Seisdedos








Gavilán. Águila
Dos óleos sobre tablas (1999)
https://www.youtube.com/watch?v=_PqaFWbJWlM




Juan Manuel Seisdedos nos pintaba el mundo con los colores que él lo veía y algo aportó a nuestra forma de mirar. Hablo de los 13, 14 o 15 años de edad. A partir de ahí fue figura inseparable y un referente para los cuatro perros callejeros que merodeábamos por las calles Aragón, Ginés Martín, Piojito, Carnicero, Vega, Merced, Molino y otros andurriales del entorno. Todos de la misma hornada: Picúo, Cuartoquilo, Paquiqui, Juanini, Trabuco. JMS trazaba en nuestro lienzo virgen, sin proponérselo, las líneas que intuía para buscar horizontes más allá de los patios de vecinos en los que vivíamos. Una imagen que se me talló de aquel tiempo fue el cruce que tuvimos en la Piterilla. Él cargaba con un macuto y se iba a Bélgica. Yo lo veía desde la esquina y quería irme. Cierto que poco después ya estábamos todos de pingoneo por esos mundos, pero él los pintó primero al dar forma a sus sueños. Su práctica pictórica no paró ahí. Ya cada cuervo en su olivo, Juan Manuel Seisdedos se esforzaba por dar a cada cosa su color, por mostrar una variedad de tonos capaces de convivir, por abolir del aire que respiráramos cualquier pincel dictatorial, todo extremo chirriante que enturbiara el vivir para vivir. Nunca quiso vivir por esto o por lo otro, sino vivir para vivir, por el simple placer de vivir. No lo vi jamás emborronar el retrato de un ausente, sino usar con arte la difícil técnica de la conllevancia –de esto lo sabía todo Boni, su padre– para evitar la menor chispa que pudiera prender en el campo sequerón de aquellos tiempos. Militamos en la aviación, donde quiso pintar con palabras al Che en una de las clases magistrales de adiestramiento. No se lo permitieron. En el entierro de mi padre estaba el amigo Juan –inolvidable escena– como figura autopintada de marrón en un paisaje triste y terso. Yo sólo me atreví a pintarle a los Beatles y, menos mal, un día que había corrido el tinto más que de costumbre, me concedió la autoría del cuadro: Si tú dices que son buenos, son buenos. En la década de los setenta fue el éxodo generacional a Madrid –antes se había instalado Pizán–, cuya galería de cuadros no pintados en semejante época sería interminable si pretendiera hacer relación de ella; valga con nombrar el menú diario de veinticinco pesetas frente al café en el Plaza por cincuenta; Galería Seiquer, Tato, Cuevas de Nemesio, Paco Toronjo, Jesús Mojarro... Eran retazos de aquel mundo que, seguramente, JMS guardaba en su mente para sacarlos un día en una exposición: 'Vibraciones', que disfrutamos en el Convento de Santa Inés, de Sevilla, como puros latidos del artista. Pintara aquello o esto, lo que sigue intacto en Juan Manuel Seisdedos es el asombro que despierta en los demás. Sin dejar de ser callejero, ni perro, continúa pintándonos el mundo con los colores que él lo ve, con las formas que lo siente, dando a cada acto de su vida, a cada cuadro que cuelga del muro de la amistad, ese punto de bonhomía con el que nació, desplegando esa paleta de sinceridad con la que se hizo.

© Manuel Garrido Palacios