA DE DISFRACES

“Parece que fue ayer”, dice Alexis Díaz Pimienta (La Habana, 1966) en el primer verso de su libro “Fiesta de disfraces”, Premio Internacional de Poesía Los Odres, de la Fundación López Rejas. Publicado en Calambur, el editor anota en la solapa que la obra es “una reflexión sentimental sobre la identidad, las caretas, el fingimiento”, con su pátina de “melancolía encubierta” dentro de un “festín poético de lenguajes y metros”. Y el poeta confiesa, --por cierto, ¿con quién se confiesan los poetas?--: “Yo tengo un rostro aquí y otro mañana; / tú tienes otra máscara debajo”. Es así que el rostro es la máscara que nos ponemos cada amanecer como foso a veces insalvable en la relación humana, algo que “nos protege de los otros y de nosotros mismos”, a sabiendas de que “cada hombre es él, y su continuación / y la continuación de otro”.
“A todos, todo, nos parece que fue ayer”. Y al decir “ayer” vemos que la palabra se diluye como azúcar en el café que reposa en el velador, en ocasiones, cabal confesionario. Nos atamos al ayer porque no hay otro amarre. A lo demás lo llamamos esperanza, pero la estela no está en la proa del camino, sino en la huella del paso, en el ayer, en el pasado. Hablamos del presente y el presente no existe. Lo que se dice ya no es presente. Hablamos del pasado y el pasado no existe. Lo dicho ya no se recupera. Hablamos del futuro y el futuro no existe. Nadie sabe si podrá decir algo mañana. Sólo tenemos sensaciones de lo vivido y las llamamos pasado; de lo que soñamos vivir y las llamamos futuro; de lo que se nos escurre entre los dedos y las llamamos presente. Al final la vida es 'eso' que pasa sin que percibamos que pasa. Y removiendo ese primer café que nos despierta nos sorprendemos al descubrir que sólo somos ese pasado más un sueño. Machado pone en la voz de Juan de Mairena que “hoy es siempre todavía” y otros, como Arcensio, hacen de este pensamiento copla para que se cante: “Vamos viviendo, / que tiempo habrá de sobra / para ir muriendo”.
Para Alexis Díaz Pimienta, “ayer es la categoría más exacta del tiempo”, porque “hoy es un sitio abstracto” y “mañana es conjetura”, un hablar por hablar, un a ver qué pasa. “Ayer es el sitio en el que todo / parece haber sido”. Ese ayer tiene sus recodos, matiz que él versifica diciendo que “hay una curva del destino / en la que se bifurcan los recuerdos / nadie sabe hacia dónde / en la que es necesario atarse al mástil”.
Alexis Díaz Pimienta estuvo en Huelva Ppara ofrecer una lectura de poemas del libro premiado. Uno de ellos dice: “Después de tantos años / diciendo que mis días favoritos son los jueves / que me gustan la lluvia, las palomas / los rones vespertinos, los boleros, / después de tanto tiempo confiando en el azul / y en las ventanas transparentes / resulta que amanezco con fotos rotas / en un charco de lágrimas / con las córneas llenas de colillas y cactus / con palomas muertas sobre los aleros / como si fuera viernes o domingo”.
Llueven lágrimas en todo tiempo a poco que se remuevan las nubes del alma, y le surge la pregunta: “las ganas de llorar cómo se quitan. / No el llanto, sino las ganas de llorar incontrolables, / cuando la soledad se llena de rostros ausentes, / de seres queridos que en algún sitio de otra ciudad / preguntan también cómo se quitan las ganas de llorar”. Ausencias; trozos de un pasado que talló al ser humano: hoy es lo que era, pero más crecido el cuerpo, igual de tamaño el alma: “De niños nos preguntábamos / dónde empezaban las líneas del tren, / siempre inabarcables con la vista. / Nos aburríamos de nuestros trenes de juguete / que daban vueltas y más vueltas / en el suelo del cuarto; / soñábamos con escaparnos algún día / en un tren verdadero, / hacia la nada. / Ahora sabemos que todo tren / parte de un pañuelito húmedo / que alguien agita en su memoria”.
Alexis Díaz Pimienta ha sacado a la luz otros libros de verso y prosa, como En Almería casi nunca llueve, Pasajero de tránsito, La sexta cara del dado, Los actuales habitantes de Cipango, Yo también pude ser Jacques Daguerre, Confesiones de una mano zurda, Prisionero del agua, Maldita danza o Salvador Golomón, que le han valido, aparte del Premio Los Odres, otros internacionales, como los de novela Luis Berenguer y Alba/Prensa Canaria, o los de poesía Emilio Prados o el Ciudad de las Palmas de Gran Canaria.
“Todo parece que fue ayer”, o que por pasar tan rápido, es como si no hubiera sido. En palabras del poeta: “pero si a todos, todo, nos parece que fue ayer, / entonces habrá sido ayer, / y punto”.

© Manuel Garrido Palacios