Manuel Crespo






EL ÚLTIMO CONCIERTO
M. Crespo García y M. Garrido Palacios
 (en Trigueros)





Casualmente había un sitio vacío a mi lado en la sala en la que se celebró el concierto. El público ocupaba todo el auditorio, pero la butaca que quedaba a mi derecha estaba vacía. El pianista Alexander Preda tocó un año más en Huelva, incluyó la ciudad “por cuyo puerto le gusta pasear” en su gira por el sur de Europa y elaboró su programa “La música y las otras artes” en base a obras de Debussy (Suite Estampes: Pagodas, Atardecer en Granada y Jardines bajo la lluvia), de Granados, del que Pau Casals dijo que era “el Schubert español” (de Goyescas: La maja y el ruiseñor y El fandango del candil), y por último, llenando toda la segunda parte, Liszt con la Gran Sonata en si menor, obra inspirada en la pintura impresionista francesa, en los cuadros de Goya y en el poema dramático Fausto, de Goethe.
Media hora antes había sido la Misa en San Pedro por el alma de Manuel Crespo, el amigo que se hizo ceniza, el compañero de correrías en los tiempos del Santafé, el crítico musical con más tino que ha tenido la ciudad, el autor de un libro espléndido en el que explica las claves para “Ser beethoveniano”, entre otros libros brillantes. Quien esto escribe quiso estar en un sitio un rato, junto a los suyos, y acudir luego al concierto de Preda, artista austriaco consagrado, de origen rumano, Profesor de la Universidad Mozarteum de Salzburgo, del que escribió Manolo Crespo el pasado año: “Alexander Preda, con el latido de la orquesta que duerme confiada entre un puñado de teclas blancas y teclas negras, nos transmitió ese inagotable sentimiento de nostalgia que sólo algunos románticos saben transmitir [...] impresionante esa emoción de la magia blanca y negra capaz de hacer del milagro una realidad”.
Alexander Preda, premiado en los festivales Juan Sebastián Bach y Arturo Rubinstein, aparte de los conseguidos en Jerusalén o Bucarest, ha actuado en todo el mundo tanto a piano solo como con el “Dúo de Salzburgo”, formado con la violonchelista Ivonne Timoianu. 
Al término del concierto fuimos al bar cercano de siempre a remojar la belleza regalada con sendos vasos de tinto, que lo uno es compatible con lo otro. Y por el camino le di la noticia. “El que te escribió esa reseña, Manuel Crespo, murió hace unos días. Hoy, precisamente, se ha celebrado la Misa”. En el mostrador brindamos por él como si saliéramos todos juntos del formidable momento musical que acababa de depararnos Preda. La última vez estaba Crespo con su copa y su bastón, y disfruté viéndolo derrochar conocimientos musicales como quien imparte una lección magistral con palabras de la calle.
Sí; había un sitio vacío a mi lado en la sala de conciertos. Y tanto allí como en la pequeña reunión posterior alrededor del tinto y de las aceitunas, me estuve preguntando si el asiento estuvo todo el tiempo que duró el concierto realmente vacío.

© Manuel Garrido Palacios