Manuel Marín Delgado


Hace siglos, o milenios, Manolo Marín era un directivo de Radio Popular (había más jefes que indios). Detrás del biombo de madera de la redacción tenía su mesa. Juan de Mata y yo éramos el cuerpo de redactores llanos, mondos y lirondos, sin más atributos que apencar, meter el hombro, clavar codos y todo eso; otros tiraban a locutores, creadores o 'loqueseadores', siempre cercanos a cargos mejor remunerados; pero no haré aquí un inventario de la prehistoria. ¡Aire!. Marín inspiraba un gran respeto a los bisoños. Lo veíamos como un tipo que hacía pregones (los inventó él antes que los griegos) comentarios en salas abarrotadas sobre las fotos de Segovia, teatros leídos en los que nos daba un papelito, ciclos, conferencias, concursos, juicios a figuras como la de Don Juan, retórica de la vendimia, lecturas en vivo (recuerdo el libro de Foxá y la voz de Marín cerrando: 'amigo nuestro') y un sin fin de perejiles de lo que ahora llaman ‘cosa lúdica’, que, por aquel Pleistoceno puro y duro, con sus Tiranosaurios y todo, constituían el referente cultural de una ciudad que Bada comparó, con razón y con escándalo, a una 'charca empantanada'. La labor de Marín podría haber llegado hasta hoy porque poco más se ha hecho. Manolo entraba en el locutorio y con su tono de voz cálido nos daba una soberana lección (a Mata y a mí; los demás, como eran jefes, ya sabían) que nos sirvió de mucho, en especial, a Mata, que entró por la brecha abierta de los pregones y habrá dado ya tres mil o más. Un día llevé a la redacción mi primer libro publicado: 'Brocal'. Junto al gran poeta José Manuel de Lara iniciaba con ese título la Colección Litoral de aquel Grupo Santafé 'que Dios guarde, siempre de bueno hasta los pies vestido'. Marín compró el primer ejemplar y comentó: 'Me gustaría que Garrido fuera a Moguer y escribiera sobre Juan Ramón lo que le diera la gana'. Un milenio más tarde del citado Pleistoceno radiofónico, o sea, hace poco, alguien me preguntó sobre gente ausente de valía que pudiera honrar con su pluma las páginas de cierta revista. Di el nombre de Marín. Hacía mucho que cada mochuelo había volado a su alcaparra y en ese periodo lo había visto en Madrid casualmente, por la calle, o intencionadamente en la exposición que hizo sobre trajes. De entonces acá, 'cartas iban y venían'. Manolo Marín regresó un día con la misma fuerza que cuando se fue. La distancia hizo imposible el poder asistir a todos sus pregones, aparte de que con la proliferación habida de pregoneros (él creó escuela) el mercado se saturó hasta el empacho. En una postal celebraba haber 'tenido con Huelva tres reencuentros preciosos: Exaltación de la Saeta en la Peña Flamenca, y pregones de Semana Santa en Huelva y del Carmen en Punta Umbría', actos que le dieron 'gran alegría y gratificación espiritual', a las que yo -ingrato amigo- no dediqué una línea en su momento. Lo hago ahora, porque 'hoy es siempre todavía', y al escribir noto que trazo las palabras con el mismo afecto que cuando lo sentía brujulear detrás del biombo de la emisora y lo consideraba un maestro en el arte del saber estar, que parece poco.


© Manuel Garrido Palacios
Ilustración: Zurbarán. Fray Jerónimo (detalle) 1632

Uberto Stabile


TRAZANDO PUENTES
Uberto Stabile
UIC. Foro Multidisciplinario
México 

La poesía y la literatura en general son lenguajes que permiten transformar la realidad, y en tanto que la transforman pueden considerarse revolucionarios. La literatura no es ajena a los flujos de uso y consumo dictados por los mercados. Me interesa más la literatura que transmite ideas, que propone cambios, que la otra que simplemente entretiene o incluso banaliza su propia naturaleza. Activar esa conciencia colectiva, que se reconoce en el otro, es parte de mi trabajo. Trazar puentes y cruzarlos, poner en contacto autores, que considero pueden nutrirse mutuamente, es en parte la razón de esta labor, Pero mi trabajo se centra más en el libro. Dar luz a la rica diversidad editorial que existe a ambas orillas del Atlántico, es luchar contra las políticas de deforestación editorial, y concentración que suelen dejar sin espacio a las pequeñas y medianas editoriales que apuestan por un tipo de obras más comprometidas y complejas.
La poesía es un arma cargada de futuro, siempre toma partido, lo queramos o no. Como dijeron los existencialistas franceses, ya nacemos comprometidos. Es una herramienta mucho más amplia, que tiene cualidades que trascienden su naturaleza artística y abarca un amplio radio de acción que puede integrar aspectos de tipo religioso, terapéutico, didáctico o revolucionario.
Me gustan los poetas que de alguna manera cuestionan el discurso único, el orden establecido, que son poética y políticamente incorrectos, comprometidos en su poesía y en ocasiones con su propia acción. Me gusta la poesía de la conciencia, la que toma partido. En mi trayectoria es muy importante el magisterio de mis coetáneos. Poetas como Jorge Riechman, Antonio Orihuela, Fernando Beltrán, Eladio Orta, Enrique Falcón, Isabel Pérez Montalbán, Inma Luna, Ana Pérez Cañamares o Carmen Camacho, son, entre otros y otras, los autores a los que me siento más cercano. Creo además que, con sus distintas variantes,son herederos de una tradición heterodoxa en la poesía española contemporánea que cubre un amplio espectro, desde poetas sociales como Blas de Otero o Gabriel Celaya a otros nombres de más difícil clasificación como Carlos Edmundo de Ory, José María Fonollosa, Agustín García Calvo, Leopoldo Mª Panero o Eduardo Haro Ibars entre otros. Pero en mi particular acervo, creo que en la maleta caben además tres grandes infuencias: por una parte la generación Beat, encabezada por la poesía de Allen Ginsberg, la tradición de poetas procedentes del mundo de la música como Bob Dylan, Lluis Llach, Leo Ferré, George Brassens, Patti Smith y sobre todos Leonard Cohen, y en tercer lugar y más recientemente, los poetas que escriben en la actualidad desde la frontera norte de México.
En cuanto a los escritores y su coherencia, conozco algunos nombres que pueden citarse como paradigmas éticos, y seguramente existan muchos más que desconozco, pero no me atrevo a juzgar esos aspectos. Creo que la coherencia es algo que uno mismo asume, incluso a partir de sus propias contradicciones. Lo importante es saber que existe esa posibilidad,y aunque no es un camino fácil, tampoco es imposible.

© Uberto Stabile

Seisdedos en la UHU

SEISDEDOS EN LA UHU

8 febrero 2012. La Universidad de Huelva organza un acto de homenaje al pintor Seisdedos en la Facultad de Ciencias del Trabajo. Intervienen Manuel José de Lara Ródenas y José María Morillas. He aquí el texto con el que el artista responde. Se proyecta al final el documental: 'Retrato de Seisdedos'.
“Antes que otra cosa, es lo primero expresar mi gratitud a la Universidad de Huelva, a su rector y a cuantas personas han colaborado en este acto. También a mi amigo Manuel Garrido Palacios y su hijo David por este estupendo regalo que ha sido para mí la realización del documental que se proyecta hoy. Igualmente doy las gracias a todos los que habéis empleado parte de vuestro tiempo en asistir a este acto.
Los artistas si no tenemos vanidad, más o menos controlada, no somos artistas; y creo que ello se debe a la necesidad, no gratuita, de atraer la atención de los demás, hacia nuestro trabajo. Y digo que no es una necesidad gratuita porque, como decía el crítico Eduardo Cirlot en uno de sus ensayos, la obra de arte no está completa sin la mirada del espectador. Cuando el espectador es un allegado; porque ese allegado entiende muchos porqués, y razones que a otros pueden escaparse. Cuando es una persona desconocida quién se interesa por la obra, sientes que has conectado a distancia con alguien que reconoce ese lenguaje críptico que es el arte de cada uno, y que esa obra ha provocado una respuesta. Muchas veces la emoción que una persona experimenta ante un cuadro, por ejemplo, no tiene las mismas motivaciones que tuvo el artista para realizarlo. Se produce algo nuevo. Aunque de forma intangible, se ha vuelto a crear algo, y la palabra recrear o recrearse cobra todo su sentido, porque la obra se completa con las proyecciones íntimas de ese contemplador.
A los que estáis aquí por amistad, por familiaridad, porque os pueda interesar el arte, o por las razones que sean, me gustaría corresponderos con unas claves que justificaran el sentido de mi trabajo de tantos años y su posible coherencia . La verdad es que mi trabajo puede tener sentido, pero no demasiada coherencia. Desde la época de aprendizaje con mis maestros Pedro Gómez, Antonio León Ortega y Manolo Moreno Díaz, fui adquiriendo ese lenguaje plástico que se hizo carne junto a mi forma adolescente de sentir la vida, junto a mis creencias y a mis ilusiones jóvenes de entonces. Y siempre continuó así. Nunca pude ni quise separar el arte de la conciencia, ni la razón de los sentidos, por eso mi obra, no demasiado prolija, puede a veces carecer de orden y de coherencia, tal como corresponde a mi forma de ser. He tenido etapas de mucha actividad y largos periodos de inacción. Etapas de tremendos deseos de ser; etapas de credulidad y de ideales (alguien dijo una vez que un ideal es una emoción inflamada en torno a una idea); si eso es así confío, al menos, en no perder las ideas aunque pierda la flama. También hubo momentos místicos, que no religiosos, (nunca la divinidad me concedió esa gracia). Etapas de perplejidad; de amor, de desamor… como casi todo el mundo…, pero estas vivencias, entre la gente que nos dedicamos al arte, suelen impregnar el hacer y convertirse en material creativo, de tal forma que uno va dejando en el trabajo su biografía emocional.
Como se verá en las imágenes que se proyectarán tras esta breve intervención, en las que se intenta resumir mi evolución profesional, hay un empezar figurativo, impresionista y romántico de mi etapa casi adolescente, que coincide con la asistencia al estudio de Pedro Gómez y Antonio León, en la calle San Cristóbal. Aquel taller acogedor, donde el tiempo no estaba acosado y el trabajo era calmoso.
Pronto se percibe la influencia de Manolo Moreno, y a través de él la de Vazquez Díaz y Pepe Caballero. Surgen toques surrealistas y expresionistas, y también una apertura hacia la abstracción. Por aquella época el joven que uno era vivía con los ojos abiertos buscando ventanas por las que divisar paisajes diferentes. Empiezan a publicarse en España los primeros libros con el arte de vanguardia, y llegan otros de museos y colecciones extranjeras. A los dieciocho o diecinueve años hago mis primeras salidas huyendo de la todavía asfixiante atmósfera cultural de aquella Huelva. Aunque mi amigo Domingo Prieto, de haber estado por allí, me hubiese dicho que me iba para coger barniz y dejar de pintar tanto barco escoñao. También hubiese tenido razón. Entonces no era fácil viajar. Estaban muy lejos las becas Erasmus y los viajes de bajo coste. Pero aquella mano que me servía para pintar también era buena para hacer auto-stop cuando era necesario y para darme algún dinerillo haciendo retratos. Y mereció la pena, porque aquellas estancias en Barcelona, en Madrid, en Holanda o en Bruselas fueron un buen aporte tanto técnico como humano para aquel joven, alocado, según el ojo conservador de algunos paisanos conspicuos. Incluso merecí un soneto de un conocido poeta reclamándome al redil y suponiendo las razones abyectas de mi partida. Si llego a hacerle caso no podría acariciar tantos recuerdos estupendos. Aunque como hoy es día de agradecimientos, le agradezco su buena intención.
Algo muy especial fue el grupo Santa fe. ¡Cuánto me aportaron los compañeros del grupo¡ ¡Cuantas páginas llenas de poesía, de música, de historia y de amistad¡ Gracias a los tres Manolos: Manolo Pizán, Manolo Crespo, y Manolo Garrido Palacios, a Victor Marquez Reviriego, a José Luis Gómez, a Paco Perez, y gracias a Paca y a Boni, mis padres, que también me enseñaron lo suyo, y estuvieron a punto de que la policía les cerrara el bar a causa de nuestras reuniones.
Una etapa bastante afortunada fue el año de trabajo con Jesús Mojarro. Una segunda exposición en Madrid con esta nueva forma de hacer, y las posteriores que hice solo, una vez disuelta, amistosamente, la sociedad.
Después de aquello, algunas regresiones y saltos hasta las últimas exposiciones con una mas clara definición abstracta. Actualmente estoy dando los sorbos finales a esta última faceta. Lourdes, mi musa compañera y yo hemos convertido nuestro molino-panadería de Trigueros en “Centro de Arte Harina de Otro Costal”, haciendo alusión al enclave. Está dedicado a la formación, a exposiciones y a hurgar en todo lo que tenga que ver con el arte.¿Qué haré a continuación si el tiempo lo permite?, y no me refiero al tiempo atmosférico, sino al que se desliza por la piel oxidándonos discreta y traidoramente. Creo que volveré a trabajar en tres dimensiones. Ese camino aún no lo he agotado y ahora me apetece retomarlo con otra capacidad de reflexión y mejores medios.
¿Es bueno lo que he hecho? ¿Es malo? A veces pienso que no es para tanto. Y otras lo encuentro bueno y descubro de vez en cuando, entre mis brochazos, cosas no previstas; hallazgos que ponen los materiales por su cuenta cuando te llevas bien con ellos. En cualquier caso a mí me sirve todo esto y se que hay gente que lo valora. Mi gratitud a esa gente y a los caminos que otros artistas han abierto y que me han permitido jugar con mis vísceras hasta la impudicia. Y mi gratitud, de nuevo, a la Universidad de Huelva por acogerme esta tarde, Por ser generadora de pensamiento en esta ciudad, y por ocupar el espacio de lo que fue un cuartel. No está mal levantar un templo a la razón donde antes hubo otro a la obediencia”.

© Juan Manuel Seisdedos

https://www.youtube.com/watch?v=_PqaFWbJWlM

Seisdedos








Gavilán. Águila
Dos óleos sobre tablas (1999)
https://www.youtube.com/watch?v=_PqaFWbJWlM




Juan Manuel Seisdedos nos pintaba el mundo con los colores que él lo veía y algo aportó a nuestra forma de mirar. Hablo de los 13, 14 o 15 años de edad. A partir de ahí fue figura inseparable y un referente para los cuatro perros callejeros que merodeábamos por las calles Aragón, Ginés Martín, Piojito, Carnicero, Vega, Merced, Molino y otros andurriales del entorno. Todos de la misma hornada: Picúo, Cuartoquilo, Paquiqui, Juanini, Trabuco. JMS trazaba en nuestro lienzo virgen, sin proponérselo, las líneas que intuía para buscar horizontes más allá de los patios de vecinos en los que vivíamos. Una imagen que se me talló de aquel tiempo fue el cruce que tuvimos en la Piterilla. Él cargaba con un macuto y se iba a Bélgica. Yo lo veía desde la esquina y quería irme. Cierto que poco después ya estábamos todos de pingoneo por esos mundos, pero él los pintó primero al dar forma a sus sueños. Su práctica pictórica no paró ahí. Ya cada cuervo en su olivo, Juan Manuel Seisdedos se esforzaba por dar a cada cosa su color, por mostrar una variedad de tonos capaces de convivir, por abolir del aire que respiráramos cualquier pincel dictatorial, todo extremo chirriante que enturbiara el vivir para vivir. Nunca quiso vivir por esto o por lo otro, sino vivir para vivir, por el simple placer de vivir. No lo vi jamás emborronar el retrato de un ausente, sino usar con arte la difícil técnica de la conllevancia –de esto lo sabía todo Boni, su padre– para evitar la menor chispa que pudiera prender en el campo sequerón de aquellos tiempos. Militamos en la aviación, donde quiso pintar con palabras al Che en una de las clases magistrales de adiestramiento. No se lo permitieron. En el entierro de mi padre estaba el amigo Juan –inolvidable escena– como figura autopintada de marrón en un paisaje triste y terso. Yo sólo me atreví a pintarle a los Beatles y, menos mal, un día que había corrido el tinto más que de costumbre, me concedió la autoría del cuadro: Si tú dices que son buenos, son buenos. En la década de los setenta fue el éxodo generacional a Madrid –antes se había instalado Pizán–, cuya galería de cuadros no pintados en semejante época sería interminable si pretendiera hacer relación de ella; valga con nombrar el menú diario de veinticinco pesetas frente al café en el Plaza por cincuenta; Galería Seiquer, Tato, Cuevas de Nemesio, Paco Toronjo, Jesús Mojarro... Eran retazos de aquel mundo que, seguramente, JMS guardaba en su mente para sacarlos un día en una exposición: 'Vibraciones', que disfrutamos en el Convento de Santa Inés, de Sevilla, como puros latidos del artista. Pintara aquello o esto, lo que sigue intacto en Juan Manuel Seisdedos es el asombro que despierta en los demás. Sin dejar de ser callejero, ni perro, continúa pintándonos el mundo con los colores que él lo ve, con las formas que lo siente, dando a cada acto de su vida, a cada cuadro que cuelga del muro de la amistad, ese punto de bonhomía con el que nació, desplegando esa paleta de sinceridad con la que se hizo.

© Manuel Garrido Palacios