Camilo José Cela

Vagabundo por el Condado de Niebla.
Primer viaje andaluz (Madrid, 1959)








...el vagabundo, por el aire, ve pasar tres aeroplanos que van como locos y envueltos en un ruido atemorizador. El gavilán y el palomo burraco que le huía, huyeron juntos: espantados los dos del ave del diablo que habían inventado los hombres.
-¡Van cagando rayos, maestro!
-¡Y usted que lo diga, compadre!
El vagabundo se fue a almorzar de lo que llevaba puesto -que no era mucho- y de los higos que la Divina Providencia colocó a sus alcances -y que eran tantos que no se daban comidos-, más allá del paso a nivel del tren minero y a orillas del cauce del Chorrito, que queda a más del medio y abierto camino de Gibraleón a Cartaya. El Chorrito es vena de agua que cae al Odiel por Aljaraque, frente a Huelva y sus islas.
Un hombre jinete y un burrillo rucio, pasó camino de Cartaya.
-¡Muy grande me parece usted para higuerero, amigo!.
El vagabundo disimuló como pudo.
-No se fíe usted de tamaños, patrón; ahora andan las cosas muy revueltas.
-Ya lo veo, ya...
Cartaya, más allá del arroyo Sorbijo, que viene del rincón al que llaman Canito, es pueblo lleno de luz y de tradiciones marineras. Juan Vizcaino y Rodrigo Talafar y Alonso Rodríguez, anduvieron en lo del descubrimiento de América.
El vagabundo, en Cartaya, tiene un amigo que se llama Roque Redondo Méndez y es talabartero. Roque Redondo Méndez, por eso de que llegó durante la guerra a brigada de intendencia, prefiere que le llamen don Roque. La gente -¡qué mala es la gente y qué poco les hubiera costado a todos el complacer al amigo del vagabundo!-, en vez de llamarle don Roque o, por lo menos, Roque, le dicen Espantible.
-¡Al primero que me llame Espantible lo mato! -dijo don Roque un día que se ajumó.
Desde entonces, claro es, le llama Espantible todo el mundo. Que el vagabundo sepa, don Roque todavia no mató a nadie.
Cartaya es tierra de marismas, como Huelva; estos países en los que la tierra y el mar se casan, o se aconchaban, y viven juntos y confundidos, suelen ser cuna de buenos navegadores.
Espantible, vamos, don Roque, invitó al vagabundo a una copita de vino; el vagabundo, en prueba de su reconocimiento, le llamó don Roque.
-¡Qué gordo está usted, don Roque, y que buen pelo cría!.
El río Piedras, para vaciarse en la mar. forma un estero bien guardado de los vientos y otras inclemencias.
Espantible puso un gesto de tonto de escalafón.
-¡La buena vida, amigo mío, la buena vida...! Qué, ¿me acepta usted otra copita?
-¡Hombre, don Roque, no le voy a desairar a usted!.
El río Piedras baja lento y solemne, perezoso y señor. El arroyo del Tariquejo va al rio Piedras. Y la cañada de los Hor nos. y el carío de la Rivera, y los esteros del Carbón y de los Tejares, y el arroyo Sorbijo -que ya saltó el vagabundo- y el Margarita y el Pozuelo.
Espantible se infló como una novla talluda.
-¿Y alguna tapa..., mojama, huevas, cangrejos, pescado frito?
-¡Hombre, don Roque, me pone usted en un compromiso! ¡Yo, a usted, no le puedo decir que no!
El río Piedras sale a la mar por el faro del Rompido. Desde el Rompido a Punta Umbría, entre pinos, toda la playa es cartayera.
Espantible empezó a babear.
-Mire usted, amigo, yo creo que lo mejor es que cenemos juntos.
-Bueno, don Roque, todo llegará; ahora estamos bien por aquí por los bares, don Roque.
Los pescadores de Cartaya se traen a tierra el robalo, el choco y el lenguado.
Espantible rompió a bizquear.
-¡Tiene usted razón! ¡Cada cosa a su tiempo! Pero usted cena conmigo, ¿eh?
-¡Don Roque!.
Por este campo crecen el eucaliptus y el pino, el naranjo y la vid, la higuera y el almendro.
Espantible comenzó a sentir fenómenos de levitación.
-Sí, sí..., usted cena conmigo, ¡no faltaría más! Pero ahora vamos a tomarnos un aperitivo que quede bien.
-¡¡Don Roque!!
Cartaya es pueblo que reza a San Pedro, el pescador, hoy
guardián de las puertas del cielo.
Don Roque se volvió al mostrador.
-¡Niño! ¡Una botella de San Patricio y todo lo que haya para picar!
-¡Va en seguida!
Don Rqque y el vagabundo, por mor de las tapas, estuvieron esquilmando cocinas tabernarias desde las seis haste las diez.
-¿Otra copita?
-¡A su salud, don Roque!
El vagabundo llegó a la cena en no muy buenas condiciones. Sin embargo, y como en su cartilla bien claro se dice que la única causa noble para no comer es la de no tener que comer, el vagabundo -una mano en la pared y dos dedos de la otra en el gañote, pero por dentro- devolvió a Cartaya lo que era de Cartaya y se quedó como nuevo.
La señora de don Roque, doña Ana Fleming Parreño, naturaI de Valvercle del Camino, el pueblo de los zapateros, obsequió al vagabundo con unos chocos con habas de las cuales guardará eterna memoria, junto a su gratitud eterna.
El choco es un calamar berrendo en marisco y un bocado de finísimos gustos. Los chocos con habas se cocinan friendo unos dientes de ajo en aceite, tan abundante como abrasador, y echando encima de todo los chocos cortados en pedacitos, se revuelven bien y, al medio cuarto de hora o poco más, se le añaden las habas y algo de agua caliente; se revuelve con cuidado, se tapa no del todo y, cuando el agua se fue ya por el aire, se sirve al afortunado a quien se ha de servir.
-¡Bendito sea Nuestro Señor Santiago que, de vez en cuando, nos permite despertar el bandujo!
El vagabundo, aquella noche, durmió en casa de don Roque. Su señora era muy amable y, al día siguiente, le dio de desayunar y hasta le permitió que se lavara los pies. ¡Qué fecha más señalada, la del encuentro con don Roque, en la vida del vagabundo!
De Cartaya a Lepe no hay más que una legua, fácil de andar aunque el terreno, a veces, sea algo escarpadillo. Quien quiera higos de Lepe, que trepe...


© Camilo José Cela